Un día en la Torre Trump, el corazón del imperio del presidente de EE.UU.
Pasó en un abrir y cerrar de ojos de ser una atracción de Manhattan a convertirse en un símbolo del poder y un centro de protestas. Era un edificio de negocios que hoy recibe casi tanta seguridad como la Casa Blanca. Así es la vida al interior del verdadero hogar de Donald Trump.
Visité la Trump Tower y la experiencia fue rara, digamos eso desde un principio.
Con Donald Trump como presidente su torre se ha convertido en una especie de segunda Casa Blanca para el público neoyorkino, quienes han visto la edificación como la personificación misma del actual mandatario a donde van a marchar a favor y en contra.
Con 58 pisos y 202 metros de altura, y ubicada en la Quinta Avenida entre las calles 56 y 57, la estructura era una más dentro del cotidiano paisaje lleno de rascacielos de Manhattan.
"Era", porque desde que Trump formó parte de la carrera presidencial de Estados Unidos el edificio pasó a ser una punto de atracción turística fijo para la mayoría de los visitantes de la ciudad.
Inaugurado hace 33 años, el edificio es una mezcla de tiendas, oficinas y departamentos de lujo.
Si bien Nueva York está lleno de rascacielos imponentes, el llegar a la Trump Tower no pasa desapercibido. El primer indicador que da a entender que se ha llegado al lugar correcto son las docenas de vallas papales.
La calle lateral al edificio está cerrada con vigas de concreto con las letras NYPD en ellas.
En la esquina hay una pequeña estación de policías que verifica los vehículos que quieren entrar a dejar mercadería a las tiendas aledañas que nada tienen que ver con la Trump Tower.
Y al llegar al frontis del edificio entiendes porqué hay una acumulación de gente que se queda parada y no hace ademán de entrar.
Bienvenida con rifles
Dos oficiales armados con rifles dan la bienvenida a la torre haciendo guardia a las dos puertas giratorias de la entrada. Frente a ellos, una treintena de turistas se dedica a sacar fotos de las letras TRUMP TOWER que lucen sobre la entrada.
Mientras estoy nadie entra al lugar, los oficiales armados intiman al grupo de turistas, yo incluida, que sacan fotos y posan frente a las letras intentado no hacer contacto visual con los uniformados.
Su presencia contrasta demasiado con el paisaje del lugar, contrastan con la joyería Tiffany & Co que está al lado y contrasta con la tienda Armani de la calle 56. Y además, hace poner en duda que el "OPEN TO THE PUBLIC" que se lee bajo el nombre de la torre signifique realmente que la torre esté abierta al público.
Porque algo "abierto al público" no debería tener dos uniformados con rifle y chalecos antibala en la entrada.
Luego de que otro turista preguntara si el lugar efectivamente estaba abierto, decidí entrar.
Tonos dorados y rosados
La primera impresión es que el color favorito de Donald Trump es el dorado y el mármol rosado. Todo, todo lo que se ve desde el lobby hacia el interior es dorado, incluso las escaleras mecánicas para subir a los pisos superiores.
Al pasar entre los guardias y tras entrar por las puertas giratorias, sorpresa sorpresa, hay que pasar por otro checkpoint. Similar a la seguridad de los aeropuertos (y de casi cada punto turístico de Nueva York: el Rockefeller Center, el Memorial del 11/9, el ingreso a los ferris hacia Liberty Island…) debes hacer pasar tus bolsos por esas máquinas que escanean su contenido en busca de algo peligroso.
La seguridad de la Trump Tower quizás sea algo exagerada para algunos, después de todo es un edificio (elegante sí, pero es un edificio) con locales de comida, pero lo cierto es que han tenido algunos incidentes desde que Trump fue electo. En diciembre pasado, una mujer logró entrar y llegar hasta el piso 24 tratando de encontrar a Trump, quien tiene su oficina en el piso 26.
En ese mismo mes, un estudiante fue detenido por llevar armas y fuegos artificiales. Tras ser cuestionado por los oficiales, el joven explicó que era un "survivalista", de esas personas que creen que el fin del mundo está cerca y deben estar preparados, y que su mochila con armamento la llevaba a todas partes.
La seguridad a la Torre Trump no ha pasado desapercibida para los políticos estadounidenses, y tampoco ha tenido muy contento al Departamento de Policía de Nueva York. Según sus propios datos, desde el día en que Trump salió electo hasta el día de inauguración de su gobierno el despliegue policial para proteger el edificio costó alrededor de 24 millones de dólares.
En los días en que Trump se encuentra en la Casa Blanca trabajando, la policía estima que gasta diariamente entre 127 y 146 mil dólares para proteger a la Primera Dama Melania y a su hijo Barron, quienes viven en los tres últimos pisos del lugar y han pospuesto su traslado a Washington.
Tras pasar por el control policial, el atrio del lugar es grande (y dorado).
Starbucks, tacos y perfumes
Lo primero que se presenta al subir es un Starbucks y una tienda de helados. Al seguir subiendo por las escaleras mecánicas se llega a terrazas dispuestas al público en donde se tiene una vista de los edificios aledaños.
Parece que había un kiosko de comida en una de las terrazas, pero por el clima, estaba cerrado. Hay un restaurante sobre el que Trump tuiteó en un Cinco de Mayo diciendo que los mejores Taco Bowls eran hechos en el Trump Tower Grill (junto a un controversial "¡Amo a los hispanos!")
https://twitter.com/realDonaldTrump/status/728297587418247168
Hay un café que vende agua con la cara de Trump en la etiqueta, hay un bar, y hay una tienda en donde se puede comprar merchandising de El Aprendiz (el reality fue grabado en el quinto piso del edificio), ropa de golf marca Trump y bolsos de la marca de su hija Ivanka. Según el sitio web (yo no los vi), también venden los dos perfumes de Trump, "Éxito" e "Imperio".
Más allá de esos primeros pisos con azoteas y tiendas, el acceso está restringido. Los ascensores están vigilados por una persona que apreta los botones por tí y luego de los cuatro primeros pisos es difícil saber cómo seguir subiendo sin que alguien de lentes oscuros del Servicio Secreto te pregunte a dónde vas.
Los otros turistas parecían igual de decepcionados que yo. Entraban, sacaban fotos a una cascada de agua que está junto a las escaleras mecánicas y subían los pisos disponibles. Hacía mucho frío, así que nadie se quedaba por mucho tiempo en las terrazas.
Al salir del lugar, el "¿Y eso es todo?" de una mujer española parecía hablar por todos. La verdad es que la Torre Trump puede ser llamada "la segunda Casa Blanca", pero el nombre, por múltiples razones, principalmente porque no está pensado para ser la segunda casa de un presidente, le queda grande.
La experiencia es rara porque uno no sabe que esperar al entrar, y cuando sales tampoco sabes qué es lo que querías ver. ¿A Trump tomando un café en Starbucks? ¿Al Príncipe de Arabia Saudita que supuestamente es dueño de un piso completo del edificio comiendo un Taco Bowl? No lo sé, y el resto de los turistas con los que entré tampoco parecían saberlo.
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