Miguel Sáenz, el tenaz traductor de la obra de Bernhard al español, advierte en el prólogo de Relatos autobiográficos que no todo lo allí expresado por el autor austriaco debe tenerse como verdad absoluta: "La realidad es que Bernhard nunca pretendió hacer pasar esos libros por autobiográficos y, de hecho, los llama, significativamente, 'biografía' y no 'autobiografía'". La pillería, si es que la hubo, habría sido responsabilidad de los editores de los textos originales, publicados entre 1975 y 1982. Aun así, el asunto no parece ser de vida o muerte: las miserias por las que pasó Bernhard durante su infancia, adolescencia y principios de juventud están fielmente transcritas en estas páginas que transmiten el genio amargo de un escritor que, pese a sentir una temprana fascinación por el suicidio, se convirtió en un superviviente a punta de odio, rencor y saludables dosis de megalomanía. Todo esto le permitió desarrollar una de las carreras literarias más interesantes del siglo XX.

Cinco son los relatos que componen el presente volumen: El origen, El sótano, El aliento, El frío y Un niño. El tiempo que abarcan las narraciones corresponde a los primeros 19 años de vida del autor, época marcada por la pobreza, la II Guerra Mundial, el odio hacia las instituciones educacionales católicas y nacionalsocialistas, la estancia en horripilantes hospitales o sanatorios, y también por la conmovedora veneración que desde niño sintió hacia su abuelo, un ex anarquista, sempiterno escéptico, escritor dedicado, amante de Montaigne y magnífico educador que dormía con una pistola cargada bajo la almohada.

Aprendiz de almacenero, aspirante a cantante lírico, violinista a contrapelo, jardinero feliz, tiro humano de un carrusel en una feria de diversiones; estas y otras ocupaciones desempeñó Bernhard durante su infancia y adolescencia, en parte para ganarse la vida y ayudar al sustento de los suyos, y en parte para cumplir con los deseos de un abuelo empecinado en convertir a su aventajado nieto en un artista. Hijo natural de un vividor al que nunca conoció y de una madre que con frecuencia perdía los estribos ante sus fechorías de niño inquieto, Bernhard, no obstante, fue un ser querido por los suyos: el inconmensurable desprecio que a lo largo de su vida acumuló en contra de la especie humana se debió al contacto con el resto, no al que mantuvo con su entorno más cercano.

Mención aparte merece el estilo literario de Bernhard, puesto que hablamos de uno de los escritores más dotados del siglo XX: enemigo absoluto del punto aparte, cultor incansable de la frase intercalada y de la repetición intencionada, la prosa bernhardiana logra el efecto casi mágico de no abrumar jamás al lector, pese a que no está diseñada como mecanismo de simpleza. Dicho de otro modo: pocos autores pudieron acomodar el torrencial flujo de sus pensamientos sobre una prosa densa y exigente sin caer en la exageración, el desorden o el hastío.

Famoso por haber sido un misántropo, Bernhard entrega en Relatos autobiográficos todas las explicaciones necesarias para justificar su aversión hacia su patria y, en general, hacia el género humano. Y tal experiencia, lejos de ser amarga u odiosa, puede resultarnos, a los lectores, sumamente educativa.