“No se puede mentir toda la vida”, dice Rodrigo Núñez Arancibia. Pero él pudo hacerlo durante 11 años, hasta que la mañana del 18 de junio el secretario académico de su universidad lo encaró y tuvo que reconocerlo todo.

Desde 2004 hasta hace poco más de un mes este chileno de 42 años era un reconocido profesor en la academia mexicana. Trabajaba en la Facultad de Historia de la Universidad Michoacana San Nicolás Hidalgo, donde tuvo cargos como jefe de la División de Estudios de Postgrado y director de magíster. Había publicado además numerosos artículos académicos, presentado ponencias de distintos temas, era parte del Sistema Nacional de Investigadores de Conacyt (Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología de México) y tenía el estatus de docente “deseable”.

Hoy en cambio, se sabe que una parte importante de su carrera se sustentaba en la copia del trabajo de otras personas y que entre 2004 y este año plagió al menos 12 artículos y capítulos de libros. Por eso, algunos de sus pares y la prensa mexicana lo llaman un “plagiador serial”.

Rodrigo Núñez ahora está en Chile. Se ve ojeroso y no quiere hablar con nadie. Su voz se quiebra, le cuesta mirar a los ojos y sus manos tiemblan. No tiene trabajo y dice -probablemente sin equivocarse- que su carrera académica ha terminado. “Yo sabía que iba a chocar como un tren contra una pared, haciéndome pedazos. Y eso fue lo que pasó”, afirma.

El buen alumno 

Rodrigo Núñez estudió en la Universidad de Chile, donde obtuvo su grado de licenciado y magíster en Historia. Él dice que era autoexigente, solitario y depresivo, y quienes lo conocieron en esos años concuerdan. El profesor de historia Hugo Aravena fue su compañero en la carrera y realizaron la tesis en conjunto. “Él era un muy buen estudiante. Nunca tuvimos un atisbo de que podría hacer algo así”, afirma.

En la misma universidad, Núñez hizo su magíster y tuvo como guía a Eduardo Cavieres (Premio Nacional de Historia 2008) quien ya había sido su profesor. “Me duele mucho fallarle a él”, dice llorando. “Me aconsejó que fuera al psiquiatra y que pidiera disculpas”.

Su entorno en Chile recalca que el historial de plagios de Núñez comienza en México a donde llegó a hacer un doctorado. Partió sin apoyo, pero estando allá consiguió becas del prestigioso Colegio de México, la institución en que estudiaba, que como es habitual en estos casos, estaban condicionadas a que se graduara en los plazos correspondientes. Y él cumplió. Lo que nadie notó en ese momento era que la tesis que presentó era una copia casi íntegra del libro de la académica Cecilia Montero, La revolución empresarial chilena, de 1997, a la que él le cambió el título y le puso Las transformaciones del empresariado chileno: empresarios y desarrollo. “Asumo la responsabilidad, hay un plagio”, dice ahora.

—¿Por qué lo hizo?

—Había situaciones que no había podido resolver, desde un punto de vista académico, y frente a las presiones del medio y personales, cometí un gran error. Necesitaba más tiempo y no podía, dado que tenía que cumplir algunos parámetros que uno imaginariamente se va colocando.

—¿No le dio miedo que su profesora guía lo detectara?

—Obviamente. Pero yo también hice investigación. Venía trabajando el tema y lo que plagié estaba dentro de la bibliografía que estaba ocupando. Lo que pasa es que está reflejada en un texto más amplio que la tesis que entregué, y que llegaba más o menos a los mismos resultados que la autora concluye.

—Pero aún así usó el libro de Cecilia Montero

—En la parte medular, sí.

El 21 de julio de 2004 Núñez recibió el grado de doctor y llegó recomendado por un amigo a trabajar a la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, una institución estatal ubicada en Morelia, a tres horas de Ciudad de México. Estando ahí, en 2007, postuló al Sistema Nacional de Investigadores (SNI), un organismo perteneciente a Conacyt que les entrega financiamiento a sus miembros para que  hagan estudios, pero el comité evaluador rechazó su solicitud. “Fue por mi falta de publicaciones”, explica Núñez y agrega: “Hice investigación en un principio, pero después la presión fue un poco asfixiante. Tienes que ir cumpliendo en todos los planos para que puedas seguir siendo profesor, incluyendo una cantidad no menor de artículos de calidad, y obviamente una innovación creativa que yo no estaba haciendo”.

