TIENEN QUE saber que estos cursos los estoy improvisando muy poco antes de que ustedes vengan aquí: no soy sistemático, no soy ni un crítico ni un teórico, de modo que a medida que se me van planteando los problemas de trabajo, busco soluciones". Es cuando menos inquietante, que un profesor empiece su primera sesión dirigiéndose así a los alumnos. Pero se perdona si el docente es Julio Cortázar. Además, no era tan así. El escritor argentino llevaba notas y un buen número de libros marcados para dar un curso sobre las claves de su obra entre octubre y noviembre de 1980 en la U. de California en Berkeley.

Qué hace el iconoclasta y antiimperialista autor de Rayuela impartiendo clases en una universidad estadounidense. Sólo se explica porque se lo ha pedido su viejo amigo Pepe Durand con una propuesta que implicaba "trabajar poco y leer mucho", tanto, que le permitió escribir Botella al mar. Epílogo a un cuento, que Cortázar incluiría en su último libro de relatos, Deshoras. Luego, porque después de rechazar propuestas similares en los 60 y 70, para no dar pábulo a la fuga de cerebros, "habría obtenido un medio permiso de Cuba a pesar del papel norteamericano en la entonces muy convulsa Centroamérica", apunta Carles Alvarez, encargado de la edición de Clases de Literatura. Berkeley, 1980 (Alfaguara), que llega a las librerías por primera vez gracias a la transcripción de las cintas que en 2005 llegaron a manos de la viuda del escritor, Aurora Bernárdez. Alvarez es un buen conocedor de la vida y obra de Cortázar: no en vano editó su correspondencia y clasificó Papeles inesperados (2009).

El inédito volumen de clases y la reedición de sus primeras novelas publicadas de manera póstuma (Divertimento, El examen y Diario de Andrés Fava) son el anticipo de lo que vendrá el próximo año (ver recuadro). Con el nombre de Año Cortázar 2014 se conmemorará el centenario del nacimiento del escritor argentino nacido en Bruselas, Bélgica, el 26 de agosto de 1914, y fallecido en París, en 1984, a los 70 años.

"Si les sirve de algún consuelo, yo estoy más incómodo que ustedes, porque esta silla es espantosa y la mesa más o menos igual", les suelta Cortázar en la tercera clase. El padre de los cronopios impartirá las ocho sesiones (15 horas) sentado. No le dejan dar la clase en el campus debajo de un árbol, "donde pudiéramos hacer un círculo y estar más cerca", y lamenta que no comparta más tiempo con los alumnos: "Tengo la impresión de ser un dentista que estoy esperando cada media hora a un paciente y el estudiante también se siente un paciente", dirá. Y eso que dobla su presencia en el despacho que se le habilita los lunes y los viernes, durante casi tres horas cada vez por las mañanas. "En esa época, Cortázar ya está consagrado hace años y mueve multitudes", apunta Alvarez. Quizá eso explique la alta afluencia de alumnos, próximos al centenar, con gente procedente de América Latina, así como la presencia camuflada de profesores y de algunos críticos.

Con marcada voluntad de ir a contracorriente de los tiempos barthianos o derridanos, sin aparente dogmatismo, va exponiendo su corpus todos los jueves, de dos a cuatro de la tarde: primero, una hora de fluida charla, sin digresiones; luego, descanso y 30 minutos finales aproximadamente de preguntas de los alumnos.

Aun debiendo ponerse bastante a la altura de un alumnado veinteañero y mayoritariamente estadounidense, el nivel mostrado por Cortázar es simple en las formas, pero profundo en el fondo y con una muestra de conocimientos infinita: demuestra que ha leído a fondo a Gómez de la Serna, Lezama Lima, Payró, a los surrealistas Buñuel y Dalí…

En clase, Cortázar va soltando claves riquísimas de su trayectoria literaria -su concepto de la fantasía real, el desdoblamiento de sus personajes en el tiempo siempre, la génesis de sus cronopios, la construcción azarosa de la estructura de Rayuela-, siempre con un envidiable sentido del humor que deja más de una vez estupefactos a sus oyentes, que no saben si el profesor bromea o no. Como cuando asegura que si hay tanto muerto en su obra es porque él es "un asesino freudiano".

"Les dejé una imagen de rojo, tal como la que se puede tener en los ambientes académicos de los EE.UU., y les demolí la metodología, las jerarquías profesor/alumno, las escalas de valores…", reporta a su amigo Guillermo Schavelzon al hacer un balance del curso. Pero los alumnos quieren que hable sobre Cuba y Fidel Castro, sobre el caso Padilla o su posición ante la que parecía una inminente invasión norteamericana de Nicaragua y El Salvador: "Puedes tener toda la seguridad de que no voy a estar esperándolos con un ramo de flores".

Cortázar se ha tomado esa estancia en Berkeley como unas vacaciones. Se aloja en un apartamento frente a la bahía de San Francisco. Con los alumnos ha llegado a presentarse, a la una de la madrugada, a una fiesta de Halloween con peluca y dientes de Drácula a pesar de haber rechazado inicialmente la invitación… Pero la clave de su felicidad se llama Carol Dunlop, segundo gran amor de su vida, 32 años más joven que él, quien le acompaña en un periplo de seis meses fuera de París, una receta del escritor para poner distancia tras la ruptura con su segunda compañera. Cortázar tiene ya 66 años, está a cuatro de su muerte; pero lo peor es que seis meses después Carol caerá enferma, muriendo en 1982. Para Alvarez, "esas clases en Berkeley serán para Cortázar el último momento feliz de su vida".