Corría 1939 y todas las actrices de Hollywood querían ser Scarlett O'Hara. Desde la poderosa Bette Davis, pasando por Paulette Goddard (entonces esposa de Chaplin), hasta Katherine Hepburn, quien dijo segura que "este rol está escrito para mí". Pero todas cayeron ante una británica poco conocida.
Vivien Leigh había actuado en unas pocas películas en Inglaterra, pero en el teatro era ya una figura respetada. Igual que su esposo, el alabado Laurence Olivier. El productor de Lo que el viento se llevó, David O. Selznick, la vio, le hizo una prueba de cámara y se convenció, a pesar de no tener el acento sureño del personaje. A los 26 años, Leigh llegó a la cumbre. La caprichosa, pero incansable Scarleth la llevaría a ganar su primer Oscar en 1940.
El 5 de noviembre se cumplieron 100 años de su natalicio. Reediciones de sus primeros filmes en Bluray y muestras en Inglaterra la recuerdan. Esto, junto a la publicación del libro Vivien Leigh: An Intimate Portrait, escrito por la historiadora del cine Kendra Bean, quien tuvo acceso por primera vez a las correspondencias que la actriz tenía con Olivier y con otras personalidades como Winston Churchill (un admirador confeso). Algo que ayuda a desentrañar la personalidad y la vida turbulenta de una estrella que siempre miró por debajo del hombro al cine. Su pasión era el teatro, decía, donde sus shakesperianos trabajos como Lady Macbeth y Cleopatra brillaron. Pero tanto Scarlett en Lo que el viento se llevó, como su rol de esa quebrada Blanche Dubois en Un tranvía llamado deseo, la convirtieron en leyenda. Una que debió lidiar con una compleja relación con su marido, acompañada de una profundo trastorno bipolar y una debilidad física que la llevó a una muerte por tuberculosis en 1967. Sólo cinco años después de que la actriz visitará Chile por única vez: en el Teatro Municipal interpretó escenas de Sueño de una noche de verano, Hamlet y La Fierecilla Domada.
Sin embargo, más allá de su talento, el libro recoge la ambivalencia entre su fuerza y fragilidad física que trasuntó en sus papeles. "Como actriz, ella trajo una inmediatez y naturalidad a su trabajo que muchas otras estrellas de su generación no tenían", dice Kendra Bean a La Tercera. Aspectos que parecen confundirse con sus roles más emblemáticos.
"Aunque ella no era una actriz del 'método', varias veces dio mucho de sí misma en su roles. Yo no diría que es igual a estos personajes, pero comparten mucha de sus características, por eso parecen tan realistas. Igualmente, a esto ayuda que sabemos mucho más ahora sobre la persona detrás del personaje público", agrega la autora.
Uno de sus aspectos más comentados es el trastorno bipolar que sufrió hasta su muerte. Algo que nunca fue tratado debidamente, por el desconocimiento que se tenía de esta enfermedad por entonces.
"Hay varias teorías sobre el origen de su trastorno. Algunos culpan al aborto involuntario que tuvo en 1944, durante el rodaje de César y Cleopatra, mientras que otros culpan a Olivier. En ese tiempo, una enfermedad así era algo vergonzoso, no se hablaba de ello", dice Bean, sobre el mal que comenzó a perseguirla por los mismo días en que brillaba en la pantalla.
En este sentido, es polémico el uso del electroshock para tratar su enfermedad. "Fue el método más popular de tratamiento para los trastornos del ánimo como el bipolar , y que en realidad resultó ser más efectivo para la depresión".
En sus últimos años, su rostro reflejaba sus pesares, tal como su personaje en Un tranvía llamado deseo. Por entonces el matrimonio con Olivier era intenso. En las tablas eran los mejores actores de su generación, detrás iban del amor al odio. Todo se acabó en 1960. "Eran dos personalidades apasionadas y obsesivas. No hay duda de los celos en su relación. El admitió tener envidia cuando ella ganó el Oscar. Aparte debían mantener una imagen pública algo estresante. Y la incapacidad para hacer frente a la tensión por su enfermedad mental parece haber sido el factor determinante en el fin del matrimonio" remata Bean.