Crónica del último viaje de Fidel Castro

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Durante tres días y medio, las cenizas del ex gobernante cubano hicieron un recorrido hacia el oriente de la isla, por la misma ruta triunfal que Castro hizo en enero de 1959. Y tal como hace 57 años, miles y miles de cubanos se agolparon a la orilla de la carretera, en un marco impresionante de público, para presenciar el paso de la caravana del dirigente comunista en camino a su último destino.




Quienes conocieron a Fidel Castro en la intimidad aseguran que al líder de la revolución cubana no le preocupaba lo que ocurriera después de su muerte: que ese era problema de los que quedaran. Pero la enfermedad que lo forzó al retiro de 2006 dejó instalada la posibilidad de una difícil recuperación, de una agonía e incluso de una muerte inminente. Por eso resulta difícil pensar que Fidel, en estos 10 años, no haya discutido e incluso determinado personalmente cómo serían sus ceremonias fúnebres, el destino de sus restos y dónde debían ser depositados. Por lo mismo, no es descabellado considerar que la planificación del recorrido de sus cenizas por buena parte de Cuba, haciendo el camino inverso que realizó en enero de 1959, tras la victoria de los barbudos de Sierra Maestra, haya sido idea suya.

Es la llamada "Caravana de la Libertad", la marcha triunfal con la que Castro avanzó desde Santiago de Cuba, en el oriente del país, hasta La Habana. La llevó a cabo entre el 2 y el 8 de enero, cuando comenzaba uno de los momentos más peligrosos para su seguridad personal, ya que desde entonces sus enemigos no tenían uniforme del ejército batistiano, como había sido durante la lucha guerrillera, sino que podían permanecer ocultos entre la muchedumbre partidaria e incluso entre sus propios colaboradores.

Como sea, el recorrido que hicieron esta vez los restos de Fidel se completó en tres días y medio (la mitad del tiempo que en 1959), en unas jornadas agotadoras, en las que los cubanos se desplegaron a lo largo de la Carretera Central para presenciar la urna con las cenizas y/u homenajear al hombre que durante 47 años controló con firmeza los destinos de la isla. "Aquí, el 90% es fidelista. Yo sí soy fidelista, aunque no comunista, porque de política y de comunismo no entiendo nada", dice Jaime, originario de Pinar de Río, pero que vive hace 30 años en La Habana y que entrega esa cifra como si hubiese alguna encuesta que lo avalara, aunque es sabido que no la hay.

La urna de cedro cubierta con la bandera cubana y con las cenizas de Fidel Castro en su interior fue sacada del Ministerio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (Minfar) y depositada en un remolque que, tirado por un todoterreno soviético, inició la marcha hasta Santiago, el miércoles 30. La Televisión Cubana transmitió en vivo esa ceremonia, pero no mencionó a quienes estaban en la puerta del Minfar despidiendo los restos de Castro: Dalia Soto del Valle, la viuda de Fidel, y los hijos de ambos. La mujer permaneció oculta del conocimiento público por décadas, pero los primeros desmayos o desvanecimientos de Fidel en público la sacaron de la sombra. Y con la crisis intestinal de 2006, ella y sus hijos ganaron un tímido protagonismo y comenzaron a aparecer al menos en las fotos de Castro junto a las personalidades extranjeras que lo visitaban en su casa.

Por el contrario, cuando Fidel Castro entró en La Habana, el 8 de enero de 1959, pudo encontrarse con "Fidelito", durante años oficialmente el único hijo del gobernante cubano (con quien apareció entonces incluso en entrevistas de televisión), fruto del matrimonio de Castro con Mirta Díaz-Balart, la única esposa de Fidel registrada como tal por la historia oficial. Ambos estaban divorciados desde 1955.

Mientras el cortejo mortuorio de este miércoles hizo un recorrido por la mayoría de los municipios habaneros, Castro en ese entonces fue hasta el puerto de la ciudad, al edificio de la Marina, donde saludó a los oficiales reunidos y divisó el yate Granma, que estaba anclado ahí, el mismo con el que viajó con sus seguidores desde México para iniciar la lucha insurgente. Además, pasó por el Malecón, el Palacio Presidencial y el Campamento Militar de Columbia, donde proclamó que "la alegría es inmensa, sin embargo, queda mucho por hacer". Esta vez, en cambio, las autoridades cubanas y los medios oficiales han mostrado seriedad y tristeza por la muerte de quien fuera su máximo líder.

Pero tanto en las calles de La Habana como en la carretera, la característica alegría rebosante de los cubanos parece difícil de aplacar entre quienes esperan el paso de la comitiva mortuoria y solo guardan seriedad cuando responden al "¡Viva Fidel!" con otro "¡Viva!", o cuando ya están frente a la urna y gritan al unísono la nueva consigna castrista: "¡Yo soy Fidel! ¡Yo soy Fidel! ¡Yo soy Fidel!"…

La caravana de las cenizas dejó La Habana y enrumbó por la Carretera Central, pese a que la Autopista Nacional es más ancha, rápida y moderna (fue construida después de 1959). Pero, claro, fue por la ruta más angosta, de sólo dos vías, por la que avanzó Castro entonces y por donde se pasa obligadamente por dentro de las mismas localidades y pueblos donde Fidel fue vitoreado por la población hace 57 años.

