Crítica de cine: Hadewijch
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Con reputación de distanciado y cruel, Bruno Dumont escribió y dirigió a fines de los 90 un par de cintas austeras, ambientadas en la provincia francesa y dueñas de una severidad limítrofe: La vida de Jesús y La humanidad. Ahora, tras figurar localmente vía festivales, llega por primera vez a la cartelera. Y lo hace con Hadewijch (2009), acaso la más accesible de sus películas, que sigue los pasos de una estudiante de teología, hija de un ministro de Estado, enamorada de Dios, o más bien del amor de Dios. Tanto así, que quiere convertirse en novicia. Pero en el convento la "reprueban" y la mandan de vuelta al mundo exterior, donde conoce a un joven musulmán que vive en las barriadas parisinas junto a su hermano, suerte de guía religioso. ¿Será a través de este último que podrá calmar la especie de fiebre mística que la posee? Al menos lo intentará, transformando a la película en un inhabitual acercamiento al fanatismo terrorista, así como al silencio de Dios. El cine francés, sobre todo el inspirado en Georges Bernanos (Diario de un cura rural, Bajo el sol de Satán), ha parido obras rigurosas y durísimas sobre almas doloridas. Esta toma la hebra, aún si ofrece un giro que desconcierta y hasta parece una zancadilla a sí misma. Sin perjuicio de eso, explora la densidad humana de la búsqueda espiritual, preguntándose al mismo tiempo por sus implicancias y extremos lógicos. Y se provee, para eso, de un sensible impulso estético y una elaborada estrategia narrativa.
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