El pintor y coleccionista Charles Locke Eastblake fue famoso por haber sido uno de los curadores más importantes de la National Gallery. Bajo su mandato, el museo de Londres adquirió algunas de las obras más emblemáticas de su colección. Sin embargo, cuando en 1845 el director se equivocó al comprar una pintura, pensando que era del alemán Holbein, el alboroto fue tal que Locke Eastblake renunció al cargo.
Ciento sesenta y cinco años después, la institución reivindica el descuido de su curador, inaugurando este miércoles la exposición Inspección detallada: falsificaciones, errores y descubrimientos, donde el museo reconoce poseer 40 obras (de un total de 2.300) falsas, modificadas o con errores en la atribución autoral. "No estoy preocupado por nuestra reputación. Es importante conocer lo inteligentes que pueden llegar a ser los falsificadores. La National Gallery es un lugar donde mostramos obras maestras, pero también donde aprendemos de Historia del Arte y las falsificaciones son parte de esa historia", ha dicho sobre la muestra Nicholas Penny, actual director del museo. Pionera en el estudio de las técnicas y materiales que se usan en la pintura europea, la National Gallery sometió toda su pinacoteca a un análisis exhaustivo que convocó a curadores, restauradores y científicos. El resultado se puede ver en seis salas, donde se muestran las fascinantes historias que hay detrás de obras (y otras que nunca lo fueron) de Rafael, Boticelli, Durero o Velázquez.
El recorrido se inicia con la serie Engaño y falsedad, que cuestiona la autenticidad de algunas obras. En ella está Retrato de grupo, que mantiene un estilo renacentista, pero que fue hecha a inicios del siglo XX con la clara intención de pasar gato por liebre. La National Gallery la adquirió en 1923 como una obra del siglo XV. Sin embargo, los análisis detectaron pigmentos que no se usaron hasta el siglo XIX y que la superficie había sido cubierta por un barniz para simular un aspecto añoso. Los curiosos trajes de los protagonistas, que por años le dieron a la obra el carácter de pieza insólita, ahora resultan ser una burda imitación de la moda de la época. Lo mismo sucede con La Virgen con el lirio, que en 1945 entró a la colección como obra de Durero. Los rayos infrarrojos detectaron pinturas de diversos siglos y se concluyó que, con suerte, pudo haberla pintado algún discípulo del alemán.
Hay casos de cuadros modificados a lo largo de los siglos, como Mujer en la ventana (1510-1530), donde una rubia voluptuosa se convirtió, en el siglo XIX, en una morena de ojos tímidos que usa un recatado corpiño para satisfacer el gusto victoriano. O el retrato de Alexander Moneauer (1468-88) de un pintor alemán desconocido, que se modificó en el siglo XVIII: de un fondo café se pasó a un azul profundo y se acortó el sombrero del retratado. La idea era atribuirlo a Holbein. En 1990 el museo adquirió la pintura junto a otro supuesto Holbein, Hombre con calavera, pero hoy se ha demostrado que esta última pintura es del flamenco Michiel Coxie.
Una sala especial se le dedica a Boticelli, debido a la entusiasta adquición que hizo el museo de dos pinturas del italiano en 1974. Una, Venus y Marte, se convirtió en la más admirada del artista, mientras que Alegoría, alguna vez tasada en un precio mayor, hoy es reasignada al pincel de un anónimo seguidor de Boticelli.
A pesar de los grandes avances tecnológicos, hay pinturas que siguen aferradas a su propio misterio, principalmente por lo difícil que resulta saber a ciencia cierta cómo funcionaba el taller de un artista siglos atrás. Por décadas, el cuadro El soldado muerto (siglo XVII) causó gran impacto e influyó a pintores como Manet, quien se inspiró en la estética lúgubre para pintar La muerte del toreador (1864). La misma National Gallery se vio enfrentada a su dramatismo, asignándole la autoría al gran Diego Velázquez, aunque ahora se cree que pudo haberlo pintado algún italiano bajo la influencia española: por ahora el enigma sigue sin resolver.
Gracias a la ciencia también se han hecho emocionantes descubrimientos. Luego de ser atribuida a Domenico Ghirlandaio, se concluyó que La Virgen con dos ángeles es en realidad obra de Andrea del Verrochio, uno de los mejores escultores renacentistas y profesor de Leonardo da Vinci y Boticelli. Más aún, luego de ser considerada una copia, los rayos infrarrojos revelaron que en la base de la tela de La Virgen de los claveles había un dibujo que tenía todas las características del trazo de Rafael. El análisis químico confirmó las sospechas: los pigmentos utilizados eran típicos de la paleta del pintor italiano, y así, hoy la National Gallery es dueña de un auténtico Rafael.