En arqueología, como en tantas otras materias, nunca está dicha la última palabra. Prueba de ello fue el hallazgo que se hizo a mediados de 2015, de una gran área funeraria en el sector de El Olivar, cuatro kilómetros al norte de La Serena, mientras se excavaba la zona para construir la doble vía de la autopista entre La Serena y Vallenar. Los investigadores han señalado que las inhumaciones prehispánicas encontradas pertenecen a las culturas Molle, Las Animas, y sobre todo, Diaguita y Diaguita-Inca: 35 hectáreas que podrían convertirse en el asentamiento más extenso descubierto hasta ahora de esas culturas.
"Este año todo está cambiando", dice José Berenguer, arqueólogo y curador jefe del Museo de Arte Precolombino. "Las excavaciones que se están realizando en La Serena van a modificar todos los paradigmas de esta cultura. Ya llevan unos 200 cuerpos humanos, y muchos se enterraban con sus guanacos. Vamos a poder tener detalles de la dieta de estos pueblos y si obtenemos ADN podremos zanjar varias dudas sobre sus descendientes; hay todo un mundo nuevo que se nos abre, porque hay que entender que en la arqueología como en otras ciencias los hallazgos nunca terminan", agrega entusiasmado.
Mañana, justamente la institución de calle Bandera inaugura a público la exposición El arte de ser diaguita: al sur del Tawantinsuyo, con el apoyo de Minera Escondida, operada por BHP Billiton, que despliega la investigación más actual de esta cultura del Norte Chico, a través de 230 piezas, entre cerámicas, estatuillas de metal, figuras de piedra y textiles, que provienen tanto de la colección del museo como del Museo del Limarí, en Ovalle; el Museo Arqueológico de La Serena; la colección privada Domínguez-Domínguez, y el Museo San Juan de Argentina.
Esta es la primera vez que el Museo Precolombino dedica una muestra exclusivamente a la cultura diaguita y lo hace, sobre todo, impulsado por la donación que recibió en 2012 de 3 mil piezas arqueológicas, provenientes de los coleccionistas Manuel Santa Cruz y Hugo Yaconi, dueños del MAVI. "Ganamos dos proyectos Fondart para realizar distintas investigaciones, la primera con piezas atacameñas y la segunda con estas piezas diaguitas", dice Cecilia Uribe, una de las investigadoras de la muestra, junto a Varinia Varela. "A partir de eso, armamos esta muestra que divide a esta cultura en un periodo preincaico e incaico, debido a la gran influencia y cruces que tuvieron con este Imperio", añade.
El montaje parte con la exhibición de la cerámica, el aspecto artístico más representativo de los diaguitas, y que se originó con las Animas, pueblo antecesor a ellos que se asentó en el valle de Copiapó y que se caracterizó por la combinación de colores blanco, rojo y negro, además de decoraciones en líneas rectas, zig-zag y triángulos. Hacia el año 1200 d.C aparecen los diaguitas, quienes tuvieron su apogeo entre el 1300 y 1400 d.C., con una notable expresividad artística en la alfarería, que combinó figuras antropomórficas y zoomórficas, además de una amplia variedad de patrones geométricos. "Para ellos la representación de la figura humana y de los animales es importante, aquí vemos los llamados Jarro-pato, con formas de aves, felinos y rostros humanos. En la muestra planteamos que hay un ave llamada cernícalo, un pequeño halcón de Norte Chico, al que siempre representan a través de una especie de antifaz negro como réplica del pájaro real", cuenta Cecilia Uribe.
A partir del 1470 d.C, los diaguitas comenzaron a recibir el avance del Imperio Inca, gobernado por Tupac Yupanqui. Si bien fueron dominados, sus diseños cerámicos y la piedra combarbalita admiraron a los incas, y establecieron cruces culturales y artísticos con ellos. "Los incas penetraron por el lado argentino hacia el Norte Chico, y encontraron en los diaguitas a unos perfectos aliados, ya que dentro de su complejidad podían dialogar perfectamente, cosa que no sucedió con los mapuches, por ejemplo. A través de los diaguitas pudieron conquistar la zona central de Chile y a los pueblos de Copiapó. Esa alianza se ve reflejada en la alfarería y cómo se introducen patrones incaicos y cuzqueños imperiales", explica Carol Sinclaire, curadora de la muestra.
Una serie de Jarros-pato de color blanco, y diseños que representan túnicas, peinados y manchas oculares, como hechos en serie, demuestran la invasión inca. "Hay un cambio de identidad, aquí entra el imperio, la creación está toda normalizada, uniformada, parecen un ejército, antes cada pieza era única", agrega Cecilia Uribe.
La muestra también explora en el origen de estos diseños geométricos que decoraban las vasijas y que habrían tenido una inspiración chamánica. Lo mismo pasa en diferentes instrumentos musicales, usados en rituales y bailes chinos (del quechua, sirviente) donde también se repiten símbolos, como el espiral y el zig-zag. "Según las investigaciones de la arqueóloga Paola González, estos patrones responden a experiencias chamánicas, trances y el consumo de sustancias alucinógenas, como la planta cebil o el mismo tabaco. También quienes practican bailes chinos han señalado que mientras bailan o tocan instrumentos con un ritmo tan monótono y prolongado, entran en un trance donde ven estas mismas figuras, que luego se usan como diseños decorativos, pero también rituales", dice el curador José Berenguer, quien además afirma que hasta hoy estas culturas se proyectan en comunidades que se autodenominan diaguitas.
Recién en 2006, la Presidenta Bachelet dictó una ley que reconoce a los diaguitas como uno más de los pueblos originarios de Chile. Hoy por lo menos el 3,6% de los indígenas se reconoce como diaguita, como es el caso de la comunidad Huascoaltina y Taucán en el Valle del Choapa. "Hay una controversia, entre la academia y los propios habitantes, sobre su ascendencia diaguita. Creo que la gente tiene el derecho de reconocerse y sentirse como ellos quieran y nuestro papel como museo no es juzgar eso, sino mostrar la realidad", afirma Berenguer, mientras observa un video donde se ven a artesanos actuales practicando técnicas del arte diaguita, como Jorge Castillo, tallador de combarbalita o Ulises López, ceramista de Elqui, quienes posibilitan que la tradición perviva.