Ese mismo año Núñez se presentó, en agosto, en el XXVI Congreso de la Asociación Latinoamericana de Sociología, en Guadalajara, con un trabajo sobre etnias. Una presentación idéntica a la que ya había publicado en la revista Proposiciones la académica de la Universidad de Concepción, Andrea Aravena. Tras otro intento fallido, en 2009 fue aceptado en el SNI, y a partir de 2010 empezó a recibir unos 850 dólares del Estado mexicano como apoyo a su investigación. Junto con eso los casos de plagio siguieron creciendo. Según él, la mentira se fue convirtiendo en una mochila insoportable. Dice que pasaba el tiempo entre las clases y encerrado en su oficina. Apenas conversaba con sus colegas. Dormía mal, tenía crisis de angustia. “Yo todo esto lo viví solo. Nunca he estado en pareja, tenía pocos amigos. Empecé a ir al psiquiatra y a tomar medicamentos. Me detectaron depresión crónica. Me dedicaba al trabajo, pero estaba perdiendo el juicio”.

Modus operandi 

Núñez generalmente publicaba en revistas de un país distinto al del autor original, pero dice que no fue calculador. Explica que lo que hacía “era un plagio tonto y burdo”: copiaba íntegramente los textos y sólo realizaba pequeños cambios de palabras, al título o al resumen. A pesar de eso, y de estar en un mundo conectado, pudo plagiar a casi 20 investigadores sin ser descubierto.

—¿Cómo pasaron 11 años sin que nadie se diera cuenta?

—Yo creo que faltan mecanismos de prevención al plagio académico. Es mucho más común de lo que se cree.

—¿Hubo debilidades del sistema que jugaron a su favor?

—A pesar de que existe una red tan globalizada, es demasiada la hiper -especialización en las líneas de investigación. Es imposible que los pares investigadores de otros países puedan leer todo lo que se publica y que estén cien por ciento al día de todo lo que se está difundiendo.

Osvaldo Silva, académico de la Universidad de Chile y director de la revista Cuadernos de Historia, fue profesor y víctima de Núñez. A fines de 2012 publicó en la revista, sin saberlo, un artículo de Núñez que ahora sabe era un plagio a un documento de Rafael Rojas, investigador del CIDE (Centro de Investigación y Docencia Económica). “Corroboré que era una copia textual de la primera a la última palabra y no lo podía creer”, dice pero, después agrega: “El plagio no puede eliminar el afecto. Al principio me preocupé por las medidas que se tomaron allá y cómo iba a quedar él, porque es muy depresivo”.

Silva reconoce que con la gran cantidad de investigaciones que se pública hoy es difícil estar al día. “Sólo en mi área aparecen unos 10 artículos al mes, más los libros. Tendría que dedicarme 20 horas al día para leer todo”.

A Núñez eso lo ayudó. “Uno puede encontrar textos que nunca han sido vistos. Además de dar clases y trabajar, nunca perdí el hábito de ser un buen lector”, confiesa.

Muchos de los autores plagiados, como la argentina Rosa Belvedresi o la chilena Andrea Aravena, creen que tener publicados sus trabajos sólo en medios impresos y no tenerlos disponibles en internet también le facilitó el camino a Núñez, quien además expuso en al menos 10 seminarios o congresos con trabajos de otros. Entre ellos, uno de la mexicana Eugenia Roldán Vera, del Instituto Politécnico Nacional, sobre el sistema de educación lancasteriano. Para esa ponencia, que dio en 2009, cambió el título, quitó el epígrafe y dos citas. Recuerda que fue uno de los trabajos que más le elogiaron. “Es muy innovador lo que plantea, la gente me preguntó mucho”, dice.

Roldán Vera se enteró hace un mes de que había sido plagiada: “Me sentí ultrajada cuando supe. Si lo elogiaron con mi ponencia, me conformo con saber que esos elogios eran para mí”, afirma.

José Antonio Aguilar, investigador del CIDE y coeditor de un libro del cual Núñez plagió un capítulo, explica que este tipo de copias también fueron posibles porque hay poco contacto entre los académicos. “Es una academia fragmentada y eso lo aprovechó”, dice el investigador, quien escribió una crónica contando el caso en la revista mexicana Nexos.

Por su parte, Núñez dice que saber inglés también lo ayudó. Tradujo y publicó la introducción y varios capítulos del libro Religion and Society in New Spain (2007) afectando a 10 académicos de universidades en Estados Unidos, Canadá e Inglaterra.

