Histórico

Crítica de cine: Camino a la libertad

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Esta película cuenta una historia de la Segunda Guerra Mundial sobre cuatro soldados polacos que escaparon en 1941 de un gulag soviético en Siberia y caminaron más de seis mil kilómetros desde allí hasta la India, pasando por el desierto de Gobi, el Tibet y los Himalayas. La historia es ciertamente increíble y fue relatada por Stawomir Rawicz, un soldado polaco que la publicó en la década del 50 para dar cuenta de la travesía extraordinaria a la que se sometieron en busca de la libertad. A pesar de que hace pocos años la BBC cuestionó que la historia fuera cierta, puesto que se comprobó que Rawicz fue liberado en 1942 de ese gulag en una amnestía general de los rusos que lo llevó finalmente a Irán (y nunca a la India), la verdad es que la película entiende la historia de Rawicz como una novela, y como un ejemplo de las fuerzas de flaqueza que pueden sacarse ante una adversidad como esta.

De hecho, por la historia, la película calza muy bien en la filmografía de Peter Weir, un director que desde la cinta que lanzó su carrera al mundo, "Gallipoli", se ha interesado por la resistencia física de sus protagonistas como una directa manifestación de su entereza moral (una preocupación clásica que lo conecta muy directamente con las películas de Howard Hawks). En "Gallipoli", Mel Gibson era uno de los soldados de la cruenta campaña de la Primera Guerra Mundial que perdía su inocencia y sufría la dureza de la guerra, pero aún así sobrevivía. En las cintas de Weir, en general, los medios ambientes son hostiles y sus protagonistas suelen ser expulsados ("Matrimonio por conveniencia", "La sociedad de los poetas muertos", "Truman Show"), o consumidos ("La costa mosquito", "Testigo en peligro") por sus espacios físicos.

En esta "Camino a la libertad", la historia principal es la de Janusz, un prisionero de guerra polaco que en los primeros minutos es denunciado como traidor a Stalin por su propia esposa. En el gulag al que es trasladado, genera complicidad con un callado ingeniero norteamericano (Harris) y un deschavetado criminal ruso (Farrell, bastante sobreactuado) para escapar de ahí. Dado el momento, lo logran y comienzan una trabajosa travesía con otros cuatro soldados, donde la nieve, el calor y la falta de agua y comida son sus mayores enemigos.

Hay algo fantástico en estos hombres que empiezan a borrarse en el territorio, a pesar de la longitud algo excesiva del metraje: la libertad puede ser peor que el encierro, o bien, es la Tierra misma la verdadera cárcel de la que no se puede escapar. Weir lo filma de esa manera: las montañas son paredes; las aguas, abismos; la nieve y el desierto, ceguera. Por lo tanto, da lo mismo que algo así haya ocurrido realmente o no, porque lo interesante para Weir es que sin importar los abismos geográficos, lo que sobrevive en definitiva, incluso aún después de la muerte, es la fortaleza humana. Algo propio de lo más noble de los relatos clásicos, a pesar de no ser la más sutil de sus películas para representar lo mismo.

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