Debe haber sido aquella infancia como sacada de un cuento de hadas lo que llevó a Elena Poirier a dedicar su vida a la ilustración infantil. Nacida en Gorbea, al sur de Chile, en 1921, la niña Elena se crío entre bosques, huertos de manzanas, guindos, y el molino que su abuelo francés hacía funcionar cada día en el puente colgante sobre el río Donguil. Fueron esas escenas las que ayudaron a construir su imaginario visual que volcaría ilustrando los cuentos clásicos de los hermanos Grimm, Perrault y Hans Christian Andersen.
Cómo llegó a convertirse en una de las dibujantes más jóvenes de la historieta local, fue cosa del azar. Ya se había trasladado junto a su familia a vivir a Santiago, cuando el papá de una compañera de curso, que trabajaba en editorial Zig-Zag, vio algunos de sus dibujos y se maravilló con su precoz talento. No dudó en mostrarle algunos de ellos a Mario Silva Ossa, Coré, el dibujante infantil más reputado de la época y estrella de la editorial, quien decidió invitar a Elena Poirier a convertirse en su discípula. Tenía sólo 14 años.
"Por ser menor de edad no la podían contratar. Le pagaban en fichas que ella canjeaba por útiles, lápices, croqueras, etc. Siempre fue autodidacta", cuenta Hugo Rueda, historiador y uno de los investigadores de la muestra Erase una vez...Elena Poirier. que se realiza en el Museo Histórico.
En 1989, Poirier donó al museo de Plaza de Armas gran parte de su trabajo: una colección de originales, estampas y acuarelas, además de los derechos sobre su obra, que luego se unieron a una segunda donación de su gran amiga, la escritora Alicia Morel. En total son más de 700 documentos, ilustraciones y fotos personales de la artista. "Es una exposición muy anhelada, antes habíamos hecho calendarios con ilustraciones de Poirier y algunas postales, pero nunca una retrospectiva", dice la directora subrogante del MHN, Isabel Alvarado.
El 5 de marzo, además, el museo lanzará un libro de 180 páginas que incluye ilustraciones de Poirier y la publicación de dos breves autobiografías, escritas, la primera en 1957 y la segunda en 1993 . "Hay 34 años de diferencia y eso se nota en que en la primera está la voz de una chilena que comienza su carrera en el extranjero, ese año parte a España becada y en la segunda ya está mayor y preocupada de qué pasará con su legado", cuenta Rueda. En 1990 ella muere de cáncer en Italia.
En forma inédita, la muestra incluye un innovador sistema de acceso para personas sordas y ciegas, desarrollado por la Asociación Crea, a través de 10 ilustraciones que tienen cédulas Braille e imágenes táctiles, además de visitas guiadas en lenguaje de señas.
Más allá de Coré
Aunque en sus inicios los trazos de Elena Poirier se acercaron a los de su maestro Coré, pronto la adolescente dibujante cultivó un sello propio, más abstracto y suelto. "Entre ellos hay una diferencia grande en la producción. Coré tiene elementos sumamente históricos que remiten al mundo medieval, renacentista, con muchos detalles en el dibujo. En cambio, el trazo de Poirier era menos recargado, trabajó mucho la acuarela con elementos locales", señala el historiador. En ese estilo propio, la ayudó el poder ilustrar cuentos de autores locales como Alicia Morel y Hernán del Solar, donde la naturaleza y la fauna es primordial.
Poirier se inició en Zig-Zag y luego dibujó en revistas infantiles como El Cabrito, Margarita y Simbad, que circularon en la década del 40. Tras la prematura muerte de Coré, fue atropellado por un tren a a los 37 años en 1950, Elena Poirier quedó a cargo de las portadas de El Peneca. "Ella siempre ha sido menos reconocida que Coré, a pesar de que logró un nivel similar. Lo que queremos con esta muestra es visibilizar su trabajo", dice Rueda.
En 1957, Poirier se va a España y luego a Italia donde se hace reconocida por su trabajo para Iniciativa Editoriale y su personaje Coccinella. Desde allá sigue trabajando para Chile y cultiva una obra lejana a lo infantil: son dibujos de paisajes y arquitectura que reflejaron su etapa más madura y que también se exhibirá hasta abril.