Ignacio Sánchez (51) recuerda bien cuando tuvo que dar el primer examen de su vida. Tenía seis años. Su padre soñaba con que él entrara al colegio Padres Franceses de la Alameda, el mismo en el que él y su padre habían estudiado.

El mismo donde en ese momento estudiaban sus dos hijos mayores. Sólo faltaba el más chico de los hombres. Pero todo resultó mal. Se puso nervioso y no supo responder lo que le preguntaban. Unos días después, escuchaba detrás de las puertas de su casa cómo sus padres se preguntaban qué harían con este niño, en qué colegio lo pondrían.

Finalmente, gracias a la tradición que tenían los Sánchez en ese colegio, hicieron una excepción y lo aceptaron. Pero en ese momento, el rector supo que lo suyo había sido una excepción.

Primero básico fue un desastre. En vez de escribir de forma horizontal, él escribía vertical. En septiembre de ese año, Ignacio Sánchez iba a repetir. Sus padres hablaron con él: "Mire, lo quieren dejar repitiendo y usted no es tonto. Es que usted anda en la luna y por eso no entiende nada".

Pero entonces sucedió algo que le cambió la vida. Algo que no olvidará jamás: Mercedes, su abuela materna -y de quien siempre fue regalón-, decidió tomar las riendas del asunto y se lo llevó por tres semanas a Viña, a una casa que tenía allá.

Sánchez recuerda: "Nos levantábamos en la mañana, ella me hacía un desayuno, una paila con huevos, y nos poníamos a estudiar de 10 a 12.30. Después llegaba con el almuerzo, veíamos la televisión, dormíamos un poco siesta y de 17 a 19.30 hacíamos la segunda clase. En la noche jugábamos canasta". Con los días, Sánchez fue entendiendo que esos símbolos extraños eran letras.

En octubre volvió al colegio, las profesoras lo felicitaron y pasó de curso. Ignacio Sánchez nunca más volvió a tener una mala nota. Nunca más dejó que sus padres se preocuparan por su rendimiento. Nunca más dejó que algo lo superara. De ahí en adelante, Sánchez acuñó la frase "lo que hago, lo hago bien".

En su escritorio de la rectoría de la Universidad Católica no hay nada, ni un papel, ni un clip, ni un lápiz de más. Todo lo que hay encima de ese mueble antiguo de madera tiene una razón y está ordenado. Ignacio Sánchez no acumula papeles ni le gusta dejar nada pendiente. Por eso se despierta a las cinco de la mañana, revisa la prensa, contesta mails, desayuna y se va a la universidad. Llega antes de las 7.45.

Sentado en su escritorio impecable, cuenta que es el tercero de seis hermanos; los dos mayores, hombres; las tres menores, mujeres. Que desde segundo básico siempre ocupó los primeros lugares, algo nunca antes visto en la familia Sánchez Díaz. Pero nadie lo felicitaba por ello, "nadie me celebraba el 6,9 de promedio".

Tampoco se le exigía tener buenas notas. Su madre lo incentivaba a disfrutar la vida. "Tengo el recuerdo de tener 12 años y estar leyendo un libro, y mi mamá apagando luces diciendo: 'Ya, pues, mijito, ¿para qué estudia? Descanse, páselo bien, la vida es corta'".

Durante esos años no sabía que estudiaría Medicina. Por el contrario, soñaba con ser arquitecto. Sin embargo, en las vacaciones de invierno de cuarto medio cayó en sus manos el Villee, un libro de biología. Se fascinó con la estructura de la célula y supo que quería ser doctor.

Una vez más, en eso ayudó su abuela Mercedes, quien siempre le habló de medicina, ya que su marido -y abuelo de Sánchez, que murió cuando éste aún no nacía- era médico.

"Me puse a estudiar, me fue bien y entré acá", dice Sánchez, refiriéndose a la UC. No fue casual. "Pasaba por aquí todos los días para ir al colegio y me gustaba la Casa Central y el Cristo. Además, la mayoría de mi familia siempre ha sido del club deportivo de la Católica".

Egresó de Medicina en 1986. Hasta 1989, hizo la especialización en pediatría y obtuvo el título con distinción máxima. Luego, se ganó una beca para un fellowship de Broncopulmonar Infantil en Winnipeg, Canadá. Ahí estuvo hasta finales de 1992.

Durante su carrera ha publicado más de 200 artículos y un libro de la especialidad. Se ha desempeñado en el Hospital de la UC como Jefe de la Sección Respiratorio Pediátrico y del Servicio de Pediatría. En la Escuela de Medicina llegó a ser director. En 2008 fue elegido decano. Y luego, en marzo de 2010, asumió como rector.

