ENFRENTAMIENTOS, tomas de predios, carabineros y comuneros mapuches muertos. Esas son las imágenes que desde hace años se asocian con la Novena Región, que pocas veces llega a los grandes titulares por motivos distintos al conflicto indígena. Sus calles, en tanto, cuentan una historia menos estridente, pero más compleja.
Empresarios, representantes de las comunidades mapuches y ciudadanos de a pie señalan con fuerza que La Araucanía no es la zona de violencia a la que frecuentemente se le achacan incidentes como el ocurrido esta semana en Tirúa (Región del Biobío) y que dejó siete carabineros heridos y casas quemadas. También declaran con fuerza que la región está a años luz de enfrentar conflictos armados todos los días. Pero en sus calles, en sus campos, hay un problema. Uno subterráneo y que estalla pocas veces, pero que vive bajo la piel de sus habitantes. Una herida que no sangra, pero cuya inflamación recuerda de tanto en tanto la necesidad de hacerse cargo.
VIVIR EN EL EPICENTRO
Es mediodía en Pidima, una localidad de no más de 700 habitantes ubicada en Ercilla, en la Región de La Araucanía. Es mediodía y nada perturba el paisaje bucólico de un miércoles soleado de marzo, salvo un furgón escolar que levanta polvo en el camino que se interna en las comunidades mapuches y que devuelve a los niños a sus casas. Pero las banderas negras hechas con bolsas de plástico que marcan territorios, la inusual cantidad de zorrillos, buses y furgones policiales apostados en la enorme subcomisaría de la localidad, que además está protegida completamente por muros de concreto, y las vastas extensiones de territorios quemados que hay entre los arbustos, son las señales de que no siempre todo está tan tranquilo.
Es la historia de Ercilla. Sus calles estrechas, el consultorio nuevo (que fue funado por jóvenes de la comunidad Wente Winkul Mapu, que reclamaban la liberación de cuatro de sus integrantes de la cárcel de Angol, para su inauguración en 2012), los furgones de Carabineros que custodian la entrada desde la carretera y las poquísimas personas que recorren el centro de la ciudad son los actores de la parte más visible de este conflicto.
Ercilla, aunque a sus habitantes les disguste y los haga sentir estigmatizados, ha quedado en la retina como sinónimo de fuego y violencia debido a los incidentes que ahí han ocurrido, como los ataques mortales recibidos por el estudiante y comunero Alex Lemún en 2002 y el sargento Hugo Albornoz en 2012. Aquí, dicen los ercillanos, se producen enfrentamientos cerca de una vez al mes, aunque la mayoría de ellos pasan desapercibidos en el centro de la ciudad, pues tienen lugar hacia el interior, en los campos. Pero si bien la supuesta vida bajo fuego entre mapuches y "huincas" (nombre dado a los no mapuches) no es un asunto de todos los días, deja huellas: rayados en todas las cuadras invocando la libertad del pueblo mapuche y el recelo con el que las personas escrutan a un desconocido que pregunta sobre el conflicto delatan la cautela que hay en Ercilla.
Victoria Amigo es la directora del Liceo Alonso de Ercilla y Zúñiga de esta ciudad, que tiene un 64% de estudiantes mapuches y un rehue o altar sagrado en el patio. Ella asegura que el establecimiento tiene un plan de seguridad especial en caso de que se desarrollen incidentes en el pueblo. Si eso ocurre, deben cerrarse todas las puertas y todos los niños deben ser trasladados al patio, lejos de las ventanas que dan a la calle. ¿Cuántas veces se ha ocupado este plan de contingencia? Solo una desde que asumió como directora en 2011. "Aquí no tenemos grandes problemas con los pueblos mapuches, pero siempre está ese temor de que algo pueda pasar", dice.
"La gente piensa que esto es Siria, cuando no lo es", explica Pedro Cayuqueo, periodista y autor del libro Solo por ser indios y otras crónicas mapuches. Una de las razones, a su juicio, es la visión que se populariza desde Santiago, que solo se acuerda de esta región cuando ocurre algún incidente aislado de violencia y que por eso solo la relaciona con altercados. "Acá no hay terrorismo", puntualiza, pero aun así prevalece una sensación de inseguridad que emana de las cifras.
Según la Multigremial de La Araucanía, que agrupa a los representantes de los gremios productivos de la región, los principales objetivos de los ataques, los delitos que ellos denominan de "connotación indígena" denunciados en la zona pasaron de 31 en 2008 a 309 en 2012. La mayoría fueron entre Ercilla y Collipulli, principalmente incendios, daños a las propiedades y amenazas. El más grave fue el incendio de la casa en Vilcún del empresario Werner Luchsinger, quien murió calcinado junto a su esposa, Vivian Mckay. Tras eso, las mujeres de los agricultores de la zona iniciaron la campaña "Paz en La Araucanía", cuyo logo (que usa la misma cinta de la campaña de prevención del sida, pero verde) puede verse en la parte posterior de muchos de los autos que circulan por Temuco.