Los filtros

El sistema académico de publicación descansa en que las revistas revisen acuciosamente las investigaciones que publican para que estas sean originales y reales. Jaime Valenzuela, director de la revista Historia de la Universidad Católica, una de las pocas chilenas del área que no está involucrada en este escándalo, explica el proceso que siguen cuando un autor envía un artículo: “Primero hay una evaluación por parte del equipo editorial y una exploración en internet para buscar plagio. También se busca el autoplagio -bastante común, por lo demás-, el cual en general es más fácil de detectar. Luego de pasar esta fase, las propuestas son enviadas a al menos dos especialistas del área temática, uno nacional y otro internacional, externos a la revista, y con un sistema de doble ciego (el revisor no sabe el nombre del autor y viceversa)”.

Estos son los filtros que Núñez sorteó. Sólo acá en Chile logró poner artículos plagiados en al menos cinco revistas académicas: la de la Universidad de Chile, Usach, Católica de Valparaíso, de Tarapacá y Academia de Humanismo Cristiano. En las últimas semanas ellas han tenido que hacer un “retracto”, es decir, retirar los artículos que le habían publicado y explicar las razones.

Según Osvaldo Silva, en su caso se cumplieron todos los protocolos. “Era muy difícil detectar que estaba plagiado ese artículo, porque era un documento de trabajo del CIDE y no sé cuándo lo pusieron en la red, y luego se publicó en un libro que ni siquiera está aquí en Chile”. Por su parte, René Salinas, editor de la Revista de Historia Social y de las Mentalidades, de la Usach, argumenta que hicieron una revisión muy detallada en la web pero que, como en su caso era una traducción del inglés al español del artículo de un libro, era muy difícil que pudieran encontrarlo.

Sin embargo, Silva admite que en un momento empezó a tener dudas. “Me extrañaba que abarcaba muchos temas distintos. Era alguien que casi conocía toda la historia de América y en todas las épocas, y era muy joven para eso”. Núñez transitaba por temas como el empresariado chileno, la Revolución Mexicana, la enseñanza en Hispanoamérica, la Inquisición y hasta las monjas indígenas.

Gabriel Negretto, ex editor de la Revista Política y Gobierno del CIDE de México, y cuyo trabajo también fue plagiado por Núñez quien lo publicó en la revista Historia 396, de la Universidad Católica de Valparaíso, hace una dura crítica a los procesos de revisión. “La seriedad con que se aplica el sistema es muy desigual. Si sumas a eso la presión que se recibe, el que te valoren por el número de publicaciones, más que por la calidad, y además que tienes un sistema de publicaciones especializadas cuya calidad de revisión es deficiente, pues ahí tienes la receta para entender por qué Núñez hizo lo que hizo”.

La presión. Esa es una palabra que repiten varios de los académicos entrevistados cuando se les pregunta por el sistema en que se desenvuelven. También usan otra: perverso. Dicen que el medio es exigente y que se privilegia más la cantidad que la calidad de publicaciones. “Los investigadores tenemos un pago, pero hay un complemento importante, casi equivalente al sueldo base, que viene de Conacyt. Estos estímulos están directamente relacionados con el número de investigaciones que uno tiene y dónde las publica. Para entrar al sistema hay que tener artículos o capítulos de libros, y para mantenerse hay que publicar anualmente”, dice la mexicana Eugenia Roldán. En Chile, la situación no es muy diferente.

Esa era la presión que asfixiaba a Núñez. “Tenía temor de ser descubierto, pero más miedo tenía de no estar a la altura de lo que se me pedía, de no poder mantenerme profesionalmente. Ese era el miedo que más me pesaba”.

La caída 

“Soy el doctor Rodrigo Núñez, a quien usted denuncia como plagiario, según antecedentes dados completa y contundentemente”. Es la primera frase de un correo que recibió el 2 de septiembre de 2014 Andrea Aravena, días después de escribirle al académico increpándolo por tomar un trabajo que ella había publicado en 2006. Núñez se inquietó. Rápidamente le respondió que debía tratarse de un error y que alguien había puesto su nombre en esa ponencia. Le dijo que él no había participado en ese congreso y que iba a pedir a la revista que sacara el ejemplar. Además, le ofreció medidas compensatorias, como financiar un libro con sus trabajos. “Nunca le creí”, dice Aravena, quien se dio cuenta del plagio cuando sus ayudantes encontraron una tesis donde se citaba el documento de Núñez. “Al googlear el artículo, en vez de encontrar el mío, encontré el de él, pero nunca me reconoció el plagio”.

Núñez ahora sí lo reconoce: “Le respondí que estaba hackeado mi mail, lo cual no era verdad. Le ofrecí financiar una publicación, para resarcirla por la culpa que sentía, pero eso quedó en nada”.

