A las siete de la mañana suena el despertador de Olexandre, un soldado ucraniano de la base aérea de Belbek en Crimea. Empieza un nuevo día para él, otro más rodeado por un ejército extranjero.

Desde hace cinco días, este mecánico de aviación de 27 años no vuelve al apartamento en el que vive con su mujer y su bebé de seis meses al otro lado de  la reja del aeropuerto militar de Sebastopol.

"Normalmente trabajo de 08.00 a 17.00", explica a la AFP este joven de ojos azules cerca de la verja de una de las entradas de la base. "Lleno el depósito de los aviones. Pero desde que los rusos llegaron dormimos todos aquí, en dormitorios comunes. Montamos guardia. Nadie sabe cuánto tiempo va a durar. Por el momento dejan entrar las provisiones, comemos como de costumbre", cuenta.

Una mañana vieron como llegaban soldados armados y organizados sin  insignias pero fácilmente reconocibles e identificables como fuerzas de élite de Moscú. La consigna era evitar la confrontación. Entonces los militares ucranianos se replegaron hacia los cuarteles de la parte baja de la base, abandonando las pistas y los aviones, que quedaron en manos de los rusos.

"Ahora las órdenes son permanecer cerca de la puerta durante cuatro horas, luego llega el relevo", afirma. Viste un chaleco antibalas y el Kalashnikov que  lleva en bandolera no tiene cargador. "Tenemos que quedar dos horas más despiertos, porque nos pueden llamar para una urgencia y a continuación podemos dormir dos horas".

"¡RUSIA! ¡RUSIA!"

Y hablando de urgencias, un centenar de manifestantes prorrusos, con banderas y megáfono, se acercan a gritos de "¡Rusia! ¡Rusia!" al portal cerrado  por una cadena y un candado.

Bajo las órdenes del comandante Oleg Podovalov, número dos de la base, los  hombres se colocan en tres filas delante de la entrada. Ninguno está armado y  llevan las manos en los bolsillos. Seis soldados pasan enmascarados y con casco  y porras, pero se esconden detrás de un muro.

"¡Queremos hablar con un responsable!", suelta un hombre de cabello canoso y cazadora de cuero negra.

"Adelante, soy yo", responde el oficial.

"¡Nuestros abuelos combatieron juntos en el glorioso ejército soviético y ahora le estáis haciendo el juego a Estados Unidos!", exclama este hombre por su megáfono rojo y blanco. "¡Sean valientes! No le hagan el juego a los  bandidos que tomaron el poder en Kiev!".

El oficial le mira a los ojos, sonríe pero no dice ni una palabra.

"¡Cobardes, cobardes! ¡Vergüenza, vergüenza!", grita. Una anciana echa  chispas: ¡Sean valientes, no le hagan el juego a la OTAN!".

Olexandre permanece a distancia, con las manos metidas entre las mangas para resguardarse del frío.

NO TIENEN LECCIONES QUE DARNOS

"Mis padres defendieron la Unión Soviética, los dos eran soldados. Mi padre  murió cuando yo era niño. Mi madre era ingeniera en el ejército, construyó los edificios que está viendo. Por lo tanto esta gente no tiene lecciones que darnos", dice.

¿Una guerra con Rusia? "Una posibilidad entre dos, siempre es posible. Estoy un poco preocupado por mi familia. Pero si hay que luchar, lucharemos. Por el momento los soldados rusos que están alrededor de la base no son muchos  y sólo llevan armas ligeras. Tenemos aviones, blindados. Y si ellos reciben refuerzos, nosotros también, de otras regiones de Ucrania", asegura.

Al cabo de media hora, los civiles bajan las banderas, se dan media vuelta y se dirigen al pueblo. Un hombre escupe al suelo.