La escena se repite una y otra vez a lo largo de estos mil kilómetros de recorrido, sea las ciudades, pueblos o en el medio del campo. Miles y miles de personas apostadas desde las primeras horas del día para ver pasar el cortejo, sea que este pase a las 8 de la mañana o a las 6 de la tarde. Ancianos, niños, guajiros (campesinos), militares, dueñas de casa, jóvenes, funcionarios, esperan y esperan. El emblema que predomina es la bandera nacional, pero también las hay del Movimiento 26 de Julio que encabezara Castro. Y aquellos que viven en los pueblos más alejados de la carretera son llevados hasta ahí en el transporte que sea: camiones, buses escolares o de recorrido o incluso tractores que arrastran algún tipo de carromato.

"Aquí viene el que quiere, nadie es obligado", explica Julio, un conductor de bus que manejó 26 kilómetros, desde el municipio de La Sierpe, en Sancti Spíritus, hasta la carretera. Y al ser consultado sobre la razón de que esté ahí esperando, bajo el sol, el paso del cortejo, si acaso lo hace como un homenaje o por curiosidad, se pone serio y dice: "Vine para despedir al Comandante". Por donde pasa la caravana, las clases de los colegios y las escuelas fueron suspendidas. Por eso, entre el mosaico humano, en las calles de las ciudades y en la orilla del camino pueden verse los coloridos uniformes escolares cubanos: rojo y blanco de los más pequeños, blanco y beige de los secundarios y azul y celeste de los preuniversitarios.

Tras pasar por Matanzas, el cortejo se desvía de la Carretera Central y se dirige hacia la ciudad de Cárdenas. Lo mismo hizo Fidel en 1959, para saludar a la madre del dirigente universitario José Antonio Echeverría, muerto durante el asalto al Palacio Presidencial en 1957. Entonces, Castro también acudió al cementerio para visitar la tumba de quien fuera presidente de la Federación de Estudiantes Universitarios (FEU) y líder del Directorio Revolucionario (DR). Esta vez la caravana pasó por la que fuera la casa de Echeverría y que ahora está convertida en un museo.

Quizá lo único que cambia en esta escena de los cubanos volcados a la Carretera Central sea el paisaje. Predios ganaderos, tramos con vegetación exuberante, zonas de cultivo de plátano o de mango. Pero tras entrar en la provincia de Matanzas surgen a la vista las plantaciones de caña, durante siglos sustento de la economía cubana y materia prima del azúcar y del ron. Fue el azúcar el producto que, ante las primeras medidas del gobierno revolucionario contra las grandes empresas extranjeras, principalmente las norteamericanas, Estados Unidos se negó a seguir adquiriendo. Tras esta decisión surgió un nuevo comprador para el azúcar cubana: la Unión Soviética, que durante tres décadas fue el mayor aliado de la Cuba comunista.

Además, fue el azúcar el que provocó uno de los más sonados fracasos de Castro, cuando en 1970 impulsó la llamada "Zafra de los 10 millones", una gran cruzada para lograr producir ese año 10 millones de toneladas de azúcar y darle un fuerte impulso a la economía nacional. Todos los esfuerzos y el trabajo en otras áreas del campo se invirtieron con ese objetivo. Sin embargo, la meta no fue alcanzada (se llegó a un poco más de ocho millones de toneladas), y desde entonces se apostó, con más o menos éxito, a diversificar la economía nacional.

La ruta sigue por Jovellanos, Perico y Colón. En casi todas las escuelitas a la orilla del camino se puede ver junto a su puerta de entrada una especie de altar, con una foto de Fidel Castro, de sus primeros años en el poder o cuando ya se había convertido en un anciano, y alguna leyenda -muchas veces escrita a mano- con frases como "Seguiremos adelante, Comandante" o "Fidel, no te despedimos, te rendimos homenaje". Nadie expresa o muestra su desacuerdo o descontento con la figura del líder histórico de la revolución cubana. Quizá, como una muestra de protesta o tan solo un descuido, en la hierba a la orilla de la carretera, minutos después del paso del cortejo, hay tirados una bandera cubana de cartulina y un cartelito donde se lee "¡Viva Fidel!".

