El aviso llegó temprano. Jorge González "tocaría" en El Liguria, como hizo hace dos meses. Recibiría en la jornada un disco de oro por cada uno de sus últimos álbumes y en una ronda de prensa con los principales medios del país daría una noticia importante, a días de presentarse en La Cumbre del Rock, donde se homenajeará a Álvaro Henríquez.
Quedan menos de diez minutos para que empiece lo que creímos era un concierto íntimo, con premiación y una pequeña rueda de prensa. El Metro ya no me servía. No habían móviles. El auto que me llevaría hasta el clásico bar de Providencia no llega y tampoco pasan taxis. Quedan cinco minutos. Tomo el casco de mi moto y me voy rápido. Vicuña Mackenna, Ñuble, Grecia, Antonio Varas y Providencia. Estaciono detrás de un kiosko cerrado, al lado del bar. Escasos periodistas, algunos de radio, otros de tv o diarios, adornan el patio del Liguria.
De pronto, hay rumor de Jorge.
Todo se empieza a mover. Un mozo del bar posiciona tres cuadros tamaño afiche de cine, boca abajo sobre la mesa que acompaña el clásico piano.
Con una polera calipso y sus inconfundibles zapatillas ochenteras de blanco con rayas verdes, Jorge camina entre sus acompañantes, toma asiento en un improvisado set en el que recibe disco de oro por cada uno de sus últimos trabajos y previa coordinación de su manager y amigo Alfonso Carbone, empieza la ronda de atención a la prensa.
Responde corto. A veces parece incómodo, en otros momentos queriendo sonreír para amilanar el peso de una frase contundente, como cuando dice que "es una joda caminar. Todos me paran… me tratan de apoyar y me molesta en realidad. No les intereso yo, les interesa su foto". Le preguntan si se ha sentido bien, como para cambiar de tema, pero él responde sobre lo mismo: las fotos que pide la gente. "Yo con eso no, pero me he sentido bien en general", remata antes de tirar una risa pequeña.
González anunció que espera homenajear a quien llama "Alvarito" Henríquez "porque se lo merece" y, como síntesis de la ronda, aparece una frase de esas cortas, que repetiría en cada uno de los medios a los que atendió en Manuel Montt. "Quiero que La Cumbre del Rock sea la última vez que toque en vivo".
Jorge González, tras emocionantes jornadas como las de Los Prisioneros en el Nacional, sus conciertos en solitario revisitando Corazones, sus nuevos trabajos o simplemente resistiéndose a una despedida cada vez que pudo -como anteriormente en El Liguria- decía adiós.
Nunca lo conocí personalmente antes de este episodio. Reconozco también que me pegaron sus palabras sobre lo de tomarse fotos y el real valor del asunto. Estaba con el único ídolo musical que me entregó mi país -ya sea por ignorancia o por mi predilección por él como referente del orgullo de clase-, por primera vez y justo el día en que anunciaba su retiro de los escenarios.
No podía creer que teniendo amigos en común con Jorge, admirando su carrera como la admiro, compartiendo origen y amor por San Miguel, la Gran Avenida y esos barrios que hoy dibuja Gepe para otra generación, nunca lo conocí sino hasta este día.
Terminaron las entrevistas. Jorge se despedía de los periodistas luego de haber firmado el vinilo de una colega fotógrafa, de manera muy amable.
Él y su comitiva se movieron desde el patio hasta el privado de Liguria. Ahí, adelantando a algunas de las personas que lo acompañaban, casco en mano, le di la mano a Carbone y me despedí. Lo que viene no sé si lo imaginé o sucedió.
Jorge González me vio estrechando la mano de su amigo y me preguntó algo así como "¿no saluda?".
Lo miré fijamente, sonriendo, le di la mano, un abrazo y le dije: "Gracias por todo, Jorge".
"Chao", me respondió, mientras veía entrar a su amigo Gonzalo Yáñez, dispuesto a celebrar también la última conquista del ídolo, mientras yo me deshacía en preguntas que solo el tiempo me responderá. Como esa vez que imaginé qué podríamos conversar el día que nos encontráramos por primera -y quizás última- vez.