Cómo Jackson Pollock revolucionó la pintura

A 60 años de la muerte de este enérgico y atormentado artista que cambió la historia pintando en el suelo y chorreando colores, el MoMA de Nueva York lo homenajea con una retrospectiva de 58 obras.




Al entrar al segundo piso del MoMA emerge una monumental fotografía en blanco y negro de Jackson Pollock. Ahí aparece con los lienzos en el suelo y pintando en trance, chorreando pintura como un niño frente a una hoja en blanco. Sin saberlo, con ese gesto el artista iniciaba una nueva etapa en la historia del arte. Su acto instintivo, surgido de la violencia que dejó la Segunda Guerra Mundial, intentaba destruir la pintura tradicional. Inconscientemente, también buscaba destruirse a sí mismo. Sus delirios alcohólicos, angustias y tendencias suicidas lo llevaron a la muerte el 11 de agosto de 1956. Borracho, chocó su auto contra un árbol cerca de su casa en Long Island. En el accidente falleció otra persona y resultó herida la estudiante Ruth Kligman, su amante.

Derramaba pintura desde el pincel, ayudado por la fuerza de gravedad o directamente desde los tarros de tamaño industrial. El anticuado caballete quedó en el pasado al adoptar esta técnica llamada dripping. Inspirado en los rituales de los nativos estadounidenses y los sonidos del jazz, con sus movimientos casi coreográficos alrededor de los lienzos horizontales deseaba registrar sobre la tela sus gestos físicos y electrizantes cambios de ánimo, siempre en corto circuito. “En el piso me siento más a gusto”, decía. “Me siento más cerca y formando parte de la pintura, ya que así puedo caminar alrededor de ella, trabajar por los cuatro lados y, literalmente, estar dentro de ella”.

La muestra del MoMA exhibe la evolución del artista desde 1934 hasta su muerte a los 44 años. Son 58 piezas que representan todas las fases de su carrera y la amplia gama de materiales y técnicas que empleó. La selección abre con una caja de madera de cigarros que pintó en la década de los 30, poco después de su llegada a Nueva York desde California, a los 18 años. Luego vienen cuadros figurativos al óleo, todavía sobre caballete inspirados en mitos, arquetipos junguianos y metáforas del inconsciente, nacidos durante las sesiones de psicoanálisis para curar el alcoholismo y la depresión.

A lo largo de dos décadas, Pollock transitó hacia la abstracción radical representada en las pinturas “chorreadas” que marcaron el punto cúlmine de su carrera. Unas de las primeras de estas obras es Free form, de 1945. A un fondo rojo añadió serpenteantes laberintos de manchas en blanco y negro. Cada “chorreo”, que hacía con pinceles endurecidos, palos o jeringas, representaba una personalísima caligrafía, una danza vital y dinámica. Así inscribió su nombre dentro del expresionismo abstracto y sus innovaciones ayudaron a dar a conocer a nivel internacional este primer movimiento de vanguardia estadounidense de posguerra.

Pura pintura

No hay otro museo que tenga más Pollock en su colección y ninguno cuenta con su obra más impresionante: One: Number 31, de 1950. Una hazaña de más de dos metros y medio de largo, que envuelve al espectador, pintada a escala monumental y a gran velocidad con mareadores trazos negros, blancos, grises, verdes y cafés, que bien podrían representar explosiones cósmicas o microbianas al mismo tiempo. En esa época dejó de bautizar a sus cuadros con títulos y comenzó a ponerle números. Su esposa, la artista Lee Krasner, explicó el cambio: “Los números son neutrales. Hacen que la gente mire una pintura como lo que es: pura pintura”.

La neoyorquina Peggy Guggenheim fue la primera en confiar en él y se convirtió en su mecenas. Pollock trabajaba como un humilde carpintero armando bastidores en el subsuelo del museo de Salomón Guggenheim, cuando envió una obra a un concurso organizado por Peggy que fue elogiada por Mondrian. Para que dejase el alcoholismo y pudiera pintar sólo obras para ella, la millonaria le pagó un salario mensual. La coleccionista lo estimuló en la búsqueda de nuevos medios expresivos y lo lanzó a la Bienal de Venecia, en 1950.

Además de sus piezas maestras y grandes lienzos, pruebas de su habilidad y destreza técnica, la exposición también cuenta con dibujos, litografías y serigrafías poco conocidas. Casi al final de la muestra hay dibujos creados después de las pinturas “chorreadas”. En uno de 1951 emplea una técnica muy oriental, donde con delicadeza filtra tinta en un papel japonés absorbente. Pollock trabajó en un taller de grabado comercial en 1943 y llevó a su casa bastidores. En esas impresiones repitió un rostro que parece sacado del Guernica de Picasso como una forma de probar diferentes tipos de diseño.

Las obras exhibidas en el MoMA revelan su hambre de experimentación y muestran la influencia de la técnica surrealista del dibujo automático que le enseñó a liberarse de las ataduras convencionales y dejarse llevar por el movimiento inconsciente, pero firme, de su mano. Ese gesto revolucionario que lo empujó a convertirse en la figura principal de la abstracción de la segunda mitad del siglo XX.

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