Noruega, Suiza e Islandia, junto a Liechtenstein, conforman el Acuerdo Europeo de Libre Comercio (AELC), el cada vez más pequeño club de países de Europa Occidental que no se han sumado a la Unión Europea. Unas naciones que se han animado a mantenerse al margen de los designios de Bruselas y que podrían haber evitado el mal trago que ha significado la crisis de la zona euro o de la deuda. Sin embargo, esa tormenta financiera también los golpeó, aunque tuvieron las manos más libres para gestionar solos y, según sus intereses, los planes de recuperación como sucedió, por ejemplo, con Islandia.
Un caso excepcional es el de Noruega, que vive tranquila gracias a las ganancias del petróleo y el gas. Mientras la gran mayoría de sus vecinos reducen sus gastos, este país -cuya población rechazó mediante plebiscitos en 1972 y en 1994 la adhesión del país a la UE- invierte sus ingresos en su fondo soberano. Las ganancias y los impuestos de la industria de hidrocarburos le dan al gobierno US$ 1.000 millones semanales, una situación que les ha permitido proyectarse en largo plazo. Gran parte de esos ingresos van a parar al Banco Noruega de Manejo de Inversiones, que constituye el mayor fondo del mundo. El 96% de las ganancias e intereses se reinvierte fuera del país para que no sean usados políticamente y el 4% restante financia el gasto público. Gracias a eso tiene US$ 800.125 millones en activos financieros.
Estas espaldas anchas le permiten tomarse con calma las oscilaciones del mercado bursátil. Así, por ejemplo cuando compraron acciones de Facebook, vieron cómo su valor se desplomaba, pero, a diferencia de muchos otros, no se apresuraron a venderlas. "En tiempos de turbulencia tenemos la posibilidad de sentarnos a esperar que pase", dijo Yngve Slyngstad, presidente ejecutivo del Fondo de Pensiones de Noruega, a la cadena BBC.
Suiza, en cambio, si bien no se vio muy agobiada por la crisis, sí tuvo que enfrentar algunos problemas. El país helvético, que basa su economía en un sector de servicios altamente desarrollados, liderado por los servicios financieros y una industria especializada en la producción de alta tecnología, no fue inmune a los problemas de sus vecinos. Esto, porque la mitad de sus exportaciones las adquieren los países de la zona euro.
La crisis financiera mundial de 2008 y la recesión económica de 2009 estancaron la demanda de exportaciones y Suiza entró en recesión. El PIB decreció en 1,9% en 2011 y 0,8% en 2012. Pero este año ya dio muestras de recuperación, apoyada por el gasto público, el sector de la construcción y un repunte de las exportaciones. En el tercer trimestre, el PIB suizo creció 5,5%, al mismo ritmo del trimestre abril-junio, y a una tasa interanual de 1,9%.
Un fenómeno extremo representa el caso de Islandia. En 2008 esta isla vio cómo los principales bancos colapsaban y arrastraban a la economía nacional. El valor de la moneda local cayó un 50%, el desempleo subió hasta el 10% y se produjo una fuga de capitales. Para salir de ese agujero tomaron una medicina potente, con altos costos sociales. Impusieron controles de capital, introdujeron al menos 100 nuevos impuestos y se ahogó el gasto público. Pidió prestado dinero, dejó morir a los bancos privados causantes de la crisis y los inversores perdieron todo. Miles de islandeses se fueron del país.
Y si bien durante 10 trimestres seguidos su economía se contrajo, poco a poco comenzó a levantar cabeza y ahora ya lleva siete trimestres creciendo a una media del 2,5% anual, para envidia de muchos países europeos. El desempleo está por debajo del 5% y está volviendo la confianza.