Detrás de la violencia contra la mujer
Las acusaciones de agresiones que Valentina Henríquez puso en su Facebook contra Camilo Castaldi, su ex pareja y vocalista de Los Tetas, instalan una vez más la pregunta por la violencia de género. ¿Cuánto les creemos a las víctimas? ¿Por qué demoran en reaccionar? ¿Qué pasa con la presunción de inocencia? Cuatro especialistas responden estas preguntas que han desatado controversia.
Francisco Aguayo: "Hay una tendencia a culpabilizar y cuestionar a la víctima"
El sicólogo e investigador en masculinidades y violencia de género Francisco Aguayo ha participado en estudios en Chile y América Latina sobre violencia ejercida por hombres contra mujeres.
Cuando hay un testimonio como el de Valentina Henríquez, con fotos de las heridas incluso, ¿hay espacio para la duda? Depende. En los tribunales siempre va a existir el beneficio de la duda y es importante que los hechos sean acreditados. Pero puedes tener un caso como el de Bill Cosby, donde había cerca de 60 testimonios y la justicia no pudo hacer nada. Lo único que lo complica es que en una de las conciliaciones él reconoció el hecho. Es increíble, porque no es por los testimonios, sino porque en un caso hubo reconocimiento de su parte. Ahora, la experiencia en estos casos muestra que hay un porcentaje de mujeres que sufre violencia que nunca le han contado a nadie. ¡A nadie! Eso es bien importante porque estaba mirando algunos comentarios en Facebook y hay mucha culpabilización hacia la víctima porque no habló antes.
¿Cómo compatibilizar la protección a la víctima con la presunción de inocencia?
Es un tema delicado. Desde el punto de vista jurídico existe la presunción de inocencia, pero el feminismo y el movimiento de mujeres han abogado para que se les crea a las víctimas porque la sociedad en general tiende a culpabilizarlas y cuestionarlas, incluso en casos muy groseros como en violaciones grupales. Recuerda el asesinato a dos turistas en Montañita, donde se dijo que "estaban solas". Y no estaban solas. Todo caso parte de un testimonio y los que terminan siendo falsos son muy pocos.
¿Por qué las víctimas no hablan?
Cuando hay violencia en una relación puede costar muchos años denunciar, ya sea por vergüenza, por culpa o por otras razones. La mujer denuncia cuando logra concientizar que es víctima de violencia, pero es muy habitual que las personas se tomen mucho tiempo en verse como tales, en envalentonarse y en sobreponerse a los síntomas, porque el impacto en la salud mental es muy grande. Incluso hay algunas que están convencidas de que ellas hacen cosas que provocan la violencia. Por eso el protocolo es creerles a las víctimas y no culpabilizarlas.
¿Es cierto que la sociedad tiende a cuestionar los testimonios de las víctimas?
Absolutamente, porque la violencia de género está muy justificada o muy legitimada…
¿Todavía?
Sí. En los estudios en América Latina hay preguntas sobre justificación de la violencia y puedes tener entre un cinco, un diez por ciento o más de personas que justifican hechos de violencia groseros, que piensan que el marido tiene derecho a pegarle a la esposa. Se da en hombres y mujeres, eso es muy importante.
¿La violencia contra la mujer es transversal por estratos socioeconómicos?
Las encuestas demográficas dicen que es más frecuente en las clases medias.
¿Por qué?
Una hipótesis es que en ese grupo la mujer estaría más empoderada y se ha visto que al hombre le cuesta tolerarlo, por eso eligen mujeres con menor escolaridad o con menores ingresos.
¿Le sorprendió ese hallazgo?
Sí, porque uno puede estigmatizar a los más pobres: decir que en las clases bajas hay más violencia. También conocemos casos gravísimos de violencia de género en la clase alta, pero hay estudios de abogados detrás y la legislación hace difícil que existan penas efectivas. Hay un avance cultural muy grande, pero queda mucho camino porque todavía la respuesta de las instituciones y de la justicia es lenta, inefectiva y hay muchas víctimas de femicidio a las que no se les pudo proteger.
