David Byrne estaba de viaje en Bali. Agarró una moto y se fue a ver un espectáculo teatral, arrancando de los turistas. Ahí notó que la gente salía a fumar y a conversar en medio del show y que el espectáculo tenía su estructura y proceso al descubierto, como mostrando los huesos del esqueleto. De ahí se desató su obsesión de montar un concierto a la vista, que derivó más tarde en una de las imágenes trascendentes que su banda, Talking Heads, legó a la historia pop: la gira de Stop making sense (1984), esa que registró el lente de Jonathan Demme y que inmortalizó la imagen de Byrne abriendo el show sólo acompañado de una radio portátil, con sus socios musicales entrando de a uno.

"Parecía una idea tan obvia que me sorprendió no saber de ningún espectáculo (bueno, de un concierto) que hubiera hecho esto antes", escribe Byrne en su último libro, Cómo funciona la música, disponible desde esta semana en Chile. Ese desconcierto -que se mete sin rebusques a sorprenderse por asuntos dados por hechos en la música- atraviesa las más de 300 páginas de la nueva incursión del cantante en las letras. Eso, porque aún está fresca su última publicación, el libro Diarios de bicicleta, lanzado en 2011 y que el autor estuvo presentando en Chile. A la fecha, ese volumen ha vendido cerca de dos mil ejemplares.

La anécdota que dio vida a Stop making sense también podría aplicarse a casi la totalidad del texto, que construye sus argumentos desde la experiencia personal hacia la exploración de la música, sin apellidos. Vale la advertencia del prefacio: "esto no es un relato autobiográfico de mi vida como cantante y músico"; y también una invitación: "espero que encontréis aquí algo de que disfrutar, aunque mi propia música no os interese".

Son reflexiones que Byrne ha compilado en distintos tópicos que terminan determinando la creación musical: qué formatos hay disponibles, para qué ambiente y contexto se hace música, cuánto está influida la música por su marco comercial.

NUNCA MAS

Uno de los últimos discos que el ex Talking Heads ha publicado es Live at the Carnegie Hall junto a Caetano Veloso, en 2012. Y precisamente, ese prestigioso escenario de su Nueva York adoptiva sirve para ejemplificar una de las reflexiones más insistentes en Cómo funciona la música, la de cómo los escenarios terminan tiñendo la creación: "La música de Mahler y de posteriores compositores sinfónicos funciona bien en espacios como el Carnegie Hall. La música rítmica, música percusiva con predominio de batería -como la mía, por ejemplo-, lo pasa muy mal en ese lugar. He actuado un par de veces en el Carnegie Hall y puede funcionar, pero está lejos de ser la situación ideal. No volvería a tocar esa música allí".

Así es como los inicios de Talking Heads aparecen enraizados en el emblemático club CBGB ("hasta qué punto estaba yo componiendo música expresamente, y tal vez de forma inconsciente para esos lugares"), mientras que sus canciones más emblemáticas son deudoras del espacio donde nacieron ("Psycho killer empezó en mi habitación en formato de balada acústica").

Pero donde Byrne se distancia definitivamente de las demás "memorias" musicales, es en la transparencia con que expone al negocio (uno donde participa como fundador del sello Luaka Bop).

Disecciona lo que costó su álbum Grown backwards de 2004, en qué se gastó el adelanto de US $ 225.000 que le pasó el sello "elitista" -así lo define- Nonesuch, y cómo siempre se trata de un juego de sacrificios. "T Bone Burnett cobra a menudo un anticipo de seis cifras, que sale de la participación de royalties del artista", confidencia, por ejemplo, sobre uno de los nombres más cotizados en la industria.

Y entre varias otras urgencias y miedos (después de todo, advierte que escribe desde el síndrome Asperguer, diagnosticado), dedica varias páginas a las próximas batallas digitales: "Apple puede de hecho, si quiere, borrar de tu disco duro todas las canciones que compraste en iTunes. Hasta el momento, por suerte, no ha querido".