Es diciembre y hace un calor de mil demonios en este maldito desierto. Mortificado por sus decisiones estéticas (traje negro ajustado con chaleco), el cineasta David O. Russell (55) atiende a la prensa en Dubai, más educadamente de lo que su fama de tirano impaciente hacía esperar, en la terraza de un bar del lujoso hotel Al Qasar, que tiene habitaciones de 10.000 euros la noche y huéspedes con Lamborghini.
El Festival Internacional de Cine de Dubai (DIFF) escogió Escándalo americano, última película de Russell, para cerrar su décima edición, un día después de su estreno reducido en seis salas de EE.UU. Jim Sheridan, Cate Blanchett, Mark Ruffalo o Martin Sheen fueron otras de las estrellas de Hollywood que desfilaron por el joven y pujante certamen.
Venir a esta parte del mundo a presentar Escándalo americano podría tener sentido después de todo. La película se inspira en hechos más o menos reales, con conexiones en Oriente Próximo ("algunas de estas cosas sucedieron", advierte un rótulo en la secuencia inicial de títulos). Russell y Eric Warren teorizan en el guión sobre la integridad y otros asuntos de la condición humana a partir de un escándalo de corrupción política que sacudió EE.UU. a finales de los 70 y que acabó con cinco congresistas y un senador en la cárcel por aceptar sobornos. Fue la culminación de una operación bautizada por el FBI como Abscam, contracción de arab scam, que cabría traducir por "estafa árabe". La agencia federal usó como anzuelo a un supuesto jeque de Abu Dabi, que está a una hora y media por carretera de Dubai. En la película, el anzuelo es, en uno de los giros surrealistas tan queridos por el director, un mexicano de aspecto cetrino, pero ni idea de árabe.
Para atrapar a los políticos corruptos, las fuerzas de la ley (un agente ítalo-americano interpretado por Bradley Cooper) se sirven de Christian Bale, trapichador de poca monta pillado con las manos en la masa, su extraordinario e ingobernable peluquín y su compañera de correrías, Amy Adams, que resulta criminalmente sexy e inteligente en su papel de arribista con falso acento inglés. El trío, habitual de las películas de Russell, encabeza un reparto memorable, que incluye hasta un Robert de Niro sin acreditar.
No deja de ser curioso lo mucho que obtiene de sus intérpretes, si se tiene en cuenta su fama de desencuentros con los actores. "Oh, eso es tremendamente injusto", explica el cineasta. " Soy juzgado por dos malos días de mi vida...".
El primero de esos dos días acaeció en el rodaje de Tres reyes (1999). George Clooney, entonces una estrella en ascenso, y Russell, cineasta de la generación indie de los 90 listo para dar el salto a las grandes ligas de Hollywood, acabaron a puñetazos en el set, aparentemente cuando el actor no soportó el trato vejatorio con que el director castigaba a los técnicos.
La fama de Russell como un ser imprevisible quedaría cimentada con su siguiente película, Extrañas coincidencias (2004). En una grabación de YouTube se ve a Russell perder los nervios con su estrella, Lily Tomlin, a la que en un momento llama "puta". "Aquella película y lo que vino después fueron los momentos más bajos de mi carrera", dice. Russell se refiere a los seis años entre Extrañas coincidencias y su triunfal vuelta con El vencedor (2010), historia basada en la figura de un boxeador sin fortuna que le valió una candidatura al Oscar a la mejor dirección. En esos años, "me separé de mi mujer de toda la vida, no logré completar una película y traté de ayudar a mi hijo con sus problemas de bipolaridad. Perdí dinero. Perdí mi talento para contar historias. Perdí mi ser".
Ahora, las cosas van algo mejor. Sus experiencias como padre atribulado dieron al director la idea de la película de su consagración definitiva. El lado bueno de las cosas fue la gran sorpresa de 2012: obtuvo ocho candidaturas a los Oscar, aunque sólo consiguió una estatuilla. "Creo que ese fue el trabajo clave en mi carrera. A partir de ahí, la gente empezó a reconocer mi estilo. Se podría decir que encontré mi voz"".
En El lado bueno de las cosas dio también con las jóvenes estrellas Bradley Cooper y Jennifer Lawrence (Oscar a la mejor actriz). Ambos repiten en Escándalo americano, así como Amy Adams y Christian Bale, quienes habían trabajado en El vencedor.
Juntos brindan un retrato que flirtea con la parodia de una época en la que Russell era un adolescente neoyorquino, hijo de un empleado de la editorial Simon & Schuster, que soñaba con ser escritor. "Para mí, los 70 no fueron los años de la música disco; siempre preferí, como la pareja protagonista, a Duke Ellington, con su elegancia pasada de moda. Recuerdo el gran nivel del cine de entonces: Coppola, Scorsese, Hal Ashby…, parecía que las películas serían así de buenas para siempre. Ellos nos inspiraron a nosotros en los 90, cuando vivimos un auténtico boom creativo… Jim Jarmusch, los Coen, Spike Lee… Creo que hicimos algo grande. Robert Redford (con su festival de Sundance) consiguió que tuviéramos un sueño: cambiar la cultura americana para siempre. Por lo demás, los 70 fueron un tiempo más inocente: los sobornos viajaban en maletas, no como ahora, que la corrupción no mancha, no deja rastro y no pesa. Los entresijos de cualquier proceso electoral reciente son un asunto mucho más turbio que el que se cuenta en la película".
El filme fue recibido con enorme entusiasmo por la crítica. "Cuando has estado en lo más bajo, te sientes muy bien con cualquier tipo de reconocimiento. Soy capaz de hacer películas, que es algo que llegué a dudar, y eso es ya un triunfo para mí", dice Russell.
Semanas después, la cinta ganaría el Globo de Oro a mejor comedia, anoche el premio SAG a mejor elenco (ver nota secundaria) y es favorita al Oscar, con 10 nominaciones.