Se convirtieron en amigos, en aliados unidos por la causa de la Unidad Popular y el compadrazgo ideológico de esos días. Esos fueron los lazos que hermanaron a dos créditos con una geografía física y artística tan distinta: el cantante norteamericano Dean Reed, clon mediocre e irregular de Elvis Presley que se asentó en Chile; y Víctor Jara, el mayor cantautor de la época y figura artística de la izquierda.

A tanto llegó el respeto mutuo (aunque más de Reed hacia Jara que al revés) que el estadounidense decidió personificar al chileno en una cinta que funciona como homenaje y que parecía totalmente sepultada: El cantor, grabada en 1977 en la Alemania Democrática (donde vivió Reed) y que hoy a las 22:00 horas estrena el festival In-edit en Lastarria 90 (www.inedit-nescafe.cl).

Una rareza de 90 minutos rescatada del olvido y que incluso cuenta con la sorprendente aparición de Isabel y Ángel Parra y Clodomiro Almeyda, además de retratar en la RDA los escenarios y el color característico de la UP. Más notable aún es el esfuerzo de Reed por asemejarse a Jara, con sus bigotes, su melena, su acento y hasta un poncho a la usanza de Quilapayún.

Es que su vida, en Chile, Estados Unidos y Alemania, siempre tuvo esa marca: la confusión de sus orígenes, su enigmática personalidad, la extraña sed de éxito que tenía por triunfar en los países alineados con la izquierda. Por eso se vino a Santiago y por eso se ganó el apodo de "el Elvis rojo".

Él mismo se declaró en muchos momentos un profundo seguidor del comunismo. Pero en Chile hay varios, entre músicos y periodistas que convivieron con él, que aún no saben si era un genuino activista de izquierda o un espía de la CIA. Eso sí, concuerdan en algo: su estampa de playboy gringo y galán trotamundos lo llevaron a arrasar en el país, incluso con un talento artístico apenas regular.

Su historia en Chile comienza en 1961: el éxito de su tema Our summer romance en el programa El fonoclub, de Antonio Contreras, llevó al director de EMI, Jorge Oñate, a viajar a EEUU para gestionar su visita. Como allá era uno más de la legión de imitadores de Presley, el artista vino de inmediato a constatar el fenómeno.

Gracias a su estampa y verso extranjero, Reed se unió a una gira de la Nueva Ola y se instaló en un departamento en Providencia. Aprendió a hablar español, comió mariscos, estableció amistad con estrellas de la época como Luis Dimas y Marcelo (posterior conductor de Cachureos) y se asesoró con Armando Navarrete, "Mandolino", para manejarse en Santiago. Otro de sus maestros también fue Osvaldo Jéldrez, compositor para Los Ángeles Negros y miembro de la banda Los Amigos de María, con quienes grabó el olvidable single "Somos los revolucionarios".

Tras su triunfo, retornó a EEUU, pero al comprobar que su éxito seguía en punto muerto, volvió a Chile por tres extensas temporadas. Con Argentina unido al suceso, Reed empezó a vivir en la casa del locutor Ricardo García en Ñuñoa, hasta donde llegaban nombres como Pablo Neruda a conocerlo. Más por curiosidad que por real interés. Tocó para los mineros, protestó frente a la embajada norteamericana, interpretó himnos de Quilapayún y colaboró en la candidatura de Salvador Allende.

Luego de 1973, partió a Alemania, transformándose en actor y en rockstar en la Unión Soviética. Pese a que era eximio nadador, en 1986, a los 48 años, apareció ahogado en un lago a orillas de su casa. Muchos hablan de suicidio. En los últimos años, hasta Tom Hanks impulsó la idea de filmar la biografía del "Elvis rojo".