En los casi tres años que lleva a la cabeza de la UC, ya se reconoce su estilo. No descansa. Está pendiente de todo. El prorrector Guillermo Marshall dice: "No esquiva nada. Lo que él me delega es porque no le da el tiempo, no porque lo evite. Todos los que trabajamos con él tenemos que llevar un ritmo de trabajo muy fuerte".

Agrega que el rector "visita las facultades, se junta con los profesores, con los alumnos, con los administrativos, los escucha, toma nota. Es muy mateo. Y si tiene algún problema con alguien, no manda recados. Cita a esa persona a las ocho de la mañana del día siguiente".

Para un tipo eficiente como él, es difícil digerir lo que hoy ocurre con las acreditaciones universitarias y la educación superior: "Nuestra educación superior tiene calidades muy diversas. Hay una con altos estándares, reconocida en los rankings.

Y otra con serios problemas, con proyectos educativos inmaduros, que no cumplen la calidad mínima. Si no cumplen, tendrán que recibir apoyo y evaluar su continuidad. Respecto a las acreditaciones, hay primero un tema legal y de tráfico de influencias que es inaceptable y está en la justicia; y además hay un sistema que creció desordenado y necesita actualización completa".

El rector mira hacia la Alameda por la ventana de su oficina en Casa Central. Comenta que él tiene un sentido de misión en su cargo, que por eso aceptó el encargo de la Iglesia: "Es mi manera de expresar mi fe, por lo cual debo entregar lo mejor de mí a la comunidad universitaria".

Se queda pensando. En ese rasgo suyo de querer estar en control de todo. Dice que en eso no hay obsesividad. "No me siento perfeccionista en el sentido más enfermizo del tema, sólo que me gusta hacer las cosas bien y no tener nada pendiente. Quiero tener las cosas lo más al día posible".

Hoy, su madre de 79 años sigue con los ojos puestos sobre él. Todas las mañanas, cuando el rector la llama para saber cómo amaneció, le dice: "Mijito, ¿por qué tan temprano? Por Dios, la gente no debe querer ni verlo".

Ignacio Sánchez nació en Santiago, en la Clínica Santa María. Creció en una casa pareada y de estilo inglés ubicada en la calle Badajoz, cerca del Apumanque, en Las Condes. Todos los días se iba al colegio con sus cinco hermanos en la combi VW de su papá. Un día, durante ese trayecto, sucedió algo inusual: "Mi papá dijo: 'Miren, ese es Salvador Allende'. Yo tenía siete años, y recuerdo que vi a un caballero con bata regando su pasto en Guardia Vieja", cuenta.

Para el 11 de septiembre de 1973, Sánchez vería, en ese mismo trayecto, tanques fuera de La Moneda. No olvida ese día: "Tenía 12 años. Nos pusimos a jugar a la pelota en la calle y por arriba pasaban los aviones. Se sentía el bombardeo. El día 13 se levantó el toque de queda para que la gente pudiera comprar y muchas personas corrían por la calle. Mi mamá entró a nuestra pieza muy asustada, diciendo que había gente que nos podía atacar".

Su madre era cercana al Partido Nacional. Y su padre a la Democracia Cristiana. Ninguno de los dos militó en un partido. Votaban por candidatos distintos. Sánchez se fue formando su propia visión política de a poco. En 1982 fue presidente del Centro de Alumnos de Medicina, donde tuvo desacuerdos con la Feuc gremialista de esa época. "Cuando me eligieron, sabían que yo no era partidario del régimen militar, porque yo daba opiniones críticas".

Aún más. Dos años después, instaló junto a compañeros de Medicina una unidad de cuidados especiales en la Parroquia Lo Hermida para quienes resultaran heridos en las protestas contra el gobierno.

"El 84 fue un año de mucha tensión política y atropello a los derechos humanos. De mucha embestida del gobierno militar contra la gente, eso me dolía mucho. Había operativos militares a las seis de la mañana en las poblaciones, sacaban a la gente a las canchas de fútbol, registraban las casas. A mí eso me violentaba mucho".

Con esa convicción, una vez cada tres semanas partía en micro a las tres de la tarde y se quedaba en la parroquia hasta las siete de la mañana del día siguiente.

Muchos años después, 27 para ser exactos, Sánchez debió vérselas de nuevo con las protestas. Pero de manera distinta, desde la otra orilla. Como rector de la UC, en 2011 tuvo que enfrentar el movimiento estudiantil. Y no pocas críticas. En agosto de ese año, por ejemplo, tomó la decisión de desalojar una toma en el patio de Humanidades del Campus San Joaquín.