En Ercilla, la opinión de la calle en torno a la causa mapuche está dividida, pero todos, sin embargo, se quejan de la excesiva presencia policial en la zona, que la hace parecer sitiada. Pamela, que espera en el consultorio junto a su guagua de pocos meses, dice que los constantes controles policiales le producen más inseguridad que otra cosa.
UNA CIUDAD MARCADA
La realidad en la capital de La Araucanía es distinta. En las últimas dos décadas, el sector de servicios se ha desarrollado considerablemente en Temuco. No faltan hipermercados, locales de comida rápida ni tacos, producidos por la enorme cantidad de autos circulando. La ciudad es también muy diversa, con un 31,3% de la población total correspondiente a mapuches, lo que convierte a La Araucanía en la región que proporcionalmente tiene más integrantes de esta etnia. Mapuches y "huincas" conviven bien en universidades y trabajos, y en las calles céntricas, las mujeres mapuches, vestidas con sus trajes típicos, venden albaricoques o verduras.
Si bien el conflicto nunca ha llegado de manera sostenida a la ciudad, hay algunos episodios de violencia que se asocian al conflicto. A comienzos de enero, por ejemplo, tres artefactos explosivos fueron instalados en distintos puntos de la zona residencial de Temuco y la investigación de su origen, asociada a reivindicaciones mapuches, provocó que un helicóptero sobrevolara la ciudad durante varias noches.
Además, durante los más de 20 días que duró el juicio contra el machi Celestino Córdova, condenado a 18 años de cárcel por su responsabilidad en el asesinato del matrimonio Luchsinger McKay, los vecinos de la Villa Olímpica, a los pies del cerro Ñielol, tuvieron problemas para ingresar a sus casas, debido al cerco policial que intentaba controlar a los manifestantes en las cercanías del Centro de Justicia. También hay múltiples rayados que piden la liberación de los mapuches presos o justicia para Alex Lemún y Matías Catrileo, jóvenes mapuches asesinados durante la ocupación de tierras ancestrales pertenecientes a agricultores de la zona. Muchos más de los que en el momento de mayor auge del conflicto estudiantil hubo en Santiago pidiendo educación gratuita.
La vida cotidiana está sutilmente marcada por el conflicto, aunque para la mayoría de la gente no se trate de un tema recurrente. Pedro Cayuqueo dice que si cuando un mapuche llega tarde a una reunión no le dicen: "Ya andabai quemando camiones", es porque no es mapuche. "El humor es una de las formas en que se expresa el racismo y eso está súper instalado". Independientemente de que en lo formal la integración exista en todos los ámbitos, en muchos casos lo mapuche se instala como algo extraño y ajeno. Cayuqueo dice que en el colegio su hija tiene un electivo de lengua indígena y que el establecimiento les pidió permiso a los apoderados para impartirlo. ¿La razón? El año pasado, un apoderado se quejó de la existencia del mismo. La asignatura tampoco causa mucho entusiasmo en el liceo de Ercilla, donde se enseña mapudungún hasta cuarto básico y después sólo se imparte como un electivo. "Los apoderados lo miran con un poco de recelo y al final los niños se aburren", dice su directora, a pesar de que la mayoría de su matrícula la componen estudiantes mapuches.
Lo que se produce es una sensación dual: los "huincas" no tienen problemas evidentes con los mapuches, pero no les gusta ser confundidos con ellos, probablemente por su estigma de "flojos y borrachos", dice Cayuqueo. El apoyo económico estatal que reciben los mapuches en la zona también es motivo de recelo para parte de la comunidad. Los mapuches cuentan con becas y sistema de ingreso especial a la universidad y un subsidio que entrega la Corporación Nacional de Desarrollo Indígena (Conadi) para la compra de tierras. Carlos Arcos, ex dirigente del hogar universitario Lawen Mapu de Padre Las Casas y estudiante de Pedagogía en Ciencias de la Universidad de La Frontera, dice que recurrentemente escucha quejas de parte del resto de los estudiantes por el apoyo económico que recibe su etnia o la posibilidad de instalarse en un hogar universitario y no pagar una pensión. Sin embargo, según Cayuqueo eso es desconocer "que todo esto era nuestro y que ese apoyo es una restitución mínima de lo que nos quitaron".
Pero así como hay cosas que dividen o generan desconfianza, también se han hecho avances hacia un mayor reconocimiento de que es una zona donde conviven distintas culturas.
PASOS INTERCULTURALES
En la década del 90, producto de la creación de la Ley Indígena 19.253, comenzó el reconocimiento de los distintos pueblos originarios distribuidos en el territorio chileno. Este cuerpo legal obligaba al Estado a buscar "nuevas formas de entendimiento, promoviendo el respeto y la protección, y permitiendo espacios diversos de participación activa y democrática por parte de estas etnias". Desde entonces se han hecho esfuerzos que han tenido muy buenos resultados, vinculando la vida de las diferentes etnias que conviven en esta región.
