En el comercial de una bebida cola, una mujer llora de emoción con una película que ha sido destrozada por un crítico de cine. El spot remata con la frase: "Necesitamos menos críticos, necesitamos disfrutar más".
La idea, seguro, debe ser el lema de varios que trabajan en televisión. Bajo ese mediocre discurso todo es perdonable, y hasta un programa como La muralla infernal -si no el peor del momento, está en la terna- podría justificarse como "algo para pasar el rato".
Tantas veces se han disculpado bodrios, que peligrosamente el asunto se ha transformado en costumbre, olvidando que hay talento y dinero de sobra para producir un espacio que tenga algo más que entretención desechable, vergüenza ajena o placer culpable.
Una vez al año, con suerte, aparece un programa "que nos devuelve la emoción", como decía el grupo UPA! en 1988.
Si en 2005 Los treinta hizo que la gente volviera a seguir con gusto una teleserie, el año pasado Los 80 hizo lo propio con las series de ficción.
Y anoche, en el debut de su segunda temporada, ratificó que está llamada a marcar un hito. Con actuaciones contenidas, detalles emotivos (el supermercado Marmentini Letelier, las canciones de Miguel Bosé o Roberto Carlos) e historias identificables, volvió a hacerse cargo de esa emoción que nos está debiendo la TV.
Como esa sensación que produce el cumpleaños de Félix Herrera, de transportar al espectador a los tiempos en que uno celebró 10 años, con piñata, tíos yendo a buscar a los compañeros y fotos ridículas que quedan en álbumes.
Si Los 80 triunfa por todos lados, ¿por qué entonces no se están produciendo más series chilenas? ¿Cuántas versiones de Mekano deberemos ver en pantalla antes de que aparezca otro programa que nos saque de la modorra?