Cuando el cuerpo no responde, debe aparecer el corazón. El temple de un equipo dispuesto a no bajar los brazos nunca. El fuego sagrado que todo deportista debe lucir en la adversidad. Todos atributos que lució Deportes Iquique en Calama para torcer el destino. Sin fútbol ni ideas, pero con un espíritu de lucha admirable, el cuadro celeste sigue aferrándose a su enorme amor propio para sostener un sueño que desde lo futbolístico parece lejano. Pero qué le va a importar eso al hincha, que abraza la ilusión de seguir en la Copa Libertadores tras el dramático 4-3 sobre Zamora.

Fríamente, Iquique luce como un equipo sin rumbo, a ratos sin memoria. Pero que en la adversidad no parece dejar de luchar. Jamás. Al contrario, muestra su mejor cara, olvidándose de cualquier libreto y anteponiendo por sobre todas las cosas un corazón del porte del desierto de Calama. Uno ve a esos jugadores con camiseta celeste y enseguida se da cuenta que se les acabó la bencina entre tanto recorrido por Sudamérica. Ante Zamora, en Calama. Los goles del cuadro venezolano lo reflejaron fielmente, con jugadores clavados al piso ante cada zancada rival.

Pero qué va. Todo aquello se puede suplir con los deseos de luchar hasta el final. Esta vez, no era un partido para genialidades o jugadas elaboradas, como suele mostrar el equipo de Jaime Vera. Sí había que mantener el orgullo y las ganas de torcer el destino. Los dos goles en los descuentos que le permitieron quedarse con la victoria resumen mejor que nunca ese espíritu iquiqueño.

Algún purista dirá, y con mucha razón, que la versión futbolística del cuadro celeste fue pálida, derechamente pobre, pero al mismo tiempo influenciada por el trajín que viene arrastrando desde hace un par de semanas. Todo aquello influyó para estar durante buena parte del segundo tiempo al borde del nocáut.

No se trata de justificar tan paupérrimo rendimiento. Especialmente porque Iquique es todavía el mejor equipo de la temporada de Chile. Pero soslayar tantos viajes y kilómetros arriba de un avión, es dejar de lado un factor importante de análisis. Algo que se vio reflejado especialmente en los duelos que sostuvieron unos y otros, en donde los visitantes tuvieron amplia superioridad. Lo que no esconde en todo caso tan mala actuación en el desierto, que el resultado final pone debajo de la alfombra. Sin duda.

La bencina a Iquique le duró 45 minutos. Ahí se puso en ventaja rápido gracias a Álvaro Ramos y pudo liquidar el partido si los delanteros celestes hubiesen estado más finos. No obstante, la altura y el físico les empezó a pasar la cuenta. Y es que a medida que suma kilómetros en el torneo continental, las energías van disminuyendo. Y eso se reflejó en el accionar de un equipo que no se parece en nada al que dominó buena parte del Clausura chileno. Las individualidades no daban mayores señales de vida, salvo algunas excepciones, y en consecuencia no aparecían tampoco respuestas colectivas. Para colmo, los goles de Zamora se sucedían ante los estáticos zagueros iquiqueños.

Afortunadamente, en medio de tanta fatiga y cansancio, el corazón del equipo sigue latiendo. Y más fuerte que nunca. Lo demostró en Brasil hace unas semanas, lo repitió ante Unión Española el fin de semana remontando una desventaja de dos goles antes de cerrar un empate y ahora, en una actuación con ribetes de hazaña, más por la forma que por el fondo y el rival que tenía enfrente, Iquique se dio el gusto de sumar tres puntos y mantener viva la ilusión de avanzar en la Libertadores. A la postre, eso es lo más importante, tomando en cuenta que en este largo tour, las ideas cada vez más escasean. Pero sobra orgullo y amor propio. Calama fue testigo de todo aquello.