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Cómo enfrentar a un rebelde de más de 20 años

Una de las grandes certezas (y alivios) que tienen los padres sobre sus hijos es que la adolescencia tiene fin. Saben que la rebeldía pasa y todo vuelve a su cauce, o al menos, a uno más tranquilo... Con la excepción, claro, de que les haya tocado un hijo tranquilo, que transitó de la niñez a la adultez sin mayores conflictos ni cuestionamientos. A esos padres, a quienes todos les envidian la suerte, tienen en sus manos una potencial bomba de tiempo de rebeldía que puede explotar en el peor momento: cuando el hijo tenga más de 20 años y la manera de abordarlo sea mucho más difícil que si hubiera enfrentado las reglas y la autoridad a los 15.

La rebeldía tardía es un fenómeno que surge cuando los jóvenes que no definieron a tiempo su identidad, comienzan con retraso a cuestionar lo que son y lo que quieren ser.  Son personas que en la adolescencia asumieron un  rol más pasivo "que, en muchos casos, trataron de mantener el orden del sistema familiar y más tarde, saturados por la responsabilidad y las presiones, adquieren más autonomía. Ahí es cuando se produce el conflicto", dice el siquiatra y sicoanalista León Cohen, y agrega que  "comienzan a tener conductas, emociones y pensamientos propios de la adolescencia".

Y en esas circunstancias, se genera un problema difícil de resolver, un choque de poderes entre los padres y los hijos que se sienten adultos, independientes y capaces de tomar sus propias decisiones, pero que aún dependen económicamente de sus padres, por lo que deben seguir cumpliendo las normas impuestas por ellos. Según Cohen: "El joven cambia ciertos patrones de sometimiento y aceptación, entrando en conflicto con la autoridad de los padres". Debido a esto, según la sicóloga Marisol Sagredo, es común que se vuelvan "pensionistas" en sus propias casas, dejen de ir regularmente a la universidad, salgan de noche y duerman de día, olvidando los horarios. 

Ese fue el caso de Cristóbal, el menor de los dos hijos de un matrimonio marcado por una madre muy autoritaria y un padre que era sólo testigo de las decisiones de su mujer. En esa casa, el hermano mayor tenía una personalidad más activa que la de Cristóbal, lo que decantó en que, de alguna forma, siempre viviera a la sombra de él, de manera silenciosa y discreta. Así, Cristóbal creció siendo el hermano ejemplar, muy buen alumno y rodeado de amigos.

Pero a los 23 años cambió. Cuando su hermano se casó y se fue de la casa, se produjo un desequilibrio familiar y ante la mirada atónita de los padres, comenzó a portarse como un quinceañero, dejó la universidad, se rapó la cabeza y se dedicó a oponerse en todo a su madre.

Desesperación de los padres

El problema de los padres de Cristóbal fue, en ese momento, tratar de abordar la situación sin causar daños. Es decir, evitar que el conflicto escalara a mayores, agudizado por la desesperación de los adultos- al borde de los gritos- y la persistencia del joven, en lo que es el juego de poder de ambas partes.

La idea es evitar que el más joven, ya con independencia y edad, amenace con acciones  radicales como, por ejemplo, irse de la casa. La recomendación, dice Sagredo, es ponerle paños fríos al enfrentamiento y sentarse a conversar en un lugar neutral, ojalá fuera de la casa, en un espacio donde ninguno de los bandos tenga el poder y donde haya terceros desconocidos alrededor, para evitar las explosiones de furia y recriminaciones.

"En estos casos, lo mejor es no prohibir nada, sino cambiar el concepto por 'recomendar', que  es mejor y menos invasivo", explica la sicóloga. "Además, no se debe ofrecer premios por seguir las normas de la casa, porque el que premia es visto como figura de poder y, a la vez, manipulador". De esta manera, agrega, el rebelde tardío se sentirá menos presionado y la energía puesta en defenderse y atacar, disminuirá.

Un aspecto importante, de acuerdo a Cohen, es que los adultos tengan claro y entiendan que lo que está ocurriendo obedece a procesos emocionales pendientes y no es un asunto en contra de los padres. "La comprensión es esencial, sin infantilizar, tratar de sobreproteger o dar instrucciones", recomienda, a la vez que no hay que perder de vista ni olvidar que estos jóvenes pueden ser agresivos y manipuladores.

De hecho, un camino sugerido  en favor de la convivencia es respetar los espacios de individualidad de los hijos y considerarlos en las decisiones, sin juzgar, ya que de a poco, ese escenario debería decantar en una mayor cercanía. Para Sagredo, el rayado de cancha debe ser claro y concreto. Una vez que hijos y padres lo han definido debe respetarse. Aunque, aconseja, no se debe recurrir a frases como "mientras vivas bajo mi techo debes hacer lo que yo mande", ya que esto contribuye a que los jóvenes quieran establecer individualmente sus propias directrices.

En otro ámbito, la influencia social es clave en la duración de etapas como esta. Tal como explica la sicóloga, estos jóvenes están retrasados en relación con sus pares, por lo tanto, las amistades son un factor fundamental a la hora de apurar el proceso. Aún así, los padres se llevan la peor parte del asunto.

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