"Erase una vez una niña llamada Caperucita, de la cual se han hecho cientos de versiones de su cuento. Sin embargo, ella no conocía ninguna, porque odiaba leer".

Así comienza el libro Pepito y sus libruras, de Pepe Pelayo. La historia continúa cuando Caperucita decide tomar el camino más largo para ir a ver a su abuela y se encuentra con el lobo "vestido de traje azul marino y corbata roja, con un portafolio negro en la mano y cara de yo no fui" (sic):

-Yo soy Inspector de la Superintendencia de Bosques y Zanjas y estamos haciendo una encuesta, ¿puedo hacerte unas preguntas?
-No.

-Pero, fíjate, podrás participar en un sorteo y ganarte una semana de vacaciones en un hotel de tiempo compartido.
-¡Córtala, Lobo! ¡Déjate de tonterías, que yo sé quién eres!

En la historia, la Caperucita no es la niña inocente a la que engañan: es ella quien salva a su abuela de las garras del lobo, para lo cual le abre el estómago con un cuchillo y luego le cierra las heridas y lo echa de la casa.

Los textos infantiles actuales ya no tratan sobre la inocencia perdida ni dan lecciones sobre el bien y el mal. Las hadas perfectas y brujas malvadas son reemplazadas por personajes con defectos y virtudes; los finales felices por otros más realistas y las moralejas por una invitación para que los lectores, niños con cada vez más información, saquen sus propias conclusiones.

Así también ya no hay príncipes azules o duendes, pero sí niños que pierden sus dientes; menores que deben aprender a controlar sus esfínteres; y adolescentes que lidian con el divorcio de los padres, el sida o la guerra en la Franja de Gaza.

Es la evolución de la literatura infantil, que los colegios y profesores aplauden y, con mayor razón, los niños. "Con estos temas, los alumnos se motivan mucho, los encuentran cercanos y los comentan", dice Lenka Delgado, coordinadora del ciclo básico de Lenguaje del colegio Cumbres.

LA BLANCANIEVES MODERNA
La literatura es un reflejo de la sociedad y así como ésta ha cambiado, también lo han hecho los libros. Mientras la sociedad dejaba de considerar a los niños como sujetos sin derecho a participación, a quienes, sin embargo, había que preparar para la vida, la literatura hoy coloca a los niños como protagonistas centrales.

"La sicología del desarrollo nos ha enseñado las etapas que van pasando los niños y esas temáticas son incluidas en la literatura", opina Anamaría Rivera, editora infantil de Alfaguara. Así, son motivo de inspiración el control de los esfínteres, a los 3 años; los miedos infantiles, a los 4; la pérdida de los dientes, desde los 5 ó 6 años; y los deseos de independencia de la adolescencia. A ello se agregan temáticas relacionadas con los derechos de los niños, la biodiversidad y la tolerancia.

"Cambia el lenguaje. No está la visión didáctica y ejemplarizadora de la sociedad. En vez de señalar cómo debe ser la sociedad, se habla de cómo es ésta", dice Claudio Aravena, de Fundación La Fuente.

Si bien en muchos casos permanecen los temas de fondo -como el amor en Blancanieves y los celos de las hermanas de La Cenicienta-, hoy los libros no buscan adoctrinar, por lo que los personajes no son completamente buenos o malos, sino personas cercanas, con defectos y virtudes. "Los niños juegan un rol central en la sociedad, por lo que los autores escriben como si fuesen un niño más y no desde un pedestal, como sucedía antes", dice Mauricio Paredes, autor de Ay, cuánto me quiero.

A diferencia de La Caperucita Roja que, en la versión de Charles Perrault, muere en las fauces del lobo, el personaje principal de Ay, cuánto me quiero es un niño egoísta, que descubre, acompañado por su vecina, el valor de la amistad, sin pasar dolorosas lecciones en el proceso.

"Temas como el divorcio o la muerte son tratados como problemas cotidianos, que son parte de la vida. Los menores se sienten identificados con los protagonistas", opinan Rebeca Domínguez y Carmen Paz Hernández, de Fundación Había Una Vez. Como dice Paredes, se tratan los temas serios restándoles gravedad, pero no importancia.

