Pensaron que el Premio Nacional de Artes de la Representación podría reencantarlo, que después de recibir el galardón en septiembre pasado, Egon Wolff (1926) volvería rápido a las pistas de la escritura, pero se equivocaron. El autor de Los Invasores sigue convencido de que el teatro para él se agotó y que lo único que puede llenar su ansiedad creativa es, por estos días, la pintura. "Por alguna razón, muchos de mis amigos del teatro quieren que siga escribiendo. Algunos me han tratado de convencer con amenazas, otros con caricias, pero soy duro de roer", dice Wolff, entre risas. "La verdad es que me he vuelto muy autocrítico. Estoy convencido de que cada artista tiene un tesoro de imágenes que lo van marcando, pero que termina por repetirse. No quiero que eso me pase, evito escribir de mí mismo".
Hace seis años, el dramaturgo dejó de producir obras y comenzó a explorar en la pintura. No le costó. Empezó con el carboncillo, la tinta china y finalmente con la acuarela, que aprendió luego de sólo leer dos manuales. Wolff tiene una explicación para su repentina habilidad con los pinceles: su profesión original de químico le habría provisto de un conocimiento que hasta ahora tenía dormido.
"Con un colega fuimos pioneros en fabricar en Chile productos derivados de algas. Los conocimientos que obtuve del ácido algínico que se usa en los alimentos como espesante me ayuda ahora a pintar", cuenta el dramaturgo.
Lo cierto es que en 1995, luego de la muerte de su esposa en un accidente de auto, Wolff dejó de escribir. "Estuve en un hoyo que duró cinco años, fue violento", dice. A la vuelta escribió más teatro, se volvió a casar y descubrió la pintura como un nuevo talento. En estos últimos tres años, el dramaturgo ya ha pintado más de 200 acuarelas. Un puñado de ellas las exhibirá desde este sábado en el Taller Siglo XX, ubicado en el barrio Bellavista. La muestra se titula Naturaleza e incluye trabajos de otras tres artistas: Rosemarie Irarrázaval, Genny Claro y Fernanda Cerda.
PINTAR LO QUE SE VE
Esta no es la primera vez que Egon Wolff expone sus acuarelas. En 2011, Pablo Casals, el director, lo trajo de vuelta a escena dirigiendo Háblame de Laura y una nueva versión de Los Invasores. En ese mismo momento convenció al dramaturgo de revelar su faceta de pintor exponiendo 50 pinturas en el Teatro Mori y luego en el GAM.
¿Sus pinturas tienen algo en común con su dramaturgia?
Al igual que en el teatro, con los colores uno puede conseguir una expresividad dramática. Los combinas, degradas un color con otro y eso produce una emoción que es lo mismo que cuando presentas a los personajes de una obra.
En los años 50, Wolff comenzó su carrera de dramaturgo a la par de otros como Jorge Díaz y Sergio Vodanovic. Sus textos llegaron luego al Teatro Experimental de la U. de Chile y el Teatro de Ensayo de la UC. En 1963 se hizo conocido por Los Invasores, dirigida por Víctor Jara, y los 70, su obra Flores de papel cruzó fronteras, estrenándose en Argentina, EE.UU. e Inglaterra. Lo suyo eran los dramas sociales, la visión crítica de una burguesía desestabilizada y las relaciones de pareja cruzadas por la decadencia moral y el existencialismo.
En su pintura, sin embargo, Wolff se vuelca a lo figurativo, a pintar paisajes, escenas urbanas, detalles de portones y casas viejas. "Creo que hay que recuperar ese arte, que la gente entienda lo que está viendo. No soy muy partidario del arte abstracto y conceptual. Además, pienso que lo político es accesorio al ser humano, que sus problemas van más allá de la política", dice el autor de La balsa de la Medusa. "Lo que me atrapó de la acuarela fue su transparencia, por la luminosidad y sus efectos de luces y sombras. En realidad no me interesa el resultado económico, pero sí me gusta que mi obra circule, no quiero tener mis cuadros en bodega. Eso sería realmente una pena".