"Fue doloroso dejar entrar a carabineros... Bueno, que un rector autorice la fuerza pública contra los estudiantes es doloroso. Además, si yo te he contado historias de mi vida personal en la dictadura, más doloroso para mí. Pero yo no podía permitir que al día siguiente hubiera enfrentamientos entre alumnos a favor y en contra de la toma de un campus. Yo debo ejercer mi función. Uno no está en este cargo para ganarse amigos o ser Nobel de la Paz".

De todo esto hablaba con sus siete hijos. Cuatro de ellos estudian en la UC. El resto sigue en el colegio. Cada uno le daba su opinión. La que se vio más afectada fue Monserrat, estudiante de Historia. "En su patio pegaron carteles que decían 'rector milico', 'rector facho', 'Sánchez persona non grata'. Imagínate entrar todos los días a un patio donde dicen esas cosas de tu papá... Es duro".

En diciembre de 2011, el rector nuevamente actuó como dice que corresponde a su cargo. Esta vez, el roce fue con ministros del gobierno de Piñera. Fue para el homenaje al fallecido líder gremialista Jaime Guzmán. Sánchez aclara que él asistió porque era una ceremonia para un ex profesor, no por ser cercano a la UDI. Y porque asistiría el Presidente de la República.

Recuerda que "se produjo una manifestación, los estudiantes acorralaron a los invitados y empezaron a golpear los vidrios. La guardia presidencial y varios ministros me decían: 'El Presidente no puede venir, hay que hacer actuar a Carabineros'. Yo me negué. Cuando tú dices que entre Carabineros, entran bombas lacrimógenas, guanacos, perros, y ahí tú ya perdiste el control. Entonces me dijeron: 'Bueno, entonces el Presidente no viene'. Y yo dije: 'Bueno, no puede venir nomás'. Después no sé cómo pude tragarme la comida, porque en las dos horas siguientes hubo comentarios sobre que el rector no tomó la decisión correcta... Pero lo cierto es que a la hora los estudiantes se habían ido y nadie más golpeó nada, se produjo un silencio pacificador. Estoy seguro de haber hecho lo correcto".

En la UC se comenta que Sánchez no le teme a las consecuencias de las cosas y por eso es capaz de tomar decisiones. "No le tiembla la mano", dice Guillermo Marshall. Como cuando recién asumido, y ante la complicada situación financiera de Canal 13, fue a hablar personalmente con el cardenal Francisco Javier Errázuriz, quien lo respaldó en la venta del 67% de la estación televisiva al grupo Luksic. Una movida audaz que, por muchos años, no había sido más que un rumor.

Cuando entró a Medicina, Ignacio Sánchez no sabía que allí también se iba a jugar su futuro personal. El primer año conoció a su compañera Salesa Barja. Dice que después de varios intentos fallidos, recién en tercer año ella le aceptó el pololeo. Se casaron al finalizar la carrera, ambos se especializaron en pediatría, se fueron a Canadá por su posgrado y hoy están ligados a la UC. El como rector, ella como académica. Tienen siete hijos.

Viven todos juntos en la casa que los Sánchez Barja tienen hace nueve años en el sector Santa Blanca de La Dehesa. El grupo familiar lo completa Andrés, el nieto de siete años, a quien los abuelos quieren y crían como a un hijo más. Tiene apenas dos años menos que el menor de los hijos del rector.

La hija mayor es la única que estudia Medicina, también en la Universidad Católica, siguiendo los pasos de sus padres. El rector cuenta que el nombre de esta hija, Trinidad de las Mercedes, se lo puso en honor a su abuela que tantos años atrás le había enseñado a escribir en horizontal. Contándolo, a Sánchez le baja la nostalgia.

Sentado en el living de su casa, recuerda la relación tan cercana con esa abuela. De niño, la iba a visitar frecuentemente a su casa en Félix de Amesti. Allí conversaban, tomaban té.

"Ella era extremadamente cariñosa", cuenta. La última vez que la vio fue en agosto de 1989. "Me fui a despedir porque yo partía a mi beca en Canadá. Tuvimos una conversación muy larga. Después, yo le escribía cartas. De a poco se fue apagando, y a sus 85 años se murió. Me dio mucha pena", dice, visiblemente emocionado.

Ese cariño, dice, de alguna manera suplía esa sensación suya de no ser tomado tan en cuenta en su propia casa: "Siempre fui considerado como 'el hijo del medio'. Uno veía que los mayores brillaban por alguna cosa, y las menores fueron muy cercanas a mi mamá".

