Del balón al asiento del chofer

Sergio Nichiporuk, el ex jugador y entrenador que descubrió a Esteban Paredes, hoy vive una realidad muy distinta a la de su pupilo. Sin oportunidades en el fútbol, lo dejó hace cinco años y hoy conduce un bus de Santiago a Lampa. Pero es feliz viviendo su modesta vida, manejando y contando las experiencias que las canchas le brindaron.




Dos ojos, que años atrás observaban una cancha de fútbol desde la banca, hoy turnan su mirada a boletos (de entre 300 y mil pesos), pasajeros y la calle desde el asiento de conductor de un bus. El vehículo de Sergio Nichiporuk se ve más nuevo que varios de la empresa Larapinta, con sillas acolchadas de color azul, amarillo y rojo, y espacio para decenas de personas. Ojos que descubrieron a Esteban Paredes, una estrella que maneja auto deportivo. Tal como lo hizo Nichi en su época.

Hijo de ruso y ucraniana, fugados de la Unión Soviética en la Segunda Guerra Mundial, el ex entrenador nacido en Paraguay lleva más de 30 años en Chile.

Pareciera que su destino estaba trazado desde la adolescencia. Fue figura en torneos interescolares, jugando como delantero, y manejó un camión de tierra y piedras a sus 15 años. “Los demás camioneros se morían de la risa”, dice.

En 1980 llegó a Chile para subir a Primera División con Ñublense, y luego jugó en Deportes Iquique, Santiago Wanderers, Magallanes y Lota Schwager. Pero principalmente vistió la polera del Atlante mexicano (donde también militó su pupilo estrella) y del Mallorca.

“Fui goleador de Primera División en 1982 con 11 goles, me contrataron en Europa,  ¡y para más castigo, al lado del Mar Mediterráneo! ¿Sabes las minas que hay ahí? Turistas alemanas, holandesas, finlandesas… ¡Es la perdición para un lolo de 23 años! Fue lo más lindo que  viví, aunque me lesioné y no jugué tanto”, recuerda.

De hecho, las lesiones lo persiguieron durante su carrera. Chamaco Valdés lo llamaba a  amistosos del Cacique de 1973 cuando faltaba un centrodelantero, y lo buscó cuando dirigió Lota Schwager. Pero sus dolencias en la rodilla lo llevaron al retiro en 1989.

A partir de entonces, comenzó su trayectoria de entrenador y empresario de buses: “Tenía un amigo conductor que me fue enseñando y, con lo que entregaba al patrón y se ganaba, entré al negocio para tener un respaldo”.

Nichiporuk ganó dos títulos de Segunda División como DT (con Cobresal en 1998 y Puerto Montt en 2002), y también alcanzó un subcampeonato nacional en 2000 con Santiago Morning. Pero en ese año ocurrió algo más para ornamentar su carrera, pues también promovió a Paredes, figura de Colo Colo, a los profesionales del Chago. El ex entrenador se resta méritos: “Simplemente estuve ahí en ese momento para subirlo a los profesionales. Si estuviera otro DT, habría sido él quien lo colocaría”. Y recuerda bien por qué lo convocó: “Arrastraba mucha marca, tenía mucha fuerza, y un chute que sacaba un sablazo de 30 o 40 metros. Iba siempre hacia adelante. Es un excelente volante de enganche”.

Tanto potencial le veía, que “a veces lo puteaba a diestra y siniestra, porque no mostraba tanta confianza en sus capacidades. Además, tenía problemas personales y le decía que me hablara, para ayudarlo. Pero se los guardó”.

“Yo sabía que era prometedor, y le faltaba explotar. Si hubiera sacado a los 22 lo que sacó a los 27, ¡madre mía de mi alma! ¡Estaríamos todos con plata hoy día!”, afirma. Tal era su gusto por Paredes, que se lo llevó al salir del club: “Cuando me fui a Puerto Montt, otros clubes lo querían y supliqué por él. Dije ‘con éste, salgo campeón’, y así fue”.

Nichi recuerda con cariño  cuando acogía sus dirigidos en su casa con vista al lago Llanquihue, y compartía una cerveza o un asado. Entre ellos estaba Paredes, quien se ha distanciado. “Fui a verlo al Monumental el año pasado, y le he preguntado cómo está cuando lo he encontrado. Pero el contacto se va perdiendo. En el fútbol, armas un camarín y después del año todo termina”.

Por falta de oportunidades, dejó las bancas hace cinco años. Hoy posee dos buses, y en su recorrido, pasa el boleto en silencio o saluda sonriente. Más aún si es una mujer bonita. “Me ha pasado que me dejaron un teléfono anotado”, dice. Bromea cuando conoce el cliente, y conversa y ríe al manejar en las calles.

De pronto, su semblante cambia. “Debo dejar de hablar, estamos entrando en carretera”, dice, y fija sus ojos en la ruta. Su foco en el tránsito se agudizó tras un tiempo con trauma del volante. Por trágica ironía, su alegría lo encaminó a un duro episodio. “En 2002, después de una victoria de Puerto Montt, salí a comprar para un asado con los jugadores y atropellé y maté un hombre. Él estaba ebrio, y no manejé por varias semanas”, evoca.

Y mientras manejó autos deportivos en ciudades de playa en el pasado, hoy conduce un bus de Santiago a Lampa y los negocios de sus vehículos. Toma el volante alrededor de las 6.30 y da tres idas y vueltas de Santiago a Lampa, trabajando unas 11 horas diarias.

Hoy Nichi no vive los lujos que la pelota le brindó, vida que hoy le toca a Paredes. Pero disfruta al comer porotos granados en el terminal de Lampa, conversar de fútbol y abrir su baúl de recuerdos. Cada vez que habla, sus compañeros descubren algo nuevo. “’¡¿Jugaste en Europa?! ¡Oh, no sabía…!”, le dice un amigo al oír de su experiencia en España.

“Cuando me reconocen me suelen decir, ‘¿Y qué haces acá?’. ¿Pero cuál es el problema? Dejé una huella en el fútbol, jugué en Europa, ahora tengo mi negocio y me gusta conducir. ¿Qué más puedo pedir?”, reflexiona.

De lo único que se lamenta es del alcoholismo  que casi quita sus manos del volante en 2012. “Sufrí un infarto  cerebral y quedé con mi brazo y pierna derecha paralizadas. Pero me recuperé tres días después. Y aquí estoy, sobrio”.

Y claro, sigue de brazos abiertos a otra oportunidad en un equipo.

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