Crítica de ópera: ¿Quén le teme a Lady Macbeth?
Lady Macbeth de Mtsensk puede llegar a ser difícil de digerir, pero vale la pena.
La complejidad musical y una temática intrincada que se traduce en infidelidad y asesinato, hacen de Lady Macbeth de Mtsensk, de Shostakovich, una obra que puede llegar a ser difícil de digerir. Incluso, temer enfrentar. Pues, más allá de una partitura que se extiende por dos horas y 50 minutos, da poco respiro. Pero vale la pena. No sólo porque su estreno para Chile fue una versión de alta calidad, sino porque permitió adentrarse en uno de los períodos que marcaron el arte de la música del siglo pasado y conocer más allá del mundo melódico y sentimental.
La puesta en escena se ajustó al carácter expresionista del texto dramático, explayándose en lo teatral, cuidando mantener lo sombrío a través de la decoración, con una mirada áspera y decadente del entorno. Atractivos resultaron los encuadres (creados a través de paneles movibles) que capturaban la atención en personajes y/o escenas determinadas, así como la inclusión del artículo del Pravda en el que Stalin prohibió la obra. La violencia intrínseca de la obra fue abordada con una dirección escénica de buen gusto, que no pecó de excesos, pero tampoco soslayó los momentos sexuales.
Shostakovich creó una partitura soberbia, de atractivo lirismo y presión rítmica que el director Dimitri Jurowski entendió y asumió. Con intensidad dramática condujo a la Orquesta Filarmónica por disonancias que superan los límites de la tonalidad, un cromatismo pesimista y una tensión expresiva más trágica.
El desgarro, los cambios vocales (llegando al feísmo y con tesituras para algunos de gran dificultad) y la declamación son el pan de la obra. A través de la actuación y sus facultades vocales, la soprano Jeanne-Michèle Charbonnet dio relieve a la protagonista, y el tenor Richard Cox (Serguei), de nítido y decidido timbre, cantó elocuentemente y confirió un cierto primitivismo a su rol. Gleb Nikolsky, con su estampa, sonora voz y parejo registro baritonal, transmitió la sensualidad animal, la grosería y maldad de Boris. Llamó la atención la soprano Katherine Rohrer en su reducido papel de Sonyetka por la firmeza de su registro y el color tímbrico.
Menos interesante fueron el tenor Valreiy Serkin, como un pálido Zinovi, y Marek Kalbus en su doble rol de molinero y jefe de policía. El Coro, por su parte, lució firme y potente, asumiendo con maestría a Shostakovich y a la fuerza de la propuesta.
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