El plan era macabro y lo cumplió. En 1975, un joven de 17 años llamado Jan Paul Beahm se propuso inmortalizarse como héroe generacional y decidió que en un lapso de cinco años formaría una banda, protagonizaría los conciertos más feroces sobre la tierra, publicaría una obra maestra de su género y, luego que todo eso lo convirtiera en figura de culto, se suicidaría para iniciar la leyenda.
Todo resultó a la perfección, ya con el artista rebautizado como Darby Crash y transformado en el mayor caudillo de la escena punk y alternativa de Los Angeles, salvo un detalle: eligió quitarse la vida en la noche del 7 de septiembre de 1980, sólo 23 horas antes que John Lennon fuera asesinado en Nueva York. Su muerte fue apenas un pie de página en los periódicos y una mención apurada sobre el cierre de los noticiarios, sin rasguñar ni de cerca el afán de eternizarse como mártir.
El fallecimiento de Chris Cornell -aún en plena investigación- ha vuelto a trazar ese estremecedor vínculo entre el suicidio y la música, tal como antes pasó con Violeta Parra, Del Shannon, Ian Curtis, Elliot Smith o Kurt Cobain. Eso sí, el caso de Crash quiebra todo paradigma: más que acorralado por dolores personales, el cantante acabó con su vida como parte de una retorcida operación para alcanzar la grandeza.
Pese a los resultados, con los años su figura se comenzó a revitalizar en esa generación de cantautores en la que irrumpió Cornell y que luego crecería bajo la etiqueta grunge, todos atraídos por la historia de un hombre que optó por partir cuando por fin disfrutaba del reconocimiento y que hizo de la provocación antisistémica un modelo de vida. Algo así como un antecedente de Cobain: precisamente el líder de Nirvana se declaraba su devoto.
Darby Crash formó en 1977 el grupo The Germs junto a Pat Smear, después parte de Nirvana y Foo Fighters. Hasta contaron en un breve período con Belinda Carlisle, luego estrella pop en los 80. Y para cerrar el círculo editaron dos años después su único disco, (GI), un manifiesto de punk chillón y acelerado producido por Joan Jett y que los graduó de fenómeno. Sus conciertos, repletos de imaginería nazi y heroinómana, se desbordaban en enfrentamientos con la policía.
En medio de ese caos, decidió disolver a The Germs y formó junto a Smear la Darby Crash Band: un nombre gris que rememoraba a esos grupos rockeros de los 60 (como la Steve Miller Band) que el punk tanto detestaba. Su carrera se fue en picada y ahí decidió que era hora de ejecutar su plan.
Se metió junto a su novia en un departamento, se inyectaron altas dosis de heroína y, antes, rayaron el lugar con mensajes contra el capitalismo, la industria y los ídolos hipócritas, rematando todo en una frase: "Aquí yace Darby Crash" (su mujer no falleció). El destino hizo que su deceso fuera eclipsado por la muerte de uno de esos héroes que precisamente quería combatir con su decisión final. Lennon, el Beatle, el idealista burgués, el revolucionario traidor, el renovado padre de familia, el emblema del conjunto más millonario de la cultura popular. El hombre que finalmente el mundo eligió como mito.