Son pasadas las 22 horas en el videoclub Lar, ubicado en la calle Rancagua con Seminario, en Providencia, y suena una campanilla ubicada en la puerta que anuncia la llegada de un cliente. Este pide al vendedor unos cigarrillos caja dura, los cancela y rápidamente se retira del local. Lo mismo hace una mujer que conversa con su madre por el estado de salud de su hija, mientras cancela su cajetilla de 10.
El supermercado más cercano cerró sus puertas hace pocos minutos y el único lugar para adquirir tabaco es el videoclub.
Con más de 10 mil títulos y un sector exclusivo para el cine-arte, su dueño, Patricio Araya, tuvo que apelar a la venta de otros productos, como bebidas, helados, snacks e incluso café preparado, para atraer más público. Atrás quedó el año 1998, cuando partió el negocio con cinco locales distribuidos en distintas comunas de la capital. Hoy sólo funciona uno.
Y es que el anuncio del cierre de todos los locales de Blockbuster en Estados Unidos, el mayor referente noventero de arriendo de películas en el mundo, marcó un antes y un después.
La franquicia de la marca en Chile siguió los mismos pasos y anunció que los 11 locales que tenía en Chile bajarían sus cortinas a fines de 2013.
Ellos también intentaron adaptarse a los vaivenes del mercado, sumando a su oferta la venta y arriendo de videojuegos. Sin embargo, las cifras los obligaron a cerrar.
Eso evidenció los efectos de la competencia. La piratería y la visualización instantánea de películas on line con bajos costos han tomado fuerza, del mismo modo que lo hizo en la década del 2000 la aparición del DVD y que hizo desaparecer definitivamente el VHS (Video Home System).
Efectos que los dueños de videoclubs en Santiago han sentido. Sin embargo, los más románticos han preferido seguir en el rubro, pero adaptándose a las necesidades de sus clientes.
Bien lo sabe Juan Navia (68), dueño del videoclub Magnolia, ubicado en Huérfanos, en pleno centro, quien asegura tener la mayor oferta de películas en formato Blu Ray y 3D: mil títulos.
Partió el año 2000 con cuatro locales, los que fue cerrando con el paso del tiempo.
Asegura que al mercado del arriendo de películas no le queda más de cinco años. Sin embargo, se atreve a decir que sigue siendo un buen negocio. "Como somos pocos, los más antiguos seguimos teniendo a nuestra clientela cautiva", asegura.
Para él, "ver las películas bajadas de internet o compradas de forma pirata no es lo mismo en calidad con una arrendada y la gente se está dando cuenta de eso. Cuando las bajan, muchas veces se ven mal o vienen sin subtítulos, lo que genera la sensación de disgusto. No así con las originales", explica.
Según cifras que maneja la Policía de Investigaciones, PDI, entre 2011 y 2013 se incautaron 551 mil películas en diligencias que se realizaron en el casco histórico de Santiago, Meiggs, Recoleta y ferias libres de los sectores periféricos. "Lo que significó un perjuicio económico para las empresas y el Estado de 1.684 millones de pesos", asegura el subcomisario de la Brigada de Delitos de Propiedad Intelectual, Richard Biernay.
Para Alejandra, que atiende el videoclub Mundo Planet, ubicado al interior de la Galería Merced, la baja en el público es notoria. "Hace unos cinco años el local era atendido por tres personas. Ahora estoy yo y sólo el lunes y el viernes viene otra persona a ayudarme por las tardes". La estrategia de Mundo Planet fue agregar a la oferta de 40 mil títulos, musicales y películas para niños.
Según el escritor Oscar Contardo, "la tecnología del videocasete alteró no solamente la diversión doméstica, sino también, de manera sutil, la ciudad. El comercio del arriendo de películas fue un punto nuevo de referencia en el mapa de los cinéfilos, esa extraña especie de coleccionistas que, como tales, tienen un refugio en la compulsión y en los hábitos de disfrute", indica.
Así también lo sienten aquellos cinéfilos que disfrutan con ingresar a un videoclub, darse el tiempo de leer las críticas y descripciones que vienen al dorso de las carátulas y que, si queda alguna duda, terminan de tomar su decisión con la opinión que le da la persona que atiende el local.
" Si los videoclubs sobreviven, lo hacen gracias a la voluntad de aferrarse a la costumbre y ya no a la necesidad", concluye Contardo.