Hay no poco de común entre Macron y su triunfo, la derrota pero sobrevivencia de Marine Le Pen, Trump y su victoria y la candidatura de Guillier. Este último ofrece, es verdad, un rasgo único: ostenta el récord de ser el más independiente candidato de la ciudadanía y quizás la galaxia proclamado por cuatro partidos y apoyado en su quehacer por las máquinas de todos ellos. Aun así los cuatro personajes son criaturas nacidas del mismo cruce entre el descrédito de la política hoy vigente y la fantasía habitual de todos los tiempos, la de ser posible reemplazar las lógicas de la economía por las del amor o las de la patria, de la equidad o la justicia, las revolucionarias o las reformistas, la buena o mala onda o sus equivalentes en palabrería local. El fenómeno es planetario. En distintas naciones -Francia, Austria, Holanda, Estados Unidos, Venezuela, España y muchas más, incluyendo Chile- se observa un rechazo enfurecido, despectivo o indignado hacia las instituciones políticas y los incumbentes que las ocupan o más bien desocupan vaciándolas de sus bienes inmuebles, mientras al mismo tiempo, en paralelo, somos testigos de un descomunal y algo necio enamoramiento -¿no lo es todo enamoramiento?- con lo que la ficción mediática llama "caras nuevas", movimientos sociales y la calle. Por doquier se está viviendo similar proceso masivo y estentóreo de revuelta contra el modus operandi de las elites. Nada de nuevo hay en señalarlo. Lo nota y comenta hasta doña Juanita. El proceso salta a la vista cuando toma una forma estridente y hasta violenta, pero también se sospecha su existencia a fuego lento allí donde aún impera el peso del tinglado institucional o el de la represión. En una u otra forma el fenómeno se manifiesta casi en todas partes y la causa que habitualmente se menciona es el "empoderamiento" de los ciudadanos y su consiguiente y creciente intolerancia ante el accionar de los privilegiados. Pero hay un problema con esta explicación; de ser cierta tendríamos que aceptar que sigilosamente ha acaecido la segunda venida del Mesías y el primer milagro que celebró fue abrirles los ojos a las masas del planeta para que al fin se percaten de las groseras dosis de codicia, corrupción, mediocridad e ignorancia que caracterizan a tantos políticos profesionales desde la era de la civilización sumeria hasta el presente.

Nada puede ser menos cierto. Ni por milagro hay en el presente un ciudadano más alerta que nunca despertando de un sueño de milenios. De hecho está menos alerta que quienes primero experimentaron con la democracia, los ciudadanos atenienses del siglo V a.C., quienes gestionaban directamente su franquicia mientras en cambio el ciudadano de hoy la abdica en representantes que a menudo, lejos de representarlo, lo usan para encaramarse al poder y una vez allí instalados dedicarse a hacer negocios, favorecer a sus familiares, amigos y correligionarios, usurpar todos los cargos posibles, alimentar la ignorancia de sus electores, satisfacer cualquier capricho que les sea favorable y repartirse circunscripciones y listas de candidatos con el mismo desparpajo con que los señores feudales se disputaban tierras y almas. El ciudadano moderno sólo supera al antiguo por la mayor cantidad de recursos y oportunidades a disposición de los políticos para engañarlo con especiosas mentiras y halagos. Invadido y supervisado con toda clase de medios de comunicación, una voz a veces susurrante, a veces sugerente y en ocasiones vociferante está todo el tiempo pegada a su oreja emponzoñándolo con el veneno de la falsedad y la manipulación.

Proxy

No es entonces en una súbita y flamante llamarada de perspicacia política donde debe buscarse la razón del rechazo universal a partidos, personajes y doctrinas; ese rechazo tiene una causa más de fondo y es la misma que está inyectando a la actual política, en Chile y en todas partes, con grados crecientes de ridículos vaivenes, confusión total, demagogia descarada, travestismos e incoherencias, todo lo cual se manifiesta en los llamados populismos de derecha o de izquierda, en las candidaturas "independientes", en el surgimiento de súbitos líderes y salvadores providenciales provenientes hasta del entertainment y en la resucitación y reciclamiento siquiera parcial y relativo, a tumbos como los zombies, de doctrinas proto, pro o semisocialistas. La raíz está en otra parte.

