En la maravillosa guía de problemas siquiátricos que es la película El lado bueno de las cosas, Robert De Niro interpreta a Pat Solitano, un jubilado que consagra su vida a los Eagles de Filadelfia, el equipo de fútbol americano de la ciudad. Su trastorno obsesivo compulsivo hace que sea celoso de que ningún detalle de su vida –ni la de sus familiares- interfiera en la suerte de su equipo. Eso implica un orden para los controles remotos en la sala donde ve los partidos –él tiene prohibido el ingreso al estadio por viejos “incidentes”-, que cada persona tenga asignado un sofá durante los matches y que su hijo bipolar -Bradley Cooper- vaya al estadio a ver jugar al equipo. Eso asegura el éxito y deja tranquilo al viejo Pat.
Fuera de la pantalla, en la realidad de esta tarde, cuando la Roja vuelva a disputar una final de Copa América después de 28 años, supersticiosos famosos e impensados pondrán en práctica sus nuevas y antiguas cábalas para levantar la esquiva la copa.
Jugadores, autoridades y personas normales aportan su grano de arena a través de rituales privados. Arturo Vidal ocupa unos zapatos grises con frases escritas por su hijo Alonso. Jorge Valdivia deja un chicle en el camarín y pide que se lo lleven justo antes de que comience el partido. La Presidenta Michelle Bachelet va al estadio siempre con la misma ropa: camiseta de la selección, bufanda roja, pantalón y chaqueta negra. El ingeniero Juan Enrique Couso juega el partido antes con su hijo Clemente de cuatro años, que hace de la Roja, y lo deja ganar. Y la profesora Cin González se junta con los mismos amigos en un departamento de Plaza Ñuñoa y pone a la gata Mota sobre la consola de PlayStation mirando hacia un lado porque si apunta para el otro la cábala no tiene efecto.
Buena –o mala- suerte
Aunque suene contradictorio, muchas de estas prácticas las copiamos de nuestros rivales de hoy. “Las cábalas, como las barras bravas, el dopaje, los coros y las trampas en el fútbol, son venidas de Argentina”, dice Luis Urrutia O’Nell (también conocido como “Chomsky”), periodista y autor de varios libros sobre fútbol. Por eso, tratar de competirles a los trasandinos en esto no va a ser fácil.
“Como cualquier futbolero, tengo un repertorio de cábalas que por estos días, por ejemplo, me llevan bastante tiempo y energía”, admite Rodolfo Braceli, periodista y escritor argentino sobre esa tradición nacional. Aunque prefiere no contar de qué se tratan. “Al decirla se pierde el efecto, entonces hay que tener la cábala calladita en la boca”, explica. “Los que de verdad son cabaleros”, dice Danilo Díaz, periodista y autor de distintos libros sobre fútbol, “no lo reconocen, no lo mencionan” y agrega que él ya no cree en estas cosas.
Según “Chomsky”, las cábalas llegaron a Chile con Donato Hernández, legendario director técnico argentino que entrenó equipos como Rangers y Wanderers en los 60. Él trajo manías como repetir la ropa, seguir una misma ruta en el bus camino al estadio o mantener un orden en los asientos del camarín o la banca. La escuela de técnicos cabaleros tuvo entre sus filas a Orlando Aravena, Hernán “Clavito” Godoy, Luis Santibáñez o Nelson Acosta. Empezó a decaer con Arturo Salah, quien cuando llegó a Colo-Colo en 1986 buscó la salida de Luis Castañeda, alias “el Brujo”, un masajista que estaba en el club desde los 70 y se mantenía a pedido de los jugadores que le atribuían poderes paranormales.
Uno de los ritos más recordados en las canchas nacionales es un oso de peluche que Patricio Toledo, arquero de la UC, ponía en el arco que le tocaba defender en los 80. Se sentía seguro con ese amuleto de la suerte, hasta que en un partido el brasileño Rubens Nicola, delantero de Rangers, lo lanzó a la galería del estadio Santa Laura. Toledo salió persiguiendo al atacante furioso y el peluche volvió a la cancha, pero tan destruido como el ánimo de su dueño, recuerda el libro Anecdotario del fútbol chileno, de Juan Cristóbal Guarello y “Chomsky”.
Otro arquero, Daniel Morón, también fue famoso por sus cábalas. Lavaba su uniforme y guantes él mismo, pisaba la cancha por primera vez con el pie derecho y los días de partido usaba calzoncillos rojos, muy difíciles de encontrar en el Chile de 1987. Una vez contó a Las Últimas Noticias que para la Copa Libertadores de 1991, uno de sus rituales era ir a leer el diario en la piscina del Hotel Sheraton. La cábala empezó en febrero y a medida que pasaron los meses, el clima empeoró, pero no podía dejar de cumplirla. Más de una vez tuvo que salir a leer bajo la lluvia (en esa época en Santiago llovía) y se quedaba haciéndolo por al menos un minuto para que se diera el efecto.
