Aunque nunca es cómodo cuando uno de los invitados a la fiesta llega por la puerta trasera, se apropia del protagonismo y roba toda atención al resto, esta vez la imprudencia sí tuvo buena acogida.
En el inicio del evento Songs in the key of life, el tributo de los premios Grammy a Stevie Wonder que se realizó el 10 de febrero en el Teatro Nokia de Los Angeles y que hoy a las 22.00 horas emite TNT, Beyoncé apareció por uno de los extremos del lugar, caminando entre los presentes, en un recinto de dimensiones similares a las del Teatro Caupolicán, con un vestido ajustado que remite a los mejores días de Tina Turner e interpretando Fingertips, el primer gran hit del estadounidense, cuando lo llamaban "Little Stevie" y apenas cumplía 13 años.
La celebración -apenas un par de minutos después de su comienzo, con la mayor estrella del pop actual en pleno baño de masas y con el homenajeado en primera fila- ya estaba servida.
Y aunque también resulta particular cuando la mujer más deseada de la fiesta se fija de entrada en el chico más retraído o en el galán rudo y de modales ásperos, esta vez el gesto también tuvo plena coherencia. Tras concluir el primer tema, Beyoncé sumó a escena al cantautor inglés Ed Sheeran -fenómeno juvenil con facha de hijo de vecino- para cantar Master blaster (Jammin'), mientras luego invitaron a Gary Clark Jr., uno de los guitarristas más virtuosos de la última década, para transfigurar Higher ground, salpicada de voltaje y en una versión más cercana a la que despachó Red Hot Chili Peppers a fines de los 80.
De algún modo, los tres aliados inesperados encarnan a plenitud el concepto de tributo: la influencia de Stevie Wonder alcanzó a artistas crecidos en géneros tan disímiles como el R&B, el soul, el pop y el rock, sumando al hip hop, el funk, la salsa y hasta la electrónica o el cancionero brasileño.
La velada, conducida por el actor y rapero LL Cool J, fue pródiga en tales palabras, subrayó a cada instante que el festejado es uno de los grandes elegidos de la música moderna y, el puñado de discípulos, colegas y amigos que desfiló bajo las luces, le dio la razón. Para demostrarlo, Lady Gaga se sentó al piano, observó a Wonder, le dijo "eres la razón por la que estoy en esto" y se lanzó en una vibrante relectura de I wish, abundante en bronces y vitalidad interpretativa, demostrando que, tras las pelucas chillonas y los trajes de carne cruda, vive una de las mejores voces de esta generación.
Tony Bennett, el último compañero musical de Gaga, era justamente uno de los pocos invitados contemporáneos a los años de mayor gloria de Wonder. Mientras el hombre de Superstition profanó el pop negro en los 70 con guitarras y sintetizadores, Bennett se mantuvo fiel al modelo de baladista de etiqueta que perpetuó desde los 50. Bajo ese mismo patrón, desenfundó una versión de For once in my life paralizada por la elegancia.
Otro cara a cara con la historia lo encarnó Paul McCartney, aunque de modo virtual. El ex Beatle apareció en las pantallas del lugar saludando al estadounidense y recordando cuando se juntaban a intercambiar viejas historias del negocio. En otras secuencias para los flashes aparecieron Annie Lennox, con una memorable interpretación de My cherie amour; el trío integrado por India.Arie, Janelle Monae y Jill Scott con una enérgica As; y hasta Andrea Bocelli reviviendo I just called to say I love you.
Pero quizás el homenaje más certero no sucedió en el escenario. Sobre la mitad del evento, LL Cool J le pidió al público, tanto al del teatro como al de la TV, que cerrara sus ojos por unos minutos. "Es la única forma de entender y llegar al mundo de Stevie", remató el cantante, en la secuencia donde, más allá de las canciones y los discursos, tanto los músicos como el público se pusieron en los zapatos del protagonista de la noche.