—¿Por qué le mintió?

—Porque me costaba reconocer todo lo que había generado. Mi jefe cuando supo me dijo que había que aclarar la situación. A él también le dije que había sido hackeado el mail, y al principio me creyó.

Núñez dice que después de eso no volvió a copiar. Uno de los últimos plagios fue a un artículo de la profesora mexicana Mónica Díaz, de la Universidad de Kentucky, sobre la identidad de las monjas indígenas, que salió publicado el año pasado en la revista Tiempo Histórico, de la Universidad  Academia de Humanismo Cristiano.

Un académico de su universidad dice no saber por qué no se tomaron las medidas cuando Aravena denunció: “Carecemos de un comité de ética que atienda estos asuntos. Yo me pregunto por qué no se actuó con mayor rapidez”.

Pero tras el episodiola angustia de Núñez aumentó tanto que se lo contó a su psiquiatra. “Ahí entendió todo el puzle, dijo que necesitaba más ayuda, porque tenía un tema de trastorno de personalidad. Había que ver dónde se me había cambiado la perspectiva, la realidad. Yo creo que fue cuando plagié la tesis”.

Pese a que Núñez intentó mantener un bajo perfil, este año  el Instituto de Investigaciones Históricas de la universidad donde trabajaba empezó a investigarlo. Descubrieron que un capítulo que había escrito para el libro Revalorar la Revolución, de 2011, era la copia de un texto que la académica española Rosario Sevilla, de la Escuela de Estudios Hispano–Americanos de España, había publicado en la revista de la Usach. A partir de eso, los descubrimientos se fueron sucediendo y a principios de junio comenzaron a advertirles a algunos de los académicos plagiados.

En los últimos meses el caso se volvió un escándalo tanto dentro como fuera de la universidad, pero Núñez aún no lo sabía. Hasta que el 9 de junio recibió un correo de la académica argentina Rosa Belvedresi preguntándole acerca del plagio. Nuevamente respondió que su correo había sido hackeado, pero Belvedresi no le creyó. “Después de lo de Rosa ya no pude más. Sabía que había una preocupación, no sólo de la facultad, sino que a nivel de rectoría”, explica.

El 16 de junio el rector de la universidad, Medardo Serna, fue informado del caso y dos días después Núñez estaba fuera de la casa de estudios. A las dos semanas el Colegio de México le quitó el grado de doctor. Fue la primera vez en sus 75 años que la institución le revocaba el grado a alguien por plagio. “Cuando me avisaron, me sentí completamente desnudo. Hay una cuestión de arrepentimiento no menor. Perdí toda mi vida, todo lo que había desarrollado. No hay más”, dice Núñez. El miércoles envió una carta a Conacyt, como parte de su derecho a réplica, y en la última semana les ha mandado correos con disculpas a los editores de las revistas.

—¿Y a los autores?

—Aún no, me falta. Es duro. Pero esta semana lo hago.

—¿Cree que merece una segunda oportunidad?

—En estos momentos no. Yo sé que no soy sólo el plagiador serial que se dice, hice clases, hice investigación, pero es una vergüenza muy grande. Ahora estoy asumiendo la sanción social de haberle fallado a mucha gente, que es lo que más duele, y las sanciones que vengan. Pero si fallé en algo tan básico, como la responsabilidad moral de ser honesto, algo que aprendemos de niños, primero tengo que volver a eso para reconstruirme.

LAS CONSECUENCIAS 

El 6 de julio apareció en el diario El Universal de México la primera noticia del plagio de Núñez y desde entonces el tema no ha dejado de comentarse en ese país. Pero con la revocación del grado de doctor, y la salida de la Universidad Michoacana, la historia no ha terminado. El Conacyt debe dictar un fallo en su caso, lo que sucedería en los próximos días, determinando las sanciones. La más dura podría ser la expulsión por 20 años del Sistema Nacional de Investigadores. Sobre si debe devolver el dinero entregado, es un tema que Conacyt reconoce que no ha resuelto.

La mayoría de los investigadores plagiados reclaman que ni Núñez ni la Universidad Michoacana les han pedido disculpas. La española Rosario Sevilla, por ejemplo, cuenta que se enteró por un periodista de El Universal y que aún nadie se contacta con ella. El 29 de julio pasado, a raíz de este caso y otros más, un grupo de 22 académicos publicó una carta abierta en el diario El País de España, llamada “Por una cultura académica distinta: propuestas contra el plagio”, en la que se solicita, entre otras cosas, “el establecimiento de una política de tolerancia cero frente al plagio académico”.