En el caso que hemos visto esta semana, una ex pareja del supuesto agresor dijo que él no es violento y que presenció cuando la víctima se pegó contra una muralla.
Eso sólo lo puede acreditar un tribunal, pero esa escena puede ser perfectamente en respuesta a ser víctima de violencia, por lo que requiere un tratamiento delicado. Es la experiencia de ella, y aunque aporta más información, no invalida el testimonio de la víctima. Un hombre puede tener dos experiencias radicalmente distintas con dos personas.
Silvia Lamadrid, socióloga y coordinadora del Núcleo de Investigación Género y Sociedad Julieta Kirkwood, de la U. de Chile:
"Sacar los abusos de lo privado y volverlos un tema social ha sido un enorme trabajo de las mujeres organizadas"
"Esta semana vimos a una joven que hizo una denuncia seria en la policía, pero que también usó las redes sociales y eso fue interesante. Se generó un debate explosivo y a mí me emocionó la solidaridad de otras mujeres, pero también me parece preocupante esa reacción extremadamente castigadora. ¿Quiénes somos nosotros para castigar? Eso es tarea de la justicia. Lo que sí podemos hacer es acompañar a la víctima y solidarizar con ella.
Desde los estudios de género, para explicar el contexto donde sucede esa violencia, hablamos del patriarcado. Así nos referimos a una estructuración de la sociedad donde las relaciones sociales se organizan bajo la premisa de que la especie humana se expresa en hombres y mujeres con roles y características determinadas. Es una dimensión biológica, hipervalorizada, que es bastante cuestionable, y esa diferencia se transforma en opresión, subordinación y relaciones de dominio donde el poder es masculino.
Es importante que entendamos que, como sociedad, todos somos formados en valores patriarcales donde hasta hace demasiado poco se consideraba normal pegarles a las mujeres. Tenían que ser daños graves para sancionar, cualquier otra cosa era un problema doméstico. La violencia de los maridos contra sus mujeres se enmarcaba dentro de la unión complementaria de un elemento débil y otro fuerte, siendo obviamente las mujeres las débiles, no sólo físicamente y emocionalmente, sino incluso moralmente, entonces los hombres tenían derecho a castigar para enseñar.
Sacar esos abusos de lo privado y volverlos un tema social ha sido un enorme trabajo de las mujeres organizadas y romper la lógica del dominio masculino ha costado mucho. Hoy estamos intentando crear una nueva forma de entender nuestras relaciones basadas en un respeto mutuo, lo que va a implicar para los hombres una renuncia a sus privilegios. Ahora, los privilegios también traen su carga: la construcción de la masculinidad es bien ruda, debes sacrificar una parte de tu humanidad, tu emocionalidad. Quienes no pueden ser siempre fuertes y alcanzar esos altos estándares son vistos como poco hombres, como "mujercitas", porque la concepción patriarcal implica una desvalorización completa de las mujeres.
Actualmente hay una mayor sanción social a los golpeadores que antes, aunque muchas veces el discurso parte de un respeto falso, de decir, 'yo no le pego a las mujeres porque son débiles'. El golpe es un 'te pongo en tu lugar si rompes las normas' (salir de la casa, ganar más plata, ser infiel). Ahí aparece relegitimado el golpeador, se justifica la pérdida del control y sería menos delito lo que el hombre hace.
Efectivamente, puede que esté creciendo la irritación de algunos a que las mujeres desafíen los límites que la sociedad les ha impuesto, aunque, la verdad, no hay ningún dato que confirme que esto ha provocado un aumento en la violencia.
Es muy loco, pero la mujer siempre tiene la culpa. Cuando decimos '¿pero cómo aguantó, por qué no denunció antes?', juzgamos a la mujer con criterios de racionalidad. Curiosamente, de esa mujer débil, moralmente incapaz, sicológicamente frágil, se espera que sea la que mantenga el control en la relación de pareja, ella es la que tiene que ser racional.
