Se trata de aquellos que en el colegio respondían con susurros al  profesor cuando pasaba lista. Los que optaron simplemente por usar su segundo nombre o quienes se cansaron de ser nombrados en diminutivo, porque llevan el mismo nombre que su padre o madre. Disconformes con su nombre, cada vez más chilenos deciden modificarlo. En las últimas dos décadas, estos casos se elevaron en 14,4%, pasando de 36.313 personas en 1990, a 41.561 en 2008.

Es el caso de Natalia (29), bautizada como Janitza, nombre que nunca le agradó. "No me gustaba, era raro y sonaba extraño. Nadie lo entendía y me preguntaban si era con J, con G o Z", cuenta. Como tampoco le gustaba su segundo nombre, Denisse, a los 15 años tomó una decisión radical: a todos quienes conocería les diría que su nombre era Natalia. A su marido, por ejemplo, lo conoció como Janitza, pero él nunca se enteró. A los 18 realizó el cambio definitivo.

"Siempre le decía a mi mamá por qué me puso ese nombre y me respondía que le pareció bonito. Se sintió muy mal cuando le dije que no me gustaba y mis hermanos dicen que estoy loca, pero ahora todos me conocen como Natalia".

EL PESO DE UN NOMBRE
El nombre que los padres escogen no tiene por qué ser una condena. Las leyes en Chile  permiten desde 1970 esa posibilidad, elección que debe ser muy analizada, porque el cambio se permite una vez en la vida.

Carlos Eyzaguirre, abogado del sitio Cambiodenombre.cl, explica que los motivos más comunes son que el nombre es ridículo o irrisorio, que se quiera traducir al idioma castellano y, finalmente, cuando una persona ha sido conocida por más de cinco años con el nuevo nombre, lo que se acredita con testigos. Eyzaguirre cuenta que es muy común ver nombres de origen anglo como Marylin, Kim, Byron, entre otros, unidos a apellidos de origen español. "En esos casos se suprime el nombre y se deja el segundo o se cambia por uno nuevo", señala.

Rodrigo Pizarro, abogado que también realiza estos trámites, coincide en que el desagrado con nombres extranjeros o chilenizados es lo que expresa la mayoría. Algunos ejemplos son Jimy o Jonathan por Jaime o Marylin por María.

"Hoy es cada vez más común. Antes era vergonzoso cambiarse el apellido o el nombre, pero actualmente es socialmente más aceptado", indica Eyzaguirre.

Los casos menos frecuentes son los de cambios por modificación de sexo. Los jueces civiles de primera instancia son los que resuelven si la identidad síquica se identifica con la sexual y si es procedente rectifican las partidas de nacimiento. En promedio, se presentan siete casos por año y durante el 2008 sólo cinco personas efectuaron ese trámite.

BAJA AUTOESTIMA
Los nombres implican una gran carga emocional, indica Paula Sáez, sicóloga de la U. Diego Portales. Es el elemento que nos hace distinto del resto, y que los padres eligen reflejando sus gustos y deseos.

"Cambiarlo es cómo devolver un regalo, pero es necesario explicar a la familia lo que pasa", afirma. Puede ser un cambio beneficioso, aclara, pero que no implica resolver el conflicto de autoestima.

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