Pablo Quintanilla, el piloto chileno más reputado del momento, saluda a María José Moya, la patinadora chilena más reputada del momento, y le dice: "¡Seca!". María José, alias Pepa, mira a Pablo y le responde: "¡Tú también!". Es primera vez que se ven y se regalan elogios mutuos. Apenas se conocen por fotografías y cada uno tiene una leve noción del currículum del otro, pero hoy, en el mirador Pablo Neruda del cerro San Cristóbal, posan juntos para un reportero gráfico.
Se trata de una improvisada cumbre (idea del Comité Olímpico, COCh; son Team Chile) de campeones mundiales nacidos en Chile. Marías José, de 27 años, llega con cinco títulos planetarios encima, los dos últimos conseguidos en septiembre en China, en los 100 y 300 metros. Quintanilla (29), en cambio, lo hace con la medalla de oro del Mundial de Cross Country obtenida en Marruecos, hace nueve días. Pepa, en definitiva, es una campeona consagrada. Quintanilla, un campeón primerizo.
Son los únicos chilenos campeones mundiales de la temporada 2016. Dos, según ellos mismos, excepciones a la regla. Y por eso, aunque compiten en disciplinas totalmente distintas, tienen tanto en común que deciden dar esta entrevista juntos.
Quintanilla, que es alto, fornido y de brazos y torso tatuados, califica su título como el día "más emotivo" de su vida. Pepa, la velocista de 156 centímetros sin patines y muchos más con, como un "sentimiento muy difícil de explicar". Ambos reparan en un fenómeno sicológico y explican que se trata de una curva violenta: primero, la euforia, que dura minutos; luego afloran los sentimientos ("llamé a mí polola, después a mis papás para agradecerles", dice Quintanilla); más tarde, el relajo ("ya con la familia te das cuenta de todo", agrega Pepa); y al final, el vacío. Todo, en cosa de pocos días. Incluso horas. "Son tantas emociones en tan poco tiempo que te causan un estrés", explica Moya.
Las probabilidades de que Chile exporte un campeón del mundo, dice Pablo Quintanilla, son sumamente bajas. Moya asiente. "Casi imposible", agrega el piloto. Moya vuelve a asentir. Por eso ambos se reconocen como anomalías en un país donde las medallas, y sobre todo las doradas, escasean. Y repiten, luego, un discurso similar: la falta de apoyo y de recursos, las pocas políticas deportivas, lo complicado que es conseguir auspicios, lo improbable que resulta poder vivir (y bien) del deporte, lo clave que resulta el soporte familiar. "Imagínate poh, si en Chile no tienes nada para lograrlo. Uno dice 'cómo le va a ganar un chileno a un deportista estadounidense o un europeo que lo tiene todo'. Por eso cuando lo logras te sientes una persona especial, alguien único", analiza Quintanilla.
Pepa lo describe así: "Uno se pone a pensar en todo lo que costó en llegar ahí, el proceso de entrenamiento, la gente que te apoyó todo este tiempo, la familia, los entrenadores, porque sin ellos no se podría".
La primera vez que María José se coronó campeona del mundo fue en Ascoli, Italia, en 2012, con 23 años. Mucho antes, en 2006, había ganado el Mundial Juvenil de Corea del Sur. Y entre medio varias medallas de bronce y plata en juegos Odesur y Panamericanos. Además ha recibido una serie de reconocimientos, casi todos en 2014, año en que ganó su segundo título mundial en Rosario, Argentina: mejor deportista por el Comité Olímpico, Premio Nacional de Deportes, mejor deportista del año 2015 según la encuesta de La Tercera entre 100 deportistas y la mejor de las mejores por el Círculo de Periodistas Deportivos.
En el palmarés de Quintanilla, aunque no tan nutrido, también se leen varios podios y logros antes de su último título. Se cansó de ganar el circuito nacional de motocross y tuvo destacadas actuaciones en mundiales de la categoría. En rally ganó en Antofagasta y el Desafió del Desierto de Iquique, antes de estrenarse en el Dakar, donde ganó más de una etapa y terminó tercero en 2016.
Ahora, con el oro de Marruecos, se unió a un sitial -el de los chilenos campeones del mundo- que antes de él sólo ocupaban 22 deportistas o equipos. El mejor de todos sigue siendo el velerista Alberto González, con siete títulos. Detrás, y muy cerca, aparece Pepa con sus cinco coronas. Carlo de Gavardo (cross country), Daniela Callejas (muay thai) y Cristián Valenzuela (atletismo paralímpico) también destacan con tres campeonatos.
Anónimos
Pese a los títulos, los premios y reconocimientos, Moya y Quintanilla son, de alguna manera, campeones anónimos. Ciudadanos comunes que pueden salir a la calle sin generar histeria. Dos seres humanos que casi nunca han firmado autógrafos ni posado para fotos con desconocidos. Que dan entrevistas de vez en cuando. Y que viven sin lujos. "¿Como los futbolistas? Si te refieres a eso, no. Es totalmente diferente", dice Pepa. Una mujer y un hombre, adultos jóvenes, en definitiva, sin glamour ni fama explosiva.