La buena noticia es que, aunque aún se demoran mucho, hoy a las mujeres les está tomando menos tiempo denunciar".
"La violencia en el pololeo no empieza dejando un ojo morado o un brazo fracturado, sino con cosas mucho más sutiles"
La sicóloga del Centro UC del Buen Trato Ana María Arón lleva 40 años dedicada a la sicología clínica. Con esa experiencia dice que en los casos de maltrato hay patrones que se repiten: una mujer se decide a denunciar por violencia y empieza a ser desprestigiada por la gente y por el propio maltratador. "Yo no soy detective, soy sicóloga y si bien esto lo verá la justicia, no pongo en tela de juicio lo que está pasando, sino que acepto lo que me dice la víctima", dice sobre el caso de Valentina Henríquez.
Los expertos como ella entienden por qué una mujer pasa tanto tiempo siendo víctima de violencia sin denunciar y sin tener ayuda. "Cuando alguien recibe violencia en un contexto de una relación de afecto es muy difícil atreverse a reconocer que la otra persona te está maltratando y, por otro lado, hay mucho temor a que el maltratador le diga por ejemplo: 'si tú le cuentas a alguien voy a decir que es mentira' o 'te voy a tirar a partir'. Sabemos que las mujeres se demoran hasta siete años en denunciar".
Arón explica que los abusadores y los maltratadores habitualmente no reconocen sus actos, por eso no es raro escucharlos decir que no hicieron nada o que todo se trata de un invento de sus parejas.
¿Se puede recuperar a un maltratador?
Los procesos de recuperación pasan, primero, por reconocer los hechos, pero con toda esta exposición mediática es bien difícil. Este señor debe estar bien enojado con ella, acuérdate que fue separado de su grupo, y necesitaría harta ayuda para reconocer que lo que hizo está mal y meterse en un proceso terapéutico.
¿Cuánto hemos aprendido como sociedad de estos casos?
Creo que mucho, pero a los medios de comunicación les falta respetar la intimidad de la gente. Cuando todo el mundo empieza a opinar, tenemos un juicio público paralelo que hace mucho daño. A lo mejor si este caso no fuera tan mediático ella habría tenido un proceso judicial más tranquilo y menos revictimizador.
¿Está bien instalado el tema en la política pública?
Mucho más que hace 40 años, cuando empecé a trabajar, pero nos falta mucho en educación porque ahora estamos reaccionando frente a estos casos, pero necesitamos educar más y contarles a los chiquillos que la violencia en el pololeo no empieza dejando un ojo morado o un brazo fracturado, sino con cosas mucho más sutiles, como el control a la pareja y aislándola de otros, que son dos indicadores super clave.
¿A qué edad deberían tener claro ese tipo de aspectos?
A los 11 o 12 años, que es cuando empezamos a hablar de estas cosas y a preocuparnos por el sexo opuesto. Pero todo lo que tiene que ver con violencia de género ojalá lo iniciáramos en el jardín infantil. Empezar a hablar del buen trato, del respeto de los derechos, que nadie tiene derecho a pasar por encima de otro, a tomar decisiones por otra persona. Nosotros tenemos un programa de educación para la no violencia que parte en el jardín infantil.
¿Qué debería aprender un niño en el jardín infantil?
A respetar los derechos del otro y no usar la fuerza para convencer. Y en la medida que los niños van creciendo, cómo uno tiene derecho a tener sus ideas y nadie puede imponerte otras.
Si una autoridad le pidiera tres propuestas sobre este tema, ¿cuáles serían?
Instalar estos temas desde la educación preescolar con un énfasis en séptimo básico, octavo básico y la educación media con programas de prevención y educación. Otra, revisar nuestra legislación, porque no protege a las víctimas tanto como debiera. Esa protección debería incluir algunas normativas para los medios de comunicación, a los cuales les haría un seminario. Y tercero, sería muy importante tener espacios de reparación y de terapia para las víctimas y los maltratadores que, aunque los hay, son insuficientes.
