Navidad cayó justo 10 días después de que Pablo Alcalde quedara en prisión preventiva. Mientras su familia pasaba la noche del 24 de diciembre en silencio y sin grandes celebraciones, el ex presidente de La Polar -junto a otros siete presos de Capitán Yáber- se preocupaba de limpiar una de las dos salas de visitas que existen en ese anexo penitenciario. Sabía que la mañana siguiente recibiría allí a su mujer y a sus hijos y quería atenderlos de la mejor manera que el encierro le permite. Esa noche reservó una de las tres mesas de ese espacio común y dejó puestas las tazas de café y sus respectivos platos blancos. Ese era el regalo que Pablo Alcalde le tenía a su familia. 

La jueza María Verónica Orozco, a cargo de uno de los juicios económicos más grandes de Chile, tomó la decisión de recluir a Alcalde y a otros dos ejecutivos de La Polar el 15 de diciembre en la noche. Desde entonces, en estas tres semanas, no sólo ha cambiado la vida de quien fuera presidente y gerente general de la empresa, sino también la de María Inés Lagos, su mujer desde hace más de 30 años, y sus cinco hijos. La sensación de angustia y tristeza de la familia había empezado seis meses antes -cuando se conocieron las repactaciones unilaterales por parte del retailer-, pero se intensificó en las 26 horas de audiencia. Los dos hijos hombres del ejecutivo, Pablo y Andrés, estuvieron todo el tiempo en el tribunal. Según comentan cercanos, durante esos dos días le estuvieron mandando mensajes de apoyo a su padre, a través del celular, y él se los respondía. Las mujeres de la familia -su señora y sus hijas Catalina y Blanca- seguían la formalización desde su casa, en La Dehesa.

De repente, el celular de Alcalde se apagó y los hijos perdieron todo rastro. Repentinamente, las transmisiones que se hacían de la audiencia se congelaron. Desde la casa, ya no era posible saber lo que ocurría en tribunales. Ahí, Pablo y Andrés se quebraron. Trataron de buscar a su padre. Querían despedirse, darle un abrazo. Pero fue imposible: no volverían a verlo ni a saber de su padre durante tres días.

Esa noche, después de la formalización de su padre, recibieron de su abogado, Jorge Bofill, su argolla, su reloj, su lápiz y su celular. "Fue como si el papá se hubiera muerto", le han comentado los hijos a sus amigos. A eso de las dos de la mañana, la familia se reencontró en la casa de Alcalde. Lloraron todos juntos.   

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Fue difícil para la familia despertarse al otro día. Al dolor se sumó la incertidumbre. Ninguno de los Alcalde sabía que la primera noche en prisión Pablo la pasó en el módulo donde residen los violadores viejos de Santiago 1, que llegó allí cerca de las tres de la mañana del viernes 16 y fue encerrado en una celda pequeña, no sólo junto a Julián Moreno -ex gerente de La Polar, también formalizado-, sino que con otros cinco reos. No sabían que no durmió en toda la noche. Tampoco que bien temprano, en la mañana de ese viernes, tuvo que formarse en el patio del penal junto a otros miles de presos. Y que luego, como todos, debió dirigirse a un gimnasio para escuchar un concierto de música. Era fácil distinguirlo: era el único que vestía de terno. El mismo que había usado para la audiencia. Los reclusos gritaban: "La Polar, La Polar".

Dicen que Alcalde tenía pánico de terminar entre rejas. Que durante los seis meses previos estuvo concentrado en demostrar su inocencia. Sin embargo, lo ocurrido durante la audiencia de formalización lo golpeó. Estaba en estado de shock. Le costaba responder las preguntas de sus defensores. Jamás se imaginó que los abogados querellantes en la formalización iban a insultarlo a la cara, sin que él pudiera responderles. Su llegada a Capitán Yáber, lugar al que fue trasladado el viernes 16 en la tarde, fue más amable. Al llegar allí, como dictan algunos de los rituales de ese penal, él y Moreno fueron recibidos con un asado en señal de "bienvenida".

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Cuando Pablo Alcalde ingresó a Capitán Yáber, los esperaban otros siete presos que se reparten en las tres pequeñas piezas -con tres o cuatro camas- de ese penal. En un comienzo, el ex presidente de la Polar compartió las noches junto a dos marinos del caso Fragata, que la semana pasada se retiraron con permiso de arresto domiciliario. Hoy, son sólo seis los presos que están allí y que se rigen por un "código de caballerosidad": nadie pregunta la razón del encierro y se buscan los puntos en común más que las diferencias. Dicen que esa es la mejor fórmula para sobrevivir al cautiverio. Ello, en palabras simples, se traduce en un trato cordial. Y eso ha ocurrido entre Alcalde y Moreno. Sin embargo, al igual que sus hijos, lo trata con distancia. Lo primero que acordaron es no referirse nunca al caso La Polar, tal como se lo indicó su abogado, Jorge Bofill.