El esfuerzo por cumplir con las cábalas se explica porque los futbolistas ahuyentan los miedos, refuerzan su autoconfianza y sienten que el resultado no depende sólo de ellos, liberando la presión. “Aunque también pueden ser conductas que paralizan: si no se produce la cábala, pueden tener la tendencia a no rendir de manera óptima porque esa sensación de seguridad no se produce”, dice Rodrigo Cauas, sicólogo y coach deportivo de EMD (Entrenamiento Mental Deportivo).
Para el sicólogo deportivo, estas conductas se han traspasado a los hinchas porque, a medida que se acerca el objetivo, ven ésta como una oportunidad cada vez más factible para conseguir por fin la copa. “Los jugadores se han encargado de decir que tienen la convicción de lograr la meta. Hoy la presión es menos idealista y más realista, y eso la gente lo ha hecho suyo”, explica Cauas.
La hinchada cabalera
Un estudio realizado por la consultora Ipsos para el Mundial de Brasil arrojó que un 16 por ciento de los hinchas chilenos tiene alguna cábala para los partidos de la Selección. Las más frecuentes eran tres: “Verlos siempre en el mismo lugar y con la misma gente”, “usar un amuleto de la buena suerte” y “rezar antes de un partido”. ¿Los más cabaleros del continente? Obvio, los argentinos, uno de cada cuatro reconoce que lo es.
Esto tiene mucho que ver con lo imprevisible de este deporte. “Se entiende por esa maravilla del fútbol que es el factor azar, como un tiro en el palo o un bote mal dado. Y como al azar nunca lo hemos podido controlar, recurrimos a elementos externos para intentar darle un significado”, dice el abogado Patricio Hidalgo, coautor del Diccionario ilustrado del fútbol, quien admite que cree en estas cosas.
Hidalgo explica que, al igual que la de los jugadores, las cábalas de los hinchas tienen que ver con la repetición de las fórmulas que han resultado. Así, para hoy es esencial preocuparse de mantener la ubicación en el estadio o la casa donde se vieron los partidos anteriores, la ropa, el primer trago –ojalá en el mismo vaso- o el primer abrazo después de un gol. “Acá cada uno tiene sus obligaciones: los jugadores de rendir en la cancha, el hincha en el estadio de alentar, pero los millones de chilenos que lo ven por televisión deben colaborar con lo suyo y ejecutar su cábala de manera correcta”, advierte Hidalgo y agrega que si no se cumple el ritual se puede caer en la temida mufa.
“La mufa es un tema recurrente entre periodistas deportivos, entrenadores y futbolistas que alude a todo aquello que supuestamente le trae mala suerte a tu equipo, pero que jamás podrá comprobarse. En esa lógica puede ser mufa cualquier cosa o circunstancia que sirva para explicar un mal resultado: que fulano haya ido al estadio, que se nombre en voz alta a mengano, que sutano diga que su equipo va a ganar fácilmente a su rival”, explica Francisco Mouat, autor de varios libros de fútbol, aludiendo a lo más mufa de lo mufa: decir que el equipo de uno va a ganar, falta que se agrava al dar un resultado.
Algunos ejemplos que hacen perder son: el mejor jugador de la historia, Pele, famoso porque cada vez que dice que un equipo va a ganar el Mundial, a este le va pésimo. Otro es Aaron Ramsey, compañero de Alexis en el Arsenal, que ostenta un extraño récord: cada vez que mete un gol se muere algún famoso –en su registro aparecen Osama Bin Laden, Chavela Vargas y Robin Williams-. O, en Argentina, el nombre del ex presidente Carlos Menen, que es impronunciable. Como antídoto, para ahuyentar la mala suerte que trae, al escucharlo los vecinos se agarran los testículos.
Como hay mufas también hay reconocidos mufosos. Uno de ellos es nuestro: el periodista Eduardo Sepúlveda, subeditor de Deportes en La Tercera, a quien se le atribuye la capacidad de mufar todo lo que nombra. Si dice que a un equipo le irá bien, casi automáticamente éste cae en desgracia. Y viceversa. Él se defiende: “Eso lo inventó un colega. Yo jamás he atraído la mala suerte a nadie. Han sido puras casualidades...” “Pero han sido muchas”, retruca un compañero a su lado. “¿Qué cómo le irá a Chile el sábado? Pierde 2-0. Fácil”, sentencia Sepúlveda. Su compañero celebra el pronóstico.
Al otro extremo está “Chomsky”, famoso en el medio por ser un talismán para los equipos que cubre. Partió con la cobertura del Colo Colo campeón del 86, siguió con el título de Yugoslavia en el Mundial Juvenil de 1987 y se consolidó con la Copa Libertadores de Colo Colo en 1991. “Yo era cábala. Por eso en 1994, cuando trabajaba en La Tercera, donde había mucha gente de la U, incluido el director, me pusieron a propósito a cubrir al equipo que llevaba 25 años sin salir campeón”, dice el autor del Anecdotario de la Copa América. Ese año los azules terminaron con la maldición.
“Chomsky” dice que no se le ocurriría por nada del mundo aparecerse hoy por el Nacional. La razón es sencilla: no ha ido a ningún partido. Es una lógica que aplica para todos. “Así como los políticos han hecho un acto de constricción, conciencia y perdón respecto a las boletas truchas, ojalá que lo hagan respecto a eventos deportivos y el que esté asociado a derrotas no asista al estadio”, aconseja Hidalgo.
