Las cifras son elocuentes en cuanto al fuerte crecimiento que ha experimentado el tráfico aéreo en Chile. De acuerdo con cifras de la Junta Aeronáutica Civil, a noviembre de este año ya se contabilizaban 20 millones de pasajeros, mientras que hace apenas siete años el total -a igual período- llegaba a 9,9 millones. Esta vibrante actividad impone al país el desafío de contar con una infraestructura adecuada y el diseño de políticas que promuevan el transporte aéreo.
El explosivo aumento de pasajeros ha sobrepasado la capacidad de la mayoría de los aeropuertos del país. Ello ha resentido la calidad del servicio y genera atochamientos en períodos de alta demanda. Las nuevas concesiones que ampliarán la infraestructura de Arturo Merino Benítez (Santiago), el Tepual (Puerto Montt), Carriel Sur (Concepción) y Diego Aracena (Iquique), o el nuevo terminal que se proyecta para Mataveri (Isla de Pascua), son pasos que deberían ayudar a descongestionar dichos terminales y mejorar los estándares de servicios.
Uno de los fenómenos que está detrás del fuerte aumento del tráfico de pasajeros es la introducción de los vuelos low cost, cuya tasa de crecimiento ha sido superior al 20%. La intensa competencia ha devenido en pasajes más baratos, aumento de frecuencias y la incorporación de nuevos destinos. Lamentablemente, el alto costo de la tasa aeroportuaria que fija el Estado -entre las más altas de América Latina- resta competitividad e impide que el tráfico se masifique aún más. La autoridad debería abrirse a explorar fórmulas que permitan su flexibilización.