"Hay que entender la violencia de género como la resistencia de un hombre a perder privilegios"
El español Javier Maravall se dedica hoy a la intervención con hombres en riesgo social para prevenir la violencia de género en la Dirección General de la Mujer de Madrid y la Fundación Luz Casanova. Antes de eso, este doctor en historia contemporánea y magíster en estudios interdisciplinares de género de la Universidad Autónoma de Madrid estuvo tres años en Chile como parte de su investigación doctoral, periodo en que estudió la violencia a las mujeres en dictadura y se adentró en el funcionamiento del Sernam. Para él, centrarse sólo en las mujeres es un problema: "tradicionalmente las políticas han estado enfocadas a la protección de las víctimas mujeres y los hombres se han mantenido en una posición estática. Excluyéndolos el muro va a seguir ahí".
Tanto de sus estudios en España como en Chile, Maravall dice tener el panorama bastante claro. Mientras que en Europa casi un 15 por ciento de los hombres entre 18 y 55 años se considera en una posición igualitaria con las mujeres, y actúan en consonancia con ello, en Chile no sería más de un 10. Un 50 por ciento está en una posición neutra y aparentemente no genera resistencias concretas hacia la igualdad, pero tienen muchas dudas, se sienten perdidos ante este tema o simplemente creen que ya está resuelto. Eso deja alrededor de un 40 por ciento que no creería en la igualdad de género.
"Hay que entender la violencia de género como la resistencia de un determinado hombre a perder privilegios", explica. De este grupo resistente, agrega Maravall, pueden emerger posibles maltratadores y casi la mitad probablemente llegará a la violencia física, ya sea porque sufren inestabilidad emocional, como un mecanismo de control con sus parejas, o abiertamente por convicción de su superioridad masculina.
"La mayoría de los femicidios se podrían haber evitado si hubiera más instancias para trabajar con hombres. Hay que acoger a los hombres en su conjunto. Centros abiertos para cualquier hombre que necesite ayuda, ya sea por un tema de gestión de impulsos, asuntos no resueltos con la emocionalidad o la salud mental, consumo problemático de alcohol o drogas, incluso si tienen dudas o no entienden qué es esto de la igualdad, o no entienden cuestiones fundamentales de convivencia", dice. Una fórmula así, en el mediano y largo plazo, podría reducir hasta en un 50 por ciento los femicidios. Una red bien gestionada, con profesionales idóneos y un seguimiento adecuado de estos sujetos potenciales que van a pedir ayuda –agrega– porque no se trata de esperar que agredan ni tampoco de obligarlos a tratarse. "Hay que tender puentes desde la educación primaria y secundaria, generar espacios para que se empiece a cambiar el modelo de masculinidad y que los hombres aprendan a autogestionarse y manejarse emocionalmente", concluye.
¿Qué hacer si sufro o presencio violencia contra una mujer?
* Busque y acuda a su red de apoyo (familia, amigos, vecinos, colega de trabajo y estudios).
* El Estado entrega orientación y ayuda gratis en sus 103 centros de la mujer, ubicados en todo Chile, y en el fono 800 104 008 sin importar la hora a la que llame e incluso sin saldo en el teléfono (esto sin requerir una denuncia).
* Denuncie todas las veces que sea necesario. Esto se hace presencialmente en comisarías de Carabineros, PDI, el Ministerio Público más cercano o los tribunales de justicia.
* Siempre escuche a la víctima y ofrézcale asistencia, sin importar si ella es o no consciente de que sufre violencia, tiene demasiado miedo para denunciar o teme que no la apoyen o la rechacen desde su círculo cercano.
* Si es testigo de un acto de violencia, haga sentir su presencia y manifieste su deseo de ayudar a la víctima.
Existen 15 centros para HEVPA (Hombres que Ejercen Violencia de Pareja) administrados por el Sernameg, a donde los hombres pueden acudir voluntariamente a recibir atención especializada.
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