Primera vez no hay más que una. Y sino que se lo pregunten a Jamaica. O a Antofagasta. Y es que el segundo compromiso de la selección caribeña en esta Copa América poco tuvo que ver con el primero. Para empezar, el ambiente en las tribunas del Estadio Calvo y Bascuñán adoleció de ese aire de expectación, de esa ansiedad contenida, que marcó el día del debut de la ciudad como sede. En una tarde mucho más fría que aquella -climatológicamente hablando, pero no solo- tardaron demasiado en despertar los hinchas de uno y otro combinado, de afinar la garganta al nivel que se le supone a una competencia como ésta.

El frío de las galerías se contagió rápidamente sobre un pasto en el que Jamaica no fue tampoco el mismo equipo ilusionado y testarudo que encandiló al aficionado contra Uruguay a fuerza de ir a por el partido. A los de Schäfer les faltó corazón, y el plantel al completo lució desdibujado al perder su seña de identidad primera. Su principal pecado durante los primeros 45 minutos fue precisamente ese, que los Reggae Boyz no se parecieron a sí mismos, o al menos a aquello que habían dado a entender que eran tres días atrás.

Por el contrario, Paraguay sí que fue reconocible –en lo bueno y en lo malo- y tras un primer cuarto de hora de auténtico sopor, consiguió encadenar dos ocasiones seguidas –una de Bobadilla y otra de Santa Cruz- que hicieron despertar a la hinchada guaraní de su inducido letargo. Derlis González, el futbolista más desequilibrante en las filas de la escuadra dirigida por Ramón Díaz, se disfrazó de jamaiquino y trajo de cabeza a la zaga rival con sus incansables movimientos a la espalda de la defensa. Tras una nueva tentativa de Roque Santa Cruz, con un vistoso remate de volea, llegó el primer tanto del encuentro, en una acción tan absurda como el transcurrir de los minutos durante los compases iniciales. Despeje en semifallo del meta Kerr con la testa para que Benítez, sin quererlo, pusiera por delante a su equipo.

La hinchada paraguaya, mayor en número, pero también en ilusión, lo festejó como los antofagastinos celebraban el primer día cada finta, cada ademán de fútbol de una Jamaica abandonada ahora a su suerte toda vez que Rodolph Austin –táctica y posicionalmente superior a sus compañeros- no entraba en contacto con la pelota.

El complemento arrancó con un guion muy parecido al registrado durante el primer tiempo. Un gol bien anulado a Cáceres y un remate de Samudio que escupió el travesaño, impidieron a Paraguay finiquitar la contienda. Jamaica sobrevivió y los hinchas antofagastinos, tal vez embriagados por la nostalgia, quizás ávidos de emociones fuertes, recordaron cuál era "su equipo" y trataron de espolearlo un poco. Un zapatazo lejano de McCleary, que se marchó besando el poste, a punto estuvo de arruinar la fiesta guaraní, que concluiría con suspense. El final del encuentro recompensó un poco al fútbol. No porque los Reggae Boyz lucharan por el empate con demasiados argumentos, sino porque fue el único momento de la fría tarde en la que el balompié se volvió pasión y recuperó parte de su sentido.

El gol del empate nunca llegó. Los jugadores paraguayos –que tampoco brillaron como en su debut- fueron abucheados en su despedida, mientras los jamaiquinos eran despedidos como héroes. Fue un encuentro gris, pero también un adiós. Y primer amor no hay más que uno.