A Moya, dice ella, la conocen en el reducido círculo de los patinadores y deportistas de alto rendimiento. Ahí es una especie de eminencia, una exponente respetada. A Quintanilla, entre los pilotos y los seguidores del motor sport, que, pese a no ser tan masivo, tiene un pequeño cúmulo de seguidores. Ahora, en sus nueve días como campeón del mundo, dice, ha tenido más exposición. Cuando llegó a Santiago desde Marruecos, por ejemplo, en el aeropuerto lo esperaron tres o cuatro cámaras de televisión y varios reporteros. Aun así, se confiesa como un completo desconocido para la gran mayoría de la población. "Siento que no es la exposición que se merece un campeón del mundo", dice el piloto. Pepa, como durante la toda la conversación, está de acuerdo.
María José opina que el fútbol lo consume todo. Que un título de campeón de américa genera horas de reportajes televisivos, montones de programas de radio y páginas y páginas de crónicas de tintes épicos. El fútbol, se queja, provoca una euforia desmedida que es aprovechada, por ejemplo, por políticos y autoridades de turno. Esta vez es Quintanilla el que asiente.
"Lamentablemente acá la mirada de los responsables del deporte está sesgada en el fútbol. Y así se pierden talentos, y que 'Chile no tiene deportistas', 'no tiene campeones del mundo', etcétera", alega el piloto. Y Moya añade: "Sí, y no tan sólo en la prensa. Los entes responsables del deporte, el ministerio, La Moneda, a nosotros no se nos ha dado la importancia como a un campeón de Copa América".
Por eso, explican ambos, y vuelven al comienzo, los campeones en Chile son excepciones. Quintanilla hoy compite para el equipo de motociclismo Husqvarna, con sede en Austria, y ese contrato le permite vivir medianamente holgado. Pepa, en cambio, sólo tiene una beca del Programa para Deportistas de Alto Rendimiento (PRODDAR), que cubre sus gastos básicos de entrenamiento pero no incluye, por ejemplo, una renta mensual. Tampoco recibe premios en los torneos en los que compite ni protagoniza campañas publicitarias.
"Vivir, vivir tranquilamente no lo hago. Sí tengo una beca PRODDAR, pero, como no constituye renta, no puedo ni siquiera sacar un plan de celular. Pero puedo, entre comillas, costear algunos gastos de mi deporte y lo otro corre por cuenta de familiares", dice. Sí recibe, eso sí, un premio económico del IND por cada medalla conseguida: un oro mundial equivale a 200 UTM. En unos Panamericanos, la cifra baja a 150 UTM, mientras que los Odesur llega a las 30 UTM. Lejos, muy lejos, de las 800 UTM que significa un oro olímpico.
Los premios se pagan una sola vez, cada fin de año. Aunque, afirman desde la Asociación de Deportistas de Alto Rendimiento (DAR), "nunca se respetan las fechas y es una pelea constante cobrarlos". Además, existe una discrepancia de criterios cuando un deportista gana dos o más medallas en el mismo torneo. Según el reglamento, dice Claudia Vera, presidenta del DAR, se pagan todas. Según el IND, sólo una. "Espero que me paguen los dos oro, sería lo justo", dice Moya.
Después del oro
En los próximos meses Quintanilla viajará a España, Portugal y Marruecos para preparar el Dakar. Es, confiesa, su nueva obsesión. ¿Mundial o Dakar?, preguntamos. Contesta: "Los dos son igual de grandes". Dice que su meta es mejorar el tercer lugar que ganó es año. Y que asume la presión: "Este año voy como favorito absoluto, hay más nervios. Pero uno tiene que aprender a llevar estas cosas para que no te afecten".
Moya también viajará afuera. Es el plan, al menos. Se irá a Alemania, junto a otros dos patinadores, para entrenar en hielo. Ya lo hizo a comienzos de año durante tres meses ("pagué yo misma 7.500 euros por esa temporada en Alemania") y ahora lo retomará. Antes, advierte, debe confirmarse el Plan Olímpico que financiará el viaje. El proyecto ya está aprobado, pero Pepa todavía no ha visto un peso. De hecho, según el cronograma original el 3 de octubre ya debía estar en Europa.
La intención es llenar un vacío curricular: el patín carrera no es un deporte olímpico; el sobre hielo, sí. Por eso apunta a los Juegos Olímpicos de Invierno 2018 en Pyeongchang (Corea del Sur). En los tres meses que entrenó llegó a estar a 300 milésimas de las marcas mínimas para clasificar. Son deportes, explica, compatibles. De hecho es común que patinadores sobre rueda pasen al hielo y viceversa. "En Europa todos entrenan en hielo en invierno y en cemento en verano", dice.
El primer paso es llegar a las World Cup y después estar entre las 25 primeras. ¿Fama, dinero o una medalla olímpica?, Moya. "Una medalla", responde, "no hay duda".
¿Se siente entre los mejores pilotos chilenos? "Sí", dice Quintanilla, "creo que soy uno de los referentes del motociclismo en Chile y recién tengo 29 años. Todavía me quedan muchas cosas por aprender. Coma ganó su último Dakar con 39 años".
¿Y Moya, es la mejor deportista del país actualmente? "Sí, yo creo que sí. He sido la única chilena que ha logrado dos títulos mundiales en un mismo evento. Ahora, no me asumo como tal ni me creo la mejor. Me gusta ser muy de bajo perfil".