El recinto cuenta con dos salas comunes. La primera tiene tres mesas, con sillas de plástico, donde los presos pueden trabajar y recibir visitas. Además, hay una mesa de pool y un televisor donde los reclusos pueden ver películas. En el otro espacio comunitario hay una pequeña cocina, un hervidor y un refrigerador donde guardan los alimentos que sus familias les traen y que les permite complementar la alimentación general de las cárceles. Poder tener su propia comida, es regla en Chile para todos los reclusos que están en prisión preventiva, porque aún no son culpables.

Así, Alcalde y los demás han generado una despensa común y es usual ver en la cocina dos fuentes grandes con arroz y papas cocidas. Según las cosas que tengan, todos juntos deciden el menú del día. En las mañanas se reparten también las tareas domésticas: unos cocinan, los otros retiran y lavan. No sólo eso: mientras un día unos deben hacer los baños, a los otros les toca trapear. Cuentan que una vez se cayó parte de la estructura del techo y todos los presos debieron arreglarlo. En eso estuvieron hasta las 2 a.m.

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Desde las 21:00 hasta cerca de las 8 de la mañana, los reclusos sólo pueden caminar desde sus piezas hasta el baño. Durante ese largo lapso de tiempo, las puertas a las dos salas comunitarias quedan completamente clausuradas. Eso lo supo Alcalde un día que se desveló. Intentó salir, pero tuvo que volverse rápidamente a la habitación. El encierro se le hizo patente.

Su rutina comienza temprano. Alcalde es de los primeros que está en pie. Primero se afeita y se ducha. Cada uno sabe que debe ocupar el baño no más de siete minutos, porque están todos a la espera de lo mismo. Luego, el ex ejecutivo se dirige a un pequeño lugar junto a la cocina donde hay algunas pesas: hace abdominales y un par de ejercicios. Luego, se prepara su desayuno. La mañana se le pasa rápido entre los quehaceres de la "casa".

A la una en punto, y sólo por una hora, los reclusos son obligados a salir al patio. Ese es el único momento en que ven la luz del sol. En el recinto, de unos 80 metros cuadrados, no hay siquiera una ventana. Durante ese tiempo, Alcalde da vueltas en redondo. El suelo, de cemento, sólo le permite caminar, nunca trotar. Ello podría complicarle sus problemas a las rodillas, por los cuales ha debido someterse a varias cirugías. Cuando termina esa hora, Alcalde se cambia de polera. El calor pega allí con fuerza y las únicas sombras son las que se reflejan desde las mismas murallas. Algunos amigos intentaron llevarle de regalo un jockey para protegerlo del sol. No les fue permitido: dicen que cualquier reo podría pintarlo de verde y escapar como un gendarme.

Alcalde les ha confesado a sus visitas que las mañanas se le hacen cortas, pero que las tardes se sienten muy largas. A esa hora, el ocio se hace más pesado. Para mantenerse ocupado, intenta leer un par de libros que le han enviado de regalo -un político le mandó "Sueños de alta mar", de Felipe Cubillos-, pero él le ha comentado a sus más cercanos que en 25 minutos sólo es capaz de leer un par de páginas. Por eso, más que leer un libro o la prensa, la mayor parte de su tiempo lo dedica a preparar su defensa. El abogado Jorge Bofill le dejó varios documentos de la carpeta de investigación para que Alcalde los revise con detalle. Debe tomar nota de cualquier idea que se le venga a la cabeza sobre su vida en La Polar durante los últimos 10 años: sus tareas, cómo funcionaba cada área, la relación que tenía con cada una de las personas que trabajaban en la compañía. Eso, dice Bofill, le permitirá a su defensa reconstruir la historia y mostrar su inocencia.

De sus días de cárcel, Alcalde ha comentado que a eso de las 20.30 hay más de 32 grados en el penal. El encierro se vuelve aún más incómodo. Sobre todo, si se considera que en ese reducido recinto está permitido fumar. Y Pablo Alcalde no fuma. 

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Fuera de la cárcel, la familia Alcalde Lagos intenta rearmarse. La primera decisión que tomaron para suplir la ausencia del padre es que el mayor de los hijos hombres, Pablo, casado hace un poco más de un año, volviera a la casa. Él ya lo había hablado con su mujer: en circunstancias como éstas, era importante hacer ese esfuerzo. Sobre todo para apoyar a su madre, una artista que durante este periodo ha dejado de pintar. "No hay ganas de nada", ha confidenciado ella a sus más cercanos. El regreso de su hijo Pablo ha ayudado, además, a que la casa tenga más vida y descomprimir las responsabilidades de Andrés y Blanca, los hijos que todavía viven allí.

