Expectación en redes sociales, fans esperando en el aeropuerto y tres conciertos prácticamente agotados. La relación de Steven Wilson y Chile sigue alimentando su propio mito, esta vez, con la tercera visita del músico británico, quien llegó ayer a la capital para los tres shows que dará en el teatro Cariola entre hoy y el domingo. Allí, acompañado por cuatro músicos y una vistosa puesta en escena, el líder de Porcupine Tree presentará en vivo su cuarto trabajo solista, Hand. Cannot. Erase (2015), un portentoso álbum conceptual que rápidamente se transformó en uno de los lanzamientos más aclamados por la crítica este año.
"Chile es uno de esos lugares donde tengo un gran público casi sin buscarlo. Por alguna razón, aquí la música se propaga de una manera especial", dice a La Tercera el que, para muchos, es el último gran héroe del rock de vanguardia y espíritu progresivo, quien en su último trabajo de estudio decidió crear una suerte de alter ego femenino para reinterpretar la historia real de Joyce Carol Vincent, una joven inglesa que fue encontrada muerta en su casa después de tres años, y que para Wilson resume los grandes problemas del siglo XXI.
"Carol es un símbolo del estilo de vida actual, de internet y la ilusión de tener muchos amigos y estar conectado, cuando en realidad es todo lo contrario", explica el músico de 47 años, quien ya en Fear of a blank planet (2007), el más popular de sus discos junto a Porcupine Tree, advertía sobre la alienación, paranoia, "y esta tecnología que todavía no terminamos de comprender", según dice.
¿Cómo la historia de esta mujer se transformó en un disco?
Como todo el mundo, escuché la historia en los medios en 2003, pero recién cuando vi el documental Dreams of a life entendí que era una joven popular y atractiva, que en cierta forma eligió aislarse, desaparecer, mientras vivía en una de las grandes capitales del mundo. Es algo impactante pero comprensible: yo viví en Londres por 10 años y no llegué a conocer a mis vecinos ni sus nombres. Hay algo particular cuando se vive en una gran metrópolis que fomenta la paranoia y el aislamiento.
En su ultimo álbum hay muchos cuestionamientos a internet y la tecnología, ¿cómo es su relación con ésta?
Tengo una relación con miles de personas pero mantengo mi distancia. No tengo una página personal de Facebook, ni Twitter, pero sí una fanpage donde distribuyo información, que es algo fantástico para mi música, que no es fácil de escuchar... no soy Coldplay.
Y en este regreso, ¿cree que ha logrado crear una relación especial con el público chileno?
Es difícil hablar en abstracto de una relación. Evito deliberadamente todo tipo de interacción con mis fans y creo que eso es bueno para ellos también, porque lo lindo de una relación de este tipo es que haya algo enigmático, una distancia con el artista. No estoy muy al tanto de lo que pasa conmigo acá, excepto cuando vengo, que siempre me deja abrumado por la pasión y el entusiasmo del público. He ido dos veces a Brasil y no fue nadie a verme.
Gran parte de su público es fan del rock progresivo, pero su música pareciera trascender a esa categorización. ¿Qué le parece esa situación?
No me siento un músico de un género, pero tampoco puedo ignorar esa realidad. La verdad es que no me gusta ese concepto, porque creo que ya no es posible ser realmente progresivo en la música. No es posible hacer nada que no suene a algo que ya se haya hecho antes. Ni los Beatles o Led Zeppelin inventaron algo de la nada. Lo que sí puedes hacer es darle personalidad a tu música, para que suene fresca. A veces se me acercan fans y me dicen que hacen música progresiva, pero si realmente estuvieras haciéndola ni siquiera dirías que estás haciendo música progresiva, es como una contradicción.