El sentido común nos dice que primero nos invade la alegría, la que luego dibuja en nuestro rostro una sonrisa. O primero sentimos rabia y después fruncimos el ceño. Pero existe un pensamiento alternativo que dice que este camino se puede recorrer en sentido contrario, es decir, si sonrío, me sentiré bien y mis pensamientos serán positivos. Algo que pudo inspirar el refrán popular que aconseja "al mal tiempo, buena cara".

La misma idea que usó Edgar Allan Poe en su cuento La carta robada, cuando uno de sus personajes dice que para conocer lo que hay en la mente de alguien, basta con imitar la expresión de su rostro y esperar que la emoción correspondiente venga a nuestra mente.

Más concreta es la técnica creada por el actor y director de teatro ruso, Constantin Stanislavski, quien a través de imitar con el rostro determinadas emociones, logra con éxito que los actores sintonicen con el estado de ánimo del personaje que representan.

Entre los científicos, el naturalista inglés Charles Darwin y el médico estadounidense William James comenzaron a explorar esta idea, pero sólo a partir de los 80 se iniciaron los estudios que buscaron respaldar la hipótesis. Gracias a ellos, hoy existen pruebas de que nuestros gestos sí influyen sobre nuestro estado de ánimo, aunque su alcance sería limitado. En tanto, sigue el debate.

SONRIA


A mediados de los 70, por primera vez se ordenó este conocimiento en lo que se conoce como teoría de la autopercepción. Dice que si alguien actúa "como si" siente algo, provocará el sentimiento imitado.
En 2003, Simone Schnall y James Laird, de la Universidad de Clark, en Massachusetts, realizaron un importante estudio con 46 voluntarios que desconocían la finalidad de la investigación para no distorsionar los resultados. Imitando expresiones de felicidad, rabia y tristeza, por varios minutos, los investigadores lograban cambiar el estado emocional de estas personas, lo que se mantenía por unos 10 minutos.

No sólo eso, en ese período de tiempo a los participantes se les venían a la mente recuerdos felices, tristes u odiosos, según el tipo de ánimo inducido. Y también se registraron cambios en sus pulsaciones o  presión sanguínea.


Una explicación para este fenómeno es conductista. Así como el  Nobel ruso Iván Pavlov logró condicionar a los perros para que asociaran el sonido de una campana con la expectativa de recibir comida, los humanos rápidamente asocian el sonreír con sentirse feliz. Y una vez que la relación se ha establecido, sonreír es, por sí mismo, suficiente para producir sentimientos felices (ver recuadro).
Otra interpretación es que los diferentes gestos del rostro tienen propiedades intrínsecas que los hacen más o menos placenteros, quizás porque alteran la forma en que la sangre fluye al cerebro. Esta teoría propone que los músculos de la cara se contraen y relajan, actuando como válvulas de numerosos vasos sanguíneos que terminan influyendo en la sangre y en la temperatura de determinadas zonas cerebrales.

DIFERENCIA DE IDIOMAS


Hoy, esta misma teoría va un paso más allá y está aportando estudios sobre cómo las posturas corporales influyen en la confianza, así como el contacto o la evitación visual pueden provocar una atracción romántica o una sensación de vergüenza.
Otros trabajos apuntan a que los diferentes idiomas, al ocupar distintos músculos de la cara y de la lengua, crean un tono afectivo que otorga cierto sello a los pueblos. Más alegres, extravertidos, más retraídos o parcos.
Esto, porque los idiomas involucran sonidos que requieren ciertos movimientos de la cara -los labios en redondo de los franceses o la proyección de la lengua en los árabes- que facilitan o dificultan la circulación del aire en los senos frontales o maxilares de la cara. Y aunque parece rebuscado, son varias las investigaciones que respaldan este planteamiento.
Más aire  en los senos frontales enfriaría la cara y el aire fresco se asocia a vivencias placenteras, lo que induciría un ánimo positivo. Lo contrario facilitaría un ánimo más gris. Pero algunos investigadores advierten que el asunto no es tan sencillo y que se debe tomar en cuenta la variable genética del temperamento de cada cual, que hace a las personas más o menos susceptible a estos factores.

ANTIGUO SISTEMA

Las emociones forman parte de un antiguo sistema de comunicación. Un circuito cableado profundamente en nuestras cabezas y que le permite a la especie velar por la seguridad de los más jóvenes. Al igual que el habla o la visión, se originan de la actividad coordinada de varios centros cerebrales, ubicados principalmente en el sistema límbico: la amígdala vigila el alerta emocional, mientras el tálamo actúa como central telefónica, integrando los datos provenientes de los sentidos. A través de la amígdala, el sistema límbico se conecta con los músculos de la cara, con los que expresamos nuestras emociones. Por eso la relación es tan directa. Y por eso, una guagua que nace ciega sonríe de alegría, aunque nunca haya visto sonreír a nadie.