Antonio Lizama enciende el micrófono y les dice a las cerca de 50 personas en la sala de espera del Centro de Medicina Mapuche que ya está lista la tercera ronda de mate de la mañana y que quien quiera puede acercarse a probarla. Los pacientes no son solo mapuches. De hecho, según Doraliza Millalén, la presidenta de la Asociación "Newentuleaiñ", que administra el centro, 40% de quienes concurren al módulo de medicina mapuche del Hospital Intercultural de Nueva Imperial, una ciudad ubicada a 29 kilómetros de Temuco, son "huincas". Esta cifra podría ser mayor, ya que, estima Millalén, si no pusieran una cuota obligada de 60% de atención destinada a personas mapuches provenientes de las zonas rurales, muchas más no mapuches se atenderían en este sistema. "Esa gente ya pasó por el sistema de salud convencional y no le dio resultado", dice Millalén.
En este centro, las pinturas aluden al pueblo mapuche. Donde en un consultorio occidental dice "traumatólogo" o "pediatra", aquí dice "machi". Ahí las "médicas" analizan la orina de sus pacientes y les recetan diferentes medicamentos de base natural para tratar sus enfermedades. No están solas. En el centro también trabajan "puñeñelchefe" (parteras), "ngutamchefe" (componedores de huesos) y "ngulamtunchefe" (apoyo moral). Tan grande ha sido el éxito de este sistema pionero, que en sus ocho años de funcionamiento ha atendido unos 26.200 pacientes, que ya hay otras experiencias en Boroa, Puerto Saavedra y Valdivia.
En 2007, Sernatur también comenzó a dar vida al espíritu de la normativa. Ese año realizó un convenio con la Conadi para potenciar el que hasta esa fecha era conocido como turismo cultural o etnoturismo, caracterizado por el aprovechamiento de experiencias culturales mapuches en la zona. Entre 2008 y 2009 Sernatur realizó ocho talleres, en los que reflexionaron junto a unas 150 personas vinculadas a este tipo de turismo, quienes decidieron que se comenzara a hablar de turismo mapuche y comenzaron a diseñarlo y ponerlo en práctica. Desde entonces, este debe ser ofrecido por mapuches y su escenario privilegiado debe ser la ruca. Hoy existen alrededor de 200 emprendedores en esta área, que reciben facilidades de parte de la institución turística.
Esto ha tenido un impacto positivo en la zona. Según Marco Gutiérrez, encargado de proyectos del Sernatur en la Novena Región, "el turista que busca este tipo de experiencias tiene un mayor nivel educacional y es gente que puede dejar más plata en la región. Ellos vienen con la expectativa del intercambio cultural". El turista nacional tampoco se asusta por las noticias de conflictos en la zona, a pesar de que muchas veces pregunta si un determinado lugar es seguro. De acuerdo con el director regional de Sernatur en La Araucanía, Sebastián Álvarez, la región, "en términos porcentuales, es la que más ha crecido en visitantes, un aumento de 40% entre 2010 y 2013".
Pero si bien se ha avanzado en la última década, a través de la introducción de programas de enseñanza de mapudungún en los colegios, estatuas que destacan al pueblo mapuche en las plazas de las ciudades más importantes y la celebración oficial del We Tripantu o año nuevo mapuche, a juicio de Pedro Cayuqueo esto no dejará de ser "folklore hasta que no se apunte al tema de fondo del conflicto: la política", lo que implica, por ejemplo, una ley de cuotas que asegure la representación del pueblo mapuche.
A eso se suma la pobreza, cuya solución asoma como una de las grandes promesas incumplidas de la región. Según la Encuesta de Caracterización Socioeconómica del año 2011, a pesar de las positivas cifras de empleo del último tiempo, La Araucanía tiene una tasa de pobreza de 22,9%, la más alta en un país donde el promedio es de 14,4%. No ha perdido ese estatus desde 1990, cuando comenzó la medición.
Una de las aristas de este problema tiene que ver, a juicio de algunos, con el conflicto indígena. Según Emilio Taladriz, presidente de la Multigremial de La Araucanía: "El capital es cobarde y se instala donde hay seguridad para hacer inversiones. En esta zona no la hay". Generar nuevas inversiones en zonas de riesgo es imposible, dice. Incluso se han hecho esfuerzos privados para aumentar la escolaridad y disminuir la pobreza, explica, como "Araucanía aprende", pero se desincentivan debido a los atentados en las zonas rurales. Para otros, la responsabilidad es de un Estado que no ha sabido hacerse cargo del tema y que se farreó a una región que a comienzos de los 90 figuraba en los primeros lugares de desarrollo en América Latina.
En La Araucanía, mientras tanto, el conflicto sigue viviendo subterráneo.