El 16 de junio de 1944, George Stinney, un joven de 14 años de color, caminó por última vez. Su destino fue la silla eléctrica, donde fue ejecutado. Era tan pequeño, apenas 45 kilos de peso, que los guardias tuvieron que colocar un grueso libro en la silla, para que alcanzara el electrodo que iba en la cabeza. Así se transformó en la persona más joven en morir por este expediente en Estados Unidos.
Stinney fue condenado a la pena capital por el crimen de dos niñas blancas de 11 y 8 años, que fueron golpeadas brutalmente con un madero, en 1944 en Carolina de Sur.
Al día siguiente de los crímenes fue detenido, acusado y a tres meses de la muerte de las dos niñas, Stinney era ejecutado, tras un juicio express. De hecho, el jurado, compuesto por 12 hombres blancos, tardó 10 minutos en deliberar.
El proceso estuvo marcado por varias irregularidades. La fiscalía se centró en la declaración de culpabilidad que logró la policía, algo que fue cuestionado por la defensa, ante la fuerte presión a la que fue sometido el niño de 14 años para lograr una confesión.
Su familia, en tanto, declaró que Stinney estuvo en la casa, muy lejos de la zona en que se cometió el crimen, a la hora de la muerte de las dos pequeñas.
Este caso se transformó en un emblema para los luchadores de los derechos civiles y enemigos de la pena de muerte. En 2013 su familia logró que se reabriera el caso con evidencia tan contundente como que Stinney, quien ahora tendría 84 años, no tenía la fuerza para levantar el garrote utilizado en la muerte de las niñas.
Desfilaron varios testigos y se sumaron nuevo datos de la autopsia de las niñas. Con esta información, la jueza Carmen Muller no sólo absolvió a Stinney de toda culpa en el crimen, sino que señaló que el niño de 14 años fue víctima de una de las mayores injusticias de la época.