Nuevamente la caravana se desvió para llegar hasta Cienfuegos. Fidel Castro, el 6 de enero de 1959, se acercó hasta esa ciudad ante una invitación especial de una delegación y visitó en Cayo Coco a los marinos que se habían alzado en 1957. Ya era pasada la medianoche, del miércoles para el jueves, cuando el cortejo fúnebre entró en la ciudad de Santa Clara. Desde hace mucho es conocida como la ciudad del Che Guevara, ya que fue la columna del guerrillero argentino la que logró tomarla a fines de 1958 y partir la isla en dos, una mitad que estaba controlada por el régimen de Batista y la otra que ya era territorio rebelde. Además, aquí, Ernesto Guevara logró descarrilar el "tren blindado", un convoy fortificado con refuerzos militares batistianos y constituía la última esperanza del dictador. Por todo esto, los restos de Guevara están depositados en un memorial especialmente construido con ese objetivo. Fueron trasladados hasta ahí recién en 1997, tras ser encontrados en una fosa común en Bolivia, donde murió en 1967 intentando iniciar un foco guerrillero en Sudamérica.

En el mismo lugar donde están los restos de Guevara permanecieron por la noche las cenizas de Fidel Castro, mientras en la Plaza de Revolución se llevó a cabo una vigilia, algo que se repetiría en las escalas en Camaguey y Bayamo, antes de entrar a Santiago.

La caravana retomó la ruta el jueves 31 y pasó por Placetas, Cabaiguán, Sancti Spíritus, Jatibonico y Ciego de Avila. Tal como en 1959, las calles y la carretera parecen estar desbordadas en algunos tramos y al entrar en la localidad de Florida cayó un aguacero. Sin embargo, sus habitantes y los de las localidades aledañas aguardaron estoicos, empapados y con gritos al paso de la caravana.

En toda la ruta, la comitiva con la urna de cedro fue acompañada y protegida por severas medidas de seguridad, con el mismo celo que se comenzó a aplicar desde los primeros días de la Revolución ante el peligro de un enemigo oculto, y que llevó a Fidel a construir un aparato de seguridad temido y respetado. Un helicóptero de la Fuerza Aérea acompañó el cortejo desde el aire y los militares y policía fueron desplegados por cientos de kilómetros de la ruta. La carretera fue clausurada por horas a la espera del avance de la caravana, y no hay puente, por más ínfimo que parezca, que no esté custodiado por un uniformado o algún agente de la Seguridad del Estado para descartar la posibilidad de un sabotaje.

Las cenizas entraron la noche del jueves 31 en Camaguey y ahí descansó la comitiva. El 4 de enero de 1959, Fidel pronunció un discurso en esa ciudad, que todavía parece vigente, aunque ahora se trate de un sepelio: "Cuando hoy atravesaba las calles de esta ciudad (…) parecía que todo era una alegría inmensa en los rostros. Y yo pensaba (…) detrás de cada rostro que se alegra, ¿cuántas preocupaciones habrá? ¿Cuántos de aquellos hombres y mujeres que caminan, que rebosan de júbilo, cuántos tendrán trabajo? (…). Yo estoy seguro de que detrás de aquellos rostros de aquel hombre o mujer humilde, cuando pase el instante y vuelvan a su casa, volverán a su mente el cúmulo inmenso de preocupaciones de cada uno de ellos".

La tercera jornada de viaje -que coincidió con el 60 aniversario del desembarco del Granma y el comienzo de la lucha insurgente de Castro- pasó por Las Tunas, Holguín y cerró en Bayamo, la ciudad donde Carlos Manuel de Céspedes, considerado el Padre de la Patria, inició la lucha por la independencia, en 1868. Ahí, el 3 de enero de 1959, Fidel Castro se reunió con el comandante Camilo Cienfuegos y le instruyó una medida clave para el destino del régimen naciente: asegurar la total entrega de los mandos militares a los jefes guerrilleros y desarmar las unidades habaneras de Columbia y La Habana. Fue el comienzo del fin del Ejército cubano desde donde surgieron Batista y las actuales Fuerzas Armadas Revolucionarias.

En la jornada de ayer, la caravana de las cenizas debía pasar por Jiguaní, Contramaestre y Palma Soriano. Santiago de Cuba es el fin del camino, pero donde Fidel Castro pronunció su primer discurso como líder revolucionario victorioso y donde habló de los riesgos que empezaban a surgir. "La Revolución empieza ahora; la Revolución no será una tarea fácil, la Revolución será una empresa dura y llena de peligros", declaró ese histórico 1 de enero.

Esta ciudad es considerada la "Cuna de la Revolución", ya que Fidel y otros jóvenes lanzaron ahí un improvisado ataque el 26 de julio de 1953 (de ahí el nombre del movimiento guerrillero que Castro lideró) contra el Cuartel Militar Moncada. Tras el paso por la cárcel, el exilio en México, el regreso clandestino a Cuba y la internación en la Sierra Maestra, Santiago fue una ciudad determinante en el apoyo a los alzados, tanto en pertrechos como en combatientes.

La última despedida masiva se debía realizar anoche en Santiago de Cuba, antes de que a primera hora de hoy, y en una ceremonia privada en el cementerio Santa Ifigenia de esta ciudad, las cenizas de Fidel Castro fueran depositadas en un mausoleo que ha sido construido junto al del héroe de la independencia y uno de los íconos en los que se apoyó la revolución cubana: José Martí.

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