La distancia que separa a la ciudad de Glendale de la urbe costera de Malibú es de 66 kilómetros y entre ambas localidades de California se puede tomar la ruta de Sunset Boulevard. La ordenada y opaca Glendale, famosa por sus cementerios, y la suntuosa y cinematográfica Malibú, popular por sus playas y sus celebridades, fueron las coordenadas geográficas por las que hace un cuarto de siglo Quentin Tarantino se movió para tener el mejor viaje en carretera de su vida.

Con 28 años y sin ninguna experiencia en largometrajes, el realizador de Pulp fiction (1994) había logrado que Harvey Keitel se involucrara en su debut fílmico, entusiasmándose al punto de poner dinero de su bolsillo para la producción. Una noche de ensayos con todos los actores en la propia casa de Keitel en Malibú le permitió al realizador entender que había dado en el clavo. El viaje de vuelta a Glendale tendría la sensación del alivio y además sería la luz verde a una de las carreras cinematográficas más brillantes de los últimos 25 años. "En ese tiempo vivía con mi mamá en Glendale y cuando subí al auto y manejé de retorno a casa creo que tuve el momento más feliz de mi vida. No sólo comprendí que Perros de la calle iba a funcionar, sino que el oficio entero de dedicarme a hacer películas iba a caminar", recordaba Quentin Tarantino (1963) hace dos semanas en el Festival de Tribeca.

En esta reunión en el encuentro fílmico neoyorquino, que unos días antes también había juntado a los miembros del elenco de El padrino a 45 años de su estreno, Tarantino y los actores de Perros de la calle tuvieron el suficiente tiempo para recordar las anécdotas, los pequeños apremios y las grandes satisfacciones de un filme que para muchos es el faro del cine independiente de los 90. Ultraviolenta y con muchas referencias al cine negro B de los años 50 (y en particular a Casta de malditos de Stanley Kubrick), Perros de la calle redefinió el concepto de cine suspenso a través de una narración fracturada, sardónicos y audaces diálogos con referencias a la cultura pop, una estilización de la violencia y una banda sonora omnipresente. Fueron las marcas del estilo Tarantino que luego influiría a muchos y que a su vez abrevaba del cine gangsteril de Scorsese y Abel Ferrara (Keitel era actor de ambos), del cine de género americano y asiático y de viejos maestros como Sam Peckinpah o el propio Kubrick.

Tarantino, se sabe, siempre fue un gran cinéfilo y su obra se compone de citas, referencias y hurtos (en el mejor sentido de la palabra) a otras películas. Es una forma, a su manera, original de trabajar y hasta el día de hoy se siente la huella de su influencia. Para hablar de la madre de todas sus películas es que en Tribeca estuvo junto a Harvey Keitel, Tim Roth, Steve Buscemi y Michael Madsen. Es decir con el Señor Blanco, el Señor Naranja, el Señor Rosa y el Señor Rubio de Perros de la calle. El propio realizador tuvo un pequeño rol como el Señor Marrón en una historia que narraba cómo el robo de una tienda de diamantes se transformaba en un infierno después que un infiltrado en la banda los delataba a la policía.

Los perros originales

La primera proyección de la cinta fue el 21 de enero de 1993 en el Festival de Sundance. Luego vendrían más, particularmente en mayo de ese mismo año en Cannes, cuando Tarantino saldría al mundo y se transformaría en un cineasta internacional. Hasta el día de hoy, su posición es aquella y tras ganar la Palma de Oro en Cannes 1994 con Pulp Fiction se consolidó como un director favorito de los festivales.

"Es un orgullo poder decir que soy director de cine internacional. Es la forma en que yo me veo. No soy un director de cine norteamericano. Soy norteamericano y director de cine, pero hago cine para todo el planeta", afirmó en Tribeca.

Pero, ¿cómo fue aquella primera función de invierno en el nevado Sundance de 1992? El autor de Los ochos más odiados (2015) la recuerda con claridad: "Aquello fue un desastre. Fue en el Festival de Sundance y aunque la película era en Cinemascope, en la sala no tenían los lentes correctos para el proyector. Dejé que la mostraran porque yo no sabía que no podían. Sobre el final, en la escena donde todos están gritando entre ellos, de repente alguien prendió las luces de la sala (Risas). Cuando se dieron cuenta, alguien pidió que apagaran la luz. Y cuando en la pantalla estaban apuntándose entre todos, en el mejor momento de suspenso, se cortó la luz por completo. Eso fue lo que viví con el público por primera vez. Fue un desastre total".

Durante todo un año, Tarantino recorrió diversos puntos del planeta con la película y notó que había cierta constante: muchos se iban de la sala en la escena de la tortura protagonizada por el Señor Rubio (Michael Madsen). "Empecé a contar los que salían durante aquel pasaje. Una vez llegué a contar 33 personas. Eso fue lo máximo. Cuando llegué al Festival de Cine de Horror de Sitges (España) pensé que por fin no habría público que se iría, que era el lugar perfecto para mostrar Perros de la calle. Pero me equivoqué: cinco personas se fueron de la sala. Uno de ellos era Wes Craven. ¿Se imaginan? El mismo tipo que hizo La última casa a la izquierda (1972) se fue. La película era demasiado dura para él", dijo, entre risas, refiriéndose a uno de los especialistas del horror contemporáneos, responsable de la saga fílmica de Pesadilla y de clásicos como La colina tiene ojos malditos.

El director también aprovechó de recordar que buena parte de la existencia de Perros de la calle se debió a la confianza de Harvey Keitel. "Todo fue gracias a él. Era mi actor favorito. Veía todo lo que había hecho dos o tres veces. Parecía un sueño imposible conseguir que Harvey aceptara el rol del Señor Blanco. Y de repente, conseguimos una conexión con la esposa del productor Peter Flood, aunque era algo bastante lejano. Pero funcionó y Harvey terminó dejando un mensaje en el contestador automático diciendo 'Leí el guion. Me encantó. Quiero involucrarme, incluso quiero ayudar en la producción para que llegue al cine'. Imagínate... Nos pusimos a bailar cuando escuchamos aquel mensaje. Fue una experiencia increíble. Y aquel sí que fue el principio del principio. Luego Harvey pagó los costos para que yo viajara a Nueva York y consiguió un par de habitaciones en el Hotel Mayflower. Allá conseguimos a Steve Buscemi. Eso sí: Harvey viajó en primera clase y yo en turista".

Algunos meses más tarde de ese encuentro neoyorquino, Tarantino viajaba por Sunset Boulevard tras cenar con Keitel y todo el elenco en Malibu. Era, como recordaba en Tribeca, el mejor día de su vida. "Después de haber visto lo bien que iba todo, lo bien que nos llevábamos entre nosotros, de cierta forma dejé de sentir la presión que había estado sufriendo. Los actores estaban perfectos para cada rol, entendían el material y tras dos semanas de ensayo, lo sabían todo muy bien. Todo estaba listo para filmar. Ahí me di cuenta que tenía la película entre mis manos, el resto era un postre, ya tenía la cena con ellos, literalmente".