Es una raíz para nada subterránea, a la vista desde el principio de los tiempos y que siempre ha generado los mismos frutos, aunque con los más variados sabores. Ha sido el motor de la historia política humana y de sus convulsiones, esencialmente similares tras el diverso y confuso ropaje que les confiere cada época. Dicha raíz no es la pobreza en sí ni las guerras de clase a la Marx, definidas -dichas clases- según sus posiciones en "las relaciones de producción". Esa raíz es la desigualdad en estado puro cualquiera sea su origen, la subordinación o disminución de los muchos ante los pocos y el cierre absoluto o relativo de oportunidades para los más, lo cual deriva de la brutal lógica económica y social de todos los sistemas que jamás hayan existido, salvo quizás el de las hordas recolectoras. Esa base implacable produce y alienta los furores que tarde o temprano se descargan en un ataque, ya sea como simple tumulto, revuelta o revolución en gran escala contra las instituciones políticas, las cuales están al alcance de la mano para ser enjuiciadas y culpadas, lo que no sucede con la lógica subyacente ya señalada, insidiosa e invencible como la fuerza de gravedad. El fenómeno de rechazo a eso y el inevitable y taciturno retorno a lo mismo ocurre en todas las épocas, pero ahora lo hace en escala cien veces mayor y mil veces más rápido. Toma hoy la forma de la globalización de la economía en su versión capitalista y su inevitable complemento, la marginalización, ahora en escala planetaria; es lo que subyace al rechazo a los tribunos, la exasperación con los incumbentes, a la vacía rabieta del "Podemos", al uso de la retroexcavadora y los exorcismos para darles vida a cadáveres como el socialismo bolivariano. Es lo que agita a las masas, NO la existencia de ladrones medrando en el Estado o la torpeza de sus gestiones legislativas y administrativas.

Fracaso

Ninguno de esos arrebatos de exasperación ha dado el resultado esperado; ninguno ha siquiera puesto la primera piedra para la construcción de una sociedad donde los patos asados vuelen al alcance de la mano y reine una solidaridad universal y sobre todo igualitaria. Cada experimento antiguo o moderno, cada asalto al cielo para encontrar un reemplazo espiritualmente más ecológico que la sed de lucro y ambición para hacer de combustible del funcionamiento de la sociedad, cada esfuerzo por asfixiar las inevitables distinciones que supone y produce la inteligencia, la fuerza y la audacia con la consecuente aparición de los postergados y a veces hasta aplastados, todo eso ha fracasado como fracasaría el intento de superar la ley de gravedad agitando los brazos.

Como esto es ya sabido, como luego de tantas intentonas parece claro que no es cosa de hacer funcionar una sociedad a base de decretos-ley, ukases, prédicas e himnos revolucionarios, los políticos que llegan al poder a lomos del descontento se ven, como se observa hoy con cruel claridad, sometidos a la necesidad de hacer lo contrario de lo que dijeron, prometer y no cumplir, anunciar una cosa y promover otra, moverse en círculos estériles y suscitar una nueva oleada de rechazo que terminará, en su debido momento, exactamente del mismo modo. Y esa es la base de las volteretas programáticas de Guillier y de la Goic, la base del cantinfleo hoy imperante, de las divisiones y reagrupaciones de partidos y coaliciones que no van a ninguna parte, el trasfondo de los puños en alto golpeando la nada, del fracaso del "Podemos" en España, de Maduro en Venezuela, de las señoras de Francia, Brasil y Argentina. Nadie ha logrado jamás, ni siguiera Arquímedes, cuadrar el círculo.