La receta no tiene los ingredientes más originales, con una mezcla de High school musical y la serie Freaks and geeks como ejes.
Pero la gracia de Glee está en cómo convierte lo que podría haber sido un recocido más, en uno de los programas más prometedores del último tiempo.
La historia es simple: un coro colegial lleno de alumnos rechazados busca ganar la competencia estatal de canto, ayudados por un comprometido e idealista profesor y por el nuevo integrante del grupo, un popular jugador de fútbol americano.
Ryan Murphy, productor ejecutivo de esta serie y creador de Nip/Tuck, supo identificar las fortalezas del proyecto y explotarlas. Así, la serie tiene suficiente ironía y maldad como para no caer en la tontera sanitizada.
Pero no es tan descreído como para resultar amargo. Los personajes están bien logrados y en el piloto muestran que tienen más de una tecla.
Pero la serie no se llamaría Glee (alegría) si no tuviera música, mezclando musicales clásicos con Amy Winehouse y Journey, quitando lo culpable al placer de ver películas como High school musical. Permite disfrutar sin complejos, al menos por un rato, al nerd musical que se lleva dentro.