Surgieron de forma rápida y más bien silenciosa por la península de Crimea: los controles de carreteras, siempre bien resguardados y a veces agresivos.

Es una situación que Roman Borodin y su esposa, Tanya, quieren dejar atrás. Su departamento de Sebastopol, ahora lleno de cajas, evidencia los preparativos de la mudanza. Se van de Crimea a Kiev, preocupados por el futuro de su hija de cuatro años, Masha.

Son de etnia rusa, pero están lejos de esos que ahora impulsan a Crimea a caer en brazos de Moscú.

"Nos vamos porque la situación es demasiado impredecible", dice Borodin. "No sabemos lo próximo que hará el Presidente (de Rusia) Vladimir Putin. Temo que haya una guerra. No quiero que Crimea se convierta en Bosnia o Kosovo, es terrible".

Pero también son muchos los miembros de la mayoría de etnia rusa en Crimea que han pedido abiertamente la intervención de Moscú. Consideran a los revolucionarios de la plaza de la Independencia de Kiev como "fascistas".

Es un reclamo que parte de que hay grupos de extrema derecha entre los que apoyaron el levantamiento que sacó del gobierno al Presidente Viktor Yanukovich. También, pesa mucho la historia del nacionalismo de Ucrania occidental durante la Segunda Guerra Mundial.

Los que controlan los impuestos argumentan que las comunidades locales necesitan ser protegidas, pero también muchos creen que son una seria amenaza para la seguridad.

En la carretera desde Sebastopol, la capital, hacia Simferopol, uno de los puestos lo mantienen policías ucranianos desertores de Kiev y unidos al gobierno prorruso autónomo de Crimea, soldados fuertemente armados con sus fusiles AK-47 y un grupo de cosacos, entre los que había uno dispuesto a hablar. "Vengo de Rusia", reconoce. "Tenemos derecho a estar aquí porque los crimeos nos han pedido ayuda para protegerlos de los fascistas del oeste de Ucrania". Pero Borodin y su familia, que ya están listos para marcharse, afirman que no quieren el apoyo de Rusia.