Por eso se preocupa de pasar tiempo con sus hijos. Si tiene mucho trabajo, es capaz de levantarse un domingo a las 5 a.m. para despachar pendientes y estar listo a las 11, cuando todos se levantan. Además, hace cinco años instauró un rito: todos los jueves, a las siete de la tarde, va un profesor de música al subterráneo de la casa, que está lleno de instrumentos.

Entre pósters de Elvis Presley -el cantante favorito del rector-, discos enmarcados y micrófonos antiguos, Sánchez y sus hijos asisten a clases. Crearon un grupo amateur, donde el rector se encarga de la batería. Eso, después de intentar sin éxito con la guitarra y el saxofón.

Una citroneta descapotable del 79 es otro de sus gustos. Es la quinta que se ha comprado en su vida. Fanático del modelo, en su oficina en la UC tiene una colección de citronetas en miniatura. "Para mí representa un poco la sencillez de la vida. Quiere decir menos ostentación, menos rapidez, menos locura. Me gustó esta idea de volver a los 80 o 70, con un vehículo que no tiene aire acondicionado ni calefacción". Los fines de semana se pasea a bordo de ella, con alguno de sus hijos o con el nieto, por las calles de La Dehesa. "Es curioso. Tú andas en algo que tiene 30 años de historia en una calle donde todo es 2012".

Martes, cinco de la tarde. El rector Ignacio Sánchez llega a la Clínica de la Universidad Católica en San Carlos de Apoquindo. Estará allí hasta las ocho atendiendo pacientes. El único espacio dentro de su agenda que él dedica a la medicina. Es, según sus colegas y profesores, uno de los pediatras más reconocidos de Chile por sus investigaciones broncopulmonares. Sus horas siempre están copadas.

Cuando tomó la rectoría, Sánchez decidió seguir con su consulta una vez por semana. Algo que nunca antes había hecho un rector de la UC, y eso que antes hubo médicos a la cabeza de la universidad, como Pedro Pablo Rosso y Juan de Dios Vial, quienes eran investigadores. "Lo hago por gusto y por un sentido de responsabilidad con las familias y los pacientes", dice, vestido con delantal blanco.

Siempre le gustó la pediatría. Sin embargo, sacar la carrera no fue fácil. Para estudiar en la universidad, Sánchez tuvo que pedir crédito fiscal, debido a la difícil situación económica de sus padres. Postuló y le dieron un 50% del crédito.

Todo partió cuando Ignacio Sánchez tenía 13 años. Su papá quedó cesante debido a una reducción de personal de la empresa Gildemeister, donde había trabajado más de dos décadas. Con la indemnización, su padre se dedicó a comprar autos, arreglarlos y venderlos, pero durante 12 años no tuvo un trabajo estable.

"La cesantía fue un tema duro para la familia, que se sintió muy fuerte en mi casa... y la asumimos muy unidos. Nunca nos faltó nada, pero había cierta inseguridad económica", afirma.

Para ayudar al papá, todos colaboraban. Su mamá vendía quesos y hacía chalecos de colegio. El, turnándose con sus hermanos, atendía un almacén que su padre puso camino a Farellones. "Se llamaba La Casita. Yo estaba en segundo de Medicina y lo atendía los sábados. Mientras nadie subía ni bajaba, yo estudiaba", recuerda.

La preocupación por los costos jamás lo abandonaría. Cuando fue decano de Medicina, Sánchez fue conocido por hacer una racionalización de los gastos. Ahora, como rector, ha hecho proyectos de ahorro e inversión junto al vicerrector económico, Patricio Donoso, que han dado recursos para tener más becas para estudiantes vulnerables, mayor apoyo a la investigación, construir auditorios nuevos en Casa Central, y una remodelación completa de las áreas deportivas en el Campus San Joaquín, entre otras cosas.

Dice: "Tenemos que ser muy estrictos con el uso de recursos que provienen de nuestros estudiantes, del Estado, y tenemos que poner la mayor parte de esos recursos al desarrollo del proyecto universitario".

La austeridad la lleva también al plano personal. Al comienzo, por pudor, evitaba andar con el chofer; ahora, Luis Peña es su gran ayuda para optimizar su tiempo en el auto. Además, el 90% de sus viajes en avión lo hace en económica.

Lo han tratado de convencer de que desista de eso. Guillermo Marshall, el prorrector, es quien mejor lo grafica: "En algún minuto lo tratamos de convencer de que viajara en business, porque el cargo tiene cierta dignidad. Pero no hubo caso".