Las rutinas familiares giran en torno a las visitas a su padre. Aunque la primera de ellas fue un domingo -el 18 de diciembre-, su hija Catalina intentó ingresar justo después de decretarse la prisión preventiva. Le llevaba panadol, vitaminas, y un remedio para la alergia. No le permitieron verlo, y además se enteró que cualquier medicamento que ingrese al penal debe respaldarse con receta médica. Ese día en la tarde, sin embargo, sus abogados pudieron entrar. Le llevaron ropa casual: un par de pantalones sport, poleras y mocasines, que es como Pablo Alcalde se viste hoy.

Los Alcalde Lagos siempre fueron unidos. Pero el escenario actual los ha acercado incluso más. Se reúnen todos los días. Como no hay ánimo de reuniones sociales -aceptan que su realidad hoy es distinta-, los encuentros familiares son sagrados. En los almuerzos y comidas se organizan, preparan los regalos para su padre y estructuran las visitas que sólo son permitidas los martes, jueves y domingo de 9 a 12 de la mañana. Hoy, todas las decisiones se toman en familia.

En estos meses, para mantenerse alejados de los ataques contra su padre y la familia, los hijos decidieron cerrar sus cuentas de Twitter y filtran lo que leen en los diarios. Recién ahora, han comenzado a recibir visitas.

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El domingo 18 de diciembre, la familia se despertó ansiosa. Muy temprano. Después de tres jornadas de ausencia, iban a poder ver a su padre. Partieron con tiempo a Capitán Yaber, para llega sin atraso a las 9 en punto. Ahí tuvieron que dejar las llaves del auto en un kiosco cercano al penal, porque no está permitido ingresar con ellas.

Lo primero es enrolarse en una lista. Sólo 10 personas pueden visitar a los reclusos. En el caso de Alcalde: su mujer, sus hijos, su yerno, su nuera, su madre y sus hermanos. El listado va variando cada 15 días. Eso ha permitido que, además de algunos amigos, haya ingresado a verlo un sacerdote cercano a la familia.

Cada visitante debe pasar un primer control de Gendarmería, donde presentan su cédula de identidad. El segundo control viene unos metros después. Allí las ventanas aún no permiten ver nada hacia el interior. En ese lugar se revisan las bolsas con regalos y luego se pasan por una máquina de seguridad. Todos, incluso los niños y la madre de Alcalde, que tiene 89 años, deben sacarse los zapatos y levantarse la polera como medida de prevención. Las medidas de Gendarmería son estrictas y no se admiten excepciones. Luego, un pasillo lúgubre los transporta hasta Capitán Yaber.

Aunque ordenado, el proceso es lento. Y es usual que sólo después de las 9.30 las visitas puedan ver a Alcalde.

Un amigo cercano comenta que la noche previa a la primera visita, el pacto de toda la familia fue claro: mostrarse fuertes frente al padre. Ese domingo trataron de llevar la conversación hacia otros temas: los proyectos de cada uno, lo que estaban haciendo los nietos. Aunque intentaron contenerse, al despedirse las mujeres no pudieron contener el llanto. Eso se ha repetido en la mayor parte de las visitas. Ya en casa, se quejan de todo este momento que encuentran injusto: le echan la culpa a la presión política y a que la opinión pública lo condenó antes de ser investigado. Según han dicho, confían que se hará justicia en el juicio oral.

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Una de las fechas más complicadas para Alcalde en prisión ha sido la Navidad. El ejecutivo tiene una hija, Trinidad, con retraso mental y siempre para esa fiesta él dedicaba gran parte de su tiempo para estar con ella. Ahora no pudo hacerlo. Eso, comentan sus cercanos, lo ha tenido cabizbajo. El día anterior, además, había sido el aniversario de la muerte de su padre. Por eso, en la visita de ese día, la familia trató de alegrarle el ánimo. Además de jugos y leche sin lactosa -que Alcalde toma por indicación médica-, le llevaron pan de pascua, que es una de las cosas que a él más le gustan. También le regalaron un cheesecake, preparado por sus hijas.

Durante este tiempo, su familia ha buscado la manera de hacer más grato el encierro: le llevaron sábanas, toallas y una almohada, además de puzzles, cartas -le enseñaron a jugar solitario- y un curso de inglés. Para el cumpleaños de su hija Catalina, el 20 de diciembre, fue el ex ejecutivo quien le hizo un regalo: una carta que ella lleva siempre consigo.  

Año Nuevo fue otro momento complicado. Según cercanos, ése es el día en que han visto a Pablo Alcalde más decaído. En esa visita, como en todas las otras, la angustia más profunda viene cuando dejan el penal. "Sientes una sensación de vacío", han comentado los hijos de Alcalde. Reconocen que vuelven a su casa demolidos y agotados, como si hubieran corrido una maratón. "Pero esa sensación queda atrás en el momento que recuerdan a su padre. Saben que cuando ellos no están, él está solo, completamente desconectado", dice un amigo. Porque las reglas en el penal son claras: no se puede llamar por teléfono, no hay internet y los presos deben entrar a sus piezas a las nueve de la noche.