Hernán Castro (54) habla. Habla, habla y habla. Su verborrea no se detiene. Es como un náufrago rescatado, queriendo interactuar con la humanidad y contarle las penurias por las que debió pasar para volver a ser parte de la civilización. Porque Hernán Castro, además de puntero izquierdo y dueño de una zurda prodigiosa, fue también rehén de su propio camino. En caída libre, fue rey y también mendigo.
Se ríe al recordar sus años de gloria. Jugando por Audax Italiano, Santiago Wanderers, Huachipato o Morelia, entre otros clubes. Hizo lo que quiso, tanto dentro como fuera de la cancha. Además de su velocidad al desbordar, Castro fue conocido por sus constantes indisciplinas; en el césped o fuera, siempre fue igual, brutal e indómito. Se toma la cabeza al recordar sus escándalos: “En Coquimbo le tiré un escupo al árbitro por cobrar mal. Al otro día, un compañero leyendo el diario se entera y me cuenta que me dieron como 18 fechas, y yo venía recién llegando al club”. Así era el Indio Castro.
Hernán, cojeando, recorre las calles y los peladeros de Cerro Navia, sus antiguos refugios, mirando en perspectiva cómo se fue desencadenando todo hasta llegar a la extrema indigencia, transformándose lentamente en un alcohólico, drogadicto y pordiosero. Del futbolista, en esa dura etapa de su vida, no quedaba nada. Por eso muchos hoy lo saludan al reconocerlo y se alegran de su recuperación. “Ojalá le dure harto”, dice un chofer del Transantiago, que fuma cigarrillo de marihuana en el lugar donde más mal lo pasó el Indio. “Ellos me ayudaban antes, me dejaban una luquita para un ron o una cerveza. Mucha gente me ayudó”, cuenta, con la cabeza gacha, como humillado por el hoyo en el que estuvo hundido hasta hace sólo cinco meses.
Aquí, en Cerro Navia, la vida es brava, cruda. La droga y el alcohol son elementos presentes, sobran las botillerías y los hombres parados en las esquinas vendiendo pasta base. “Me da pena cómo es la cosa, porque uno sale a comprar pan y en las esquinas están todos fumando mierda, tomando vino, y los niños se dan cuenta de eso”, se queja. Él mismo fue uno de esos niños, que creció mirando cómo todo eso ocurría; él mismo fue uno de esos adictos. Así es el ciclo de la vida, como en muchas poblaciones.
Habla de debacle. Lo hace en tercera persona. “Estuvo como un año en ésta (situación), no quería saber nada de nadie, fue una depresión heavy”, confiesa. Es padre de cuatro hombres, pero la separación de su segunda mujer, con quien tiene dos hijos, lo dejó a la deriva. Tanto, que en los basurales cerronavinos el Indio discutía con el diablo, con Dios, reclamándoles por su suerte en una especie de delirio místico, rayando en la locura. Ahora se ríe y observa todo con más claridad, lo mal que estuvo durante tanto tiempo, pero, sobre todo, lo empantanado que se mantuvo durante años.
Cuesta entender cómo el delgado y arrugado hombre que narra esta historia en algún momento fue futbolista profesional. Se formó en Audax Italiano, donde su padre lo llevó a probarse a los 13 años. “Él no era un ladrón internacional, como dijo don Hernán Godoy. Era un comerciante y borracho, mentía y le contaba historias a Clavito, pero no era ladrón”, se queja. Fue el histórico entrenador quien lo hizo debutar por los itálicos, comenzando así su carrera profesional a los 17.
En un basural, cercano a un paradero de buses del Transantiago, Hernán tenía su improvisada morada. Allí lo encontraron los canales de televisión, cuando aún estaba hundido, podrido. “¡Ésta era mi casa!”, se sorprende, apuntando a un colchón sucio, rodeado de basura, a un costado de la calle. “Aquí dormía. Me acostaba curado y cuando despertaba, lo único que quería era tomar. Estaba mal, tiritaba si no bebía temprano”. Aquí, el Indio Castro abandonó el pudor y la dignidad, llegando incluso a defecar cubriéndose con un par de diarios, mientras los autos pasaban en frente.
