Crítica de cine: Imparable
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Después las malas películas que hizo con Denzel Washington (Hombre en llamas, Rescate del metro 123), el director Tony Scott parece haber encontrado la tonificación de una musculatura cinematográfica del cine de acción que se echaba de menos desde hace tiempo. La historia es simple hasta la abstracción: un tipo torpe y desaliñado deja mal estacionado un tren de carga que termina saliendo desbocado por las líneas ferroviarias del Este norteamericano. Pasa entre pueblos escasamente habitados, pero puede volverse una catástrofe si llega hasta una ciudad más grande, porque avanza con una carga tóxica abundante. Detener el tren se vuelve entonces una hazaña, y es un veterano maquinista al que acaban de despedir de su trabajo (y su joven compañero de andanzas) el que debe hacerse cargo de frenarlo. Sin los habituales e innecesarios terroristas malvados de pacotilla, la aventura que filma Scott es simplemente extraordinaria y se embarca en una tradición física solo comparable a Robert Aldrich y el viejo John Ford (Sí, La diligencia, sin ir más lejos). Convengamos que, como es habitual, la cámara de Scott se mueve exageradamente, pero este hábito publicitario tiene redención en un relato preciso, escueto y asfixiante, que recupera un cine de acción extraviado entre efectos visuales inentendibles o automatismos narrativos inexcusables. Una fiesta veraniega imperdible.
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