El antídoto
Ante la mufa está la contramufa, que es decir lo contrario de lo que se desea como antídoto contra la mala suerte. “La más común es anticipar una derrota de nuestro equipo en el partido y nunca presumir de ser el favorito”, explica Mouat.
Aunque para la mayoría de los especialistas consultados todo esto no pasa de ser supersticiones y folclor. “Más allá de la mufa o contramufa, termina ganando el que mejor juega porque tiene los mejores jugadores. Para la final no basta con estas cosas”, dice convencido Danilo Díaz.
Por eso, lo mejor es observar los fríos números y resignarse. Argentina ha sido dos veces campeona del Mundo, 14 de la Copa América (de triunfar hoy alcanza a Uruguay como la más ganadora), una vez de la Copa Confederaciones, dos del fútbol en los Juegos Olímpicos y seis del Mundial sub-20. Chile nunca ha ganado nada de nada. Según datos del sitio Transfermarkt, el plantel trasandino cuesta tres veces más que el chileno. En casi un siglo de partidos oficiales, Chile ha vencido una mísera vez y ha perdido en 29 oportunidades. Por último, no está de más recordar que Argentina ha ganado todos los campeonatos continentales jugados en Chile desde los 50.
Ergo, el triunfo albiceleste parece seguro e irremediable. Lógica pura.
Argentina y el factor Menem
El periodista argentino Rodolfo Braceli ha escrito tres libros sobre fútbol y siempre se encontró con el tema de las cábalas. "Forman parte de las costumbres", dice y agrega que en Argentina se mezclan la superstición y la religión. Recuerda cuando 10 mil peregrinos, con Marcelo Tinelli a la cabeza, caminaron 60 kilómetros hasta el santuario de la Virgen de Luján para agradecer un título de San Lorenzo. Monseñor Emilio Ogneñovich los esperaba ahí y les dijo que la Virgen estaba contenta. "Es decir, ¡monseñor hizo participar a la Virgen en la hazaña de San Lorenzo!", comenta y añade que cuando las supersticiones son llevadas a este nivel son una especie de soborno divino. "Es como si un equipo jugara con una especie de doping celestial alterando las reglas".
El escritor tiene lo suyo. En el Mundial de Italia 90, para que Sergio Goycochea atajara penales, se puso una cinta roja en el tobillo izquierdo. Antes de cada definición, el director de la revista donde trabajaba se agachaba a tocarla y “yo le daba una módica patada en el trasero. ¿De qué otra manera uno puede darle una patada al director y que no lo rajen?”.
Braceli cuenta que un reconocido cabalero es el DT Carlos Bilardo. Antes del Mundial de 1990, el presidente Carlos Menem, que tenía fama de mufa, lo invitó a la Quinta Presidencial de Olivos. Bilardo entró en desesperación: “Yo no voy ni atado”. “Pero, ¿cómo no vas a ir, te está invitando el presidente?”, le dijeron. “Voy, pero ahora mismo me consiguen un calzoncillo colorado”, pidió para neutralizar la mufa. “Y la Argentina ‘pudo’ salir campeón mundial. Claro, aparte de las cábalas contábamos con un tal Maradona”.
-Entonces, si el sábado voy a la final con una foto de Menem, ¿pierde Argentina?
-No, eso no pasará porque yo ya me estoy poniendo un calzoncillo colorado advertido por su pregunta.
¿Cuál es mi cábala?
Presidenta Michelle Bachelet
La Presidenta va al estadio siempre con la misma ropa: la camiseta de la selección, bufanda roja, pantalón y chaqueta negra. “Antes no tomaba mucho en cuenta el tema de las cábalas, pero como me ha resultado y todos tienen las suyas, adopté la de la ropa. Aunque mi interés por la Selección es muy anterior a la Copa América, incluso cuando no era Presidenta fui al Mundial de Sudáfrica y al Mundial el año pasado también”.
Ignacio Valenzuela, periodista y relator de Canal 13
“Me pongo una moneda en el zapato derecho”. Valenzuela cuenta que estaba transmitiendo el partido entre Perú y Chile en la clasificatoria a Sudáfrica y sintió una molestia en el zapato. Era una moneda de 100 pesos. “Esa vez la transmisión salió correcta, no hubo fallas técnicas y Chile ganó, así que cada vez que relato me pongo una moneda en el zapato derecho. Me ha acompañado. Me cuida”.
Andrea Hoffmann, conductora de La comunidad sin anillo, radio Concierto
“Hago un sacrificio por la Selección y antes de cada partido me doy un piquito con el Pato”, cuenta Andrea Hoffmann sobre su cábala con Patricio Bauerle, su compañero en el programa de radio. “Como el equipo ha ganado, ya son un poquito más largos”.
Ariel Levy, actor
“No tenía ninguna especial, pero el único partido que no vi en el estadio fue contra México (único empate de la Roja), así que estoy preocupado porque no tengo entradas para la final. Si alguien cree en las cábalas, ¡que me lleve al estadio!”, dice.