El relato de vida de Castro está cargado de excesos. Siempre vivió al límite, disfrutando a concho todo lo que pudo. “Me vine a desordenar tarde, como a los 22 años. Antes era puro fútbol”, dice, aunque quienes lo conocen saben que no fue así, que sus adicciones venían de antes. El alcohol siempre estuvo presente en su vida, pero fue después del retiro del fútbol cuando comenzaron los problemas, la caída libre. “Lo mío era más alcoholismo que drogadicción. Siempre fumé cannabis, incluso cuando era futbolista, como no había antidoping. Me fumaba en las mañanas un buen cuete, también después de los partidos”, explica, sin tapujos.
“Cuando andaba en la carambisambi -como denomina su adicción- la plata no me duraba nada”, recuerda. Su último paso importante por el fútbol fue en Morelia de México. Allí ganó todo el dinero que no había ahorrado antes, por lo que al retornar a Chile lo hizo con un importante botín, cercano a los $30 millones de pesos, en los años 90. Pero Castro no sabía de ahorros, ni inversiones, ni nada. Creció en la población Marina de Chile, donde era el rey entre sus amigos. Allí, como en muchas poblaciones, la vida se resume en el momento, en el día a día. Y junto al Indio, la fiesta estaba garantizada.
Sus camaradas lo perseguían para compartir con él día y noche. “Yo era de esos tipos que si un amigo no tenía plata para carretear, lo invitaba. Gastaba 100 lucas todos los días. Vivía solo y todos los solteros del barrio se lo pasaban en mi casa. Vimos el Mundial de Francia 98 amotinados ahí, con todo lo que puedas imaginar para la mente”, cuenta sobre sus fiestas de finales del milenio pasado.
Como es obvio, el dinero a Castro se le acabó rápido y pronto tuvo que trabajar. Pensó en más de una vez dedicarse al fútbol, como formador, pero no quiso pues “el diablo” lo tenía tomado. Pero necesitaba recursos y era joven, así que no le costó encontrar empleo. “Trabajé en la construcción, y yo ni sabía tomar un chuzo o una carretilla. No fui jornal sólo porque había un respeto hacia mí, por ser ex futbolista”, declara. La vuelta a la vida normal, al trabajo de más de nueve horas y sueldo escaso, fue un golpe que asumió rápido, pasando a ser como una anécdota que, antes de todo, fue un futbolista profesional y amigo de antiguos cracks, como Sandro Navarrete, Víctor Pititore Cabrera o Álex Patato Martínez.
Renacido
Ahora el Indio Castro comienza a renacer. Cuando su situación se hizo pública, muchos ex compañeros acudieron en su ayuda. Los ex audinos, liderados por Mauricio Castro, el Sifup y hasta el propio Iván Zamorano, se pusieron en contacto con él para sacarlo de ahí.
Castro dejó la calle y ahora vive en una pequeña casa ubicada en una esquina del gimnasio polideportivo de Cerro Navia. Allí lucha por no volver a caer. Cuenta que lleva cinco meses “limpio”, sin alcohol ni nada en su cuerpo, lo que fue una tarea agobiante las primeras semanas. Fue el alcalde de la comuna, Luis Plaza, quien se enteró de la suerte de Castro y quiso darle una mano. “Me iban a llevar a un recinto de rehabilitación, pero estuve una noche y me vine. Es que eso es para enfermos, yo no estoy así, no soy loco”, asegura.
Su adicción fue tan grande que su organismo entero le exigía, torturándolo por una gota de alcohol. Los primeros días, se acuerda: “Sentía que me iba a morir si no tomaba, me retorcía. Me arrancaba y llegaba apenas a la botillería (que está al frente del gimnasio) para comprarme el ron más barato. Lo tomaba y me volvía el alma al cuerpo”.
Ahora ya recibe tratamiento psicológico, y está a la espera por una operación en la rodilla, afectada por una artrosis. De a poco ha ido recuperando a su familia y es con el menor de sus hijos, Rodrigo Nicolás (12), con quien comparte más. “Me gustaría que el Nico fuese futbolista. Por eso lo estoy entrenando, yo le digo que si resulta nos vamos mitad y mitad. Ahí recupero toda la plata que perdí”, bromea a carcajadas. Su idea es volver al fútbol, ahora, como encargado de la escuela de su comuna.
El Indio Castro se aburrió de perder siempre. Ex futbolista, ex indigente, ex marido y ex adicto; aún no tiene nada, pero confía en recuperarlo todo.