Los Kirchner dieron señales de aceptación de la derrota: admitieron errores, reconocieron que ahora dependerán de los aliados para legislar, renunciaron a la presidencia del Partido Justicialista, que quedará en manos de Scioli. Fue a regañadientes, y no exenta de cierto narcisismo, pero no se negaron los resultados.

Sin embargo, lo que aún no vimos es una lectura del significado de los mismos. Hablan de errores estratégicos, y puertas adentro  acusan de falta de compromiso, y hasta de traición, a los propios que se pasaron a la disidencia, y a los intendentes de la provincia de Buenos Aires que ganaron las elecciones municipales, pero no "empujaron" la boleta de Kirchner.

Pero no hablan de cambios en la sociedad, o en la orientación de las políticas públicas, que puedan surgir de los resultados.  En definitiva: para los Kirchner la derrota no fue del modelo económico, sino de las malas estrategias de campaña y otros aspectos contingentes.

Esta lectura parcial se impone en complicidad con los ganadores de la elección. La campaña fue sobre el poder; las ideas que se debatieron fueron superficiales. Se habló, hasta el cansancio, del "estilo K", y del republicanismo. Los ganadores, mientras tanto, se ocuparon de sus batallas locales. Fueron muy pocos los que alzaron la voz para plantear ideas alternativas en economía, seguridad o política exterior. La consecuencia: ganaron los candidatos antes que las ideas que ellos, en teoría, representan.

Por eso, los Kirchner dicen haber perdido una batalla táctica, pero no una guerra ideológica. Y las nuevas batallas apenas comienzan. Es inimaginable, hoy, un Kirchner de candidato en 2011. Pero no cuesta imaginarlos dando otras peleas en el período que viene.