"Puro Chile es tu cielo azulado...", gritan en la cancha del Monumental de River el estadio y también en la galería los chilenos y el coloso retumba en silbidos y gritos en contra de la visita. El ambiente es ensordecedor. Ni siquiera se oye la propia voz. La sensación es de vacío y lleno a la vez.
Extrañísima. Aterradora. ¡No existen!" o cánticos alusivos a la alianza británico-chilena durante el conflicto de las Malvinas, son los argumentos más recurrentes entre el bullicio albiceleste.
Han comenzado el partido y de las 62 mil personas que llegaron el estadio, 9 mil son rojos. La gran asistencia de los fanáticos que cruzaron la cordillera superó en casi tres veces el pronóstico que las autoridades argentinas habían realizado para el duelo. Originalmente, la AFA entregó a Chile 2.800 entradas, repartidas entre agencias de turismo y la ANFP. Se esperaban, en total, 3.500, pero los chilenos compraron boletos en sitios argentinos y al final la organización decidió agruparlos a todos juntos, habilitando una nueva galería para la Marea Roja.
"Somos bicampeones", era la principal defensa que los chilenos encontraron para enrostrar.
Eso fue dentro, porque fuera, 300 hinchas que viajaron en el Avión de la Roja, el servicio oficial para presenciar el partido, se enteraron una hora antes del duelo que sus entradas eran falsas. Se mordieron la pena, obligados a gritar sus ceacheí anidados en los bares aledaños. Una vergüenza y una trampa que no debe quedar impune.
Adentro, el infierno no duró tanto como se pensó. Quizás el primer tiempo tuvo algo del morbo que arrastra el duelo por las últimas definiciones en Copa América y Centenario, que la Roja ganó en penales. Pero rápido, quizás desde los 30 minutos de juego en adelante, las bromas, cánticos e insultos terminaron reservados solo cuando los rojos cantaban.
Silencio. Fue extraño, pero ratos se pudo oír lo que el nieto preguntaba al abuelo o los planes que más tarde tenían dos novios. Porque en cancha, Chile dominaba, y en la tribuna, los hinchas se encomendaban a sus santos para que no llegara el desastre.
Catarsis. Al final, los argentinos respiraron hondo. Gritaron. Celebraron una revancha que necesitaban, pero que les dejó una mueca extraña de incredulidad.