Crítica de cine: La escafandra y la mariposa
El artista plástico y cineasta Julian Schnabel narra una intrincada historia sobre un periodista que sufre una embolia cerebral y que construye un singular sistema para comunicarse.

De cuando en cuando aparecen películas que generan un culto extracinematográfico en las audiencias. Películas de cierto misticismo, "de hondo contenido humano", que era como se promocionaban los estrenos del domingo en la televisión hace unos lustros. Son cintas cuya apreciación está apretada entre las paredes del decoro social por "el tema" que tratan, o por "el testimonio" que representan.
Si uno recuerda esas películas hoy olvidadas (o, por lo menos, que ya no se viven con el entusiasmo de entonces), como La sociedad de los poetas muertos o Azul profundo, no existe mayor mérito en ellas más que el voluntarismo de ciertos espectadores ante "experiencias únicas" más cercanas al fanatismo religioso que a la cinefilia.
La escafandra y la mariposa viene con esos antecedentes, que la visten de ese estatus de culto. La historia, en rigor, es de por sí interesante: es el relato de las experiencias de un redactor de la revista Elle que, en 1983, a los 43 años, sufrió una embolia.
La película comienza cuando el periodista despierta de su coma, pero a pesar de "estar bien" no puede comunicarse con el mundo exterior. Está, digamos, enterrado en vida. El único movimiento que puede realizar es parpadear con el ojo izquierdo, lo que le permite empezar a comunicarse con un sofisticado alfabeto que aprende en el hospital.
El filme escapa con cierta inteligencia al análisis crítico, precisamente porque encierra una paradoja: el heroísmo humano está por sobre los relatos épicos. Julian Schnabel, su director, ya había ensayado esta clase de aproximación engañosa en su película anterior, también aclamada, pero igualmente tramposa: Antes que anochezca, sobre el poeta cubano Reinaldo Arenas.
Sin embargo, la enrevesada fórmula narrativa deja la sensación de estar en un laberinto que no conduce a ningún lado. Más que una propuesta de Schnabel, parece una estrategia de ocultamiento. De esas estrategias que ocupan algunos directores inteligentes, que les sirven para que no se note que no tienen nada muy novedoso que proponer, más que esa clase de sentimientos que se parece mucho a la lástima y la conmiseración.
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