Cuando el visitante ocasional comienza a ubicarse mejor en esta enorme metrópoli de Sao Paulo, va descubriendo las tremendas contradicciones sociales de un país que dice ser potencia mundial. Y también comprende las razones de las manifestaciones contra las cuantiosas inversiones realizadas por el Estado en esta Copa del Mundo y que provocaron pifias e insultos para la presidenta Dilma Rouseff en la ceremonia inaugural.
Cuando se recorren los muchos morros (cerros) paulistas, tantos como en Valparaíso, pero mucho más empinados, con conductores que deben hacer maniobras casi acrobáticas para subir en sus automóviles, quedan al descubierto las falencias del apoyo estatal hacia los sectores más vulnerables. Largas y culebreantes avenidas, en pésimo estado, sin señalética de tránsito, con sectores absolutamente oscuros y que obliga a los paulistas a transformarse en un Aytron Senna en potencia para sortear tan peligrosas rutas.
Es cierto que en una ciudad que se expande cada día, debe ser muy difícil para el Gobierno atender tantas necesidades sociales y de infraestructura, pero para quien vuelve después de 20 años, no es comprensible que todavía no se canalicen los canales con aguas servidas y que esta misma suciedad corra cuesta abajo por las ruas (calles) de muchos barrios. Todo ello involucra un problema sanitario, con enfermedades como el dengue, aunque por fortuna no ocurre en otros sectores de Sao Paulo, donde la luz, el agua potable y los servicios sanitarios son parte del diario vivir de sus habitantes.
Pero las protestas de los paulistas y de los brasileños en general van por demandas más sentidas, casi como en Chile: mejor salud, educación de calidad, más empleos, entre otras. Y esto es lo que se le reprocha a los gobiernos de Lula y Dilma, que tuvieron la voluntad para invertir millones y millones de dólares -más que en todos los Mundiales anteriores- para cumplir con los estrictos requisitos de la FIFA, pero no para satisfacer los anhelos de bienestar de su población.
Y es ahí cuando el visitante ocasional quisiera que Naciones Unidas, la OEA y otros pomposos organismos internacionales tuvieran la misma fuerza de la señora que reside en Zurich para imponerse a los gobiernos para que armen su negocio futbolístico y televisivo a costa del sacrificio de los ciudadanos de un país. Es lindo el fútbol y el deporte en general, porque ayudan al desarrollo físico y mental de la gente, pero también se quisiera que la ONU impusiera idénticos cuadernos de cargo al estilo FIFA para que los países construyan una mejor vida para sus ciudadanos más desposeídos.
Por eso que en estos días se vive un país de contradicciones. Mientras las avenidas se llenan de banderas verde-amarelas y del ruido ensordecedor de las vuvuzelas locales, llamadas brazucas (el mismo nombre del balón oficial de la Copa); los grupos de samba campean con su desenfrenado ritmo; el comercio bulle y se mezclan las razas del mundo entero, a pocos metros de la Catedral Metropolitana de Sao Paulo, se ven tirados en plazas, durmiendo con poco abrigo, a decenas de personas "en situación de calle", como se dice en Chile de manera tan engañosa para nombrar a los pobres sin hogar.
Por eso es que a muchos brasileños ya nos les interesa ganar otra Copa del Mundo. Ellos quieren ganar una vida más digna. Hasta la próxima.