EL HUMOR
También hay buenas dosis de humor. De eso tratan, por ejemplo, las parodias a los clásicos. En Shrek, de William Steig, al igual que en los cuentos de hadas, un protagonista debe rescatar a una princesa atrapada por un dragón... Claro que se trata de un ogro verde y de mal humor. "Se derriban los estereotipos. A los niños les encanta lo absurdo y se juega con eso", opina María Paz Garafulic, de Había Una Vez.

"No es mi culpa que los lobos coman animalitos tiernos, tales como conejitos, ovejas y cerdos. Así es como somos. Si las hamburguesas con queso fueran tiernas, la gente pensaría que ustedes son feroces", argumenta el lobo en La verdadera historia de los tres cerditos, donde Jon Sciezka recrea la historia de los tres cerditos desde la perspectiva del lobo. Como nadie cree su historia, termina tras las rejas.

Es que los finales realistas, por sobre los felices, son otra característica de las nuevas letras infantiles. Como sucede en Así es la vida, Carlota, de Gemma Lienas, donde una niña debe enfrentar el divorcio de sus padres. Al final, ellos no se reconcilian, pero Carlota ya ha asumido la nueva condición de su familia.

LOS COLEGIOS TAMBIÉN SE ADAPTAN
"Una vez, me tocó ver una prueba sobre uno de mis libros que preguntaba qué elementos llevaban en la mochila los niños en la excursión… Ni yo habría podido responder eso", confiesa Mauricio Paredes, autor de La cama mágica de Bartolo.

Afortunadamente, son cada vez más los colegios que se atreven a cambiar los rígidos esquemas de evaluación que buscan determinar si el niño efectivamente se leyó el libro y lo hizo concentrado, métodos que, según muchos, sólo contribuyen a matar la lectura. "Es como si te hicieran una prueba cuando sales del cine", dice Anamaría Rivera, editora infantil de Alfaguara.

En cambio, cada vez más colegios están invitando a sus alumnos a protagonizar obras de teatro o a confeccionar trabajos manuales.

Es lo que sucede en establecimientos como el Cumbres, de Las Condes; Santa Cecilia, de La Florida; Sagrado Corazón Monjas Inglesas, o en la Scuola Italiana.

En las Monjas Inglesas, por ejemplo, se les pide a los estudiantes, desde primero a cuarto básico, hacer ejercicios lúdicos, como cambiar el final del cuento o redactar una carta al autor, comentándole las impresiones del pequeño lector.

En la Scuola Italiana realizan, por lo general, dos evaluaciones por cada texto, una escrita y otra más didáctica, donde los niños pueden dibujar cómics, realizar manualidades y hacer trabajos grupales. Mientras que en el Cumbres, se les invita a a hacer una obra de teatro, a partir de un capítulo a elección del texto o a elaborar afiches publicitarios, donde se resuma la idea principal de la obra.

CÓMO LEER CON LOS HIJOS
Carolina Ojeda, de Fundación La Fuente, detalla cómo aprovechar al máximo la lectura con los hijos. Ella trabaja realizando talleres para padres en el programa "Educación de Calidad", de Fundación CAP.

La lectura escogida debe gustarle al adulto. Los niños perciben todo, por lo que si el libro no le gusta a quien lee, esto se reflejará. Tampoco se deben imponer estilos ni tipos de literatura: si al niño le gusta el cómic, leer cómics.

No interrumpir la lectura con preguntas como ¿entiendes?, ¿qué significa esta palabra?, ¿cómo se llamaba el protagonista? Esto altera el sentido del proceso y el niño sentirá que cada vez que le leen tendrá que responder un cuestionario.

Después de la lectura tampoco se deben hacer preguntas. Sí se puede iniciar una conversación para saber si al niño le gustó el libro, qué personaje no le agradó, etc.

Dar el espacio al niño para que él pregunte algo si lo desea. Si pide que le repitan el cuento o una parte de éste, acceder. Los pequeños (3-6 años) disfrutan con la repetición porque, como aún no saben leer, sienten que se pueden aprender los cuentos de memoria y jugar a leer.

Una vez que el niño ya tiene la costumbre de escuchar historias, se puede jugar a cambiar el final de una historia o conversar sobre qué imaginan con el título antes de comenzar el libro. El adulto debe empezar el juego.

En niños de 10 años, respetar su autonomía. Leer juntos diferentes textos pero manteniendo el contacto afectivo (estar en un mismo sillón) o compartir un solo cuento, pero que